Por la mañana nos dirigimos hacia el teleférico que se encontraba a unos veinte minutos caminando desde el hotel, pagamos las entradas y montamos.
Desde lo alto veíamos una gran panorámica de Funchal destacando el verde de sus montañas. En unos minutos llegamos A la cima.
Visitamos otro de los jardines emblemáticos de la ciudad de Funchal, el Monte Palace Botanical Gardens.
Seguimos con el sendero de laurisilva hasta llegar más abajo al lago central rodeado de grutas, pasarelas, esculturas, azulejos y sobre todo flores y plantas típicas del Mediterráneo, tropicales y endémicas. Parecía un auténtico paraíso.
En el centro del parque se encontraba la antigua casa del Cónsul británico Charles Murray. De ahí subimos hacia los jardines orientales con reminiscencias japonesas y chinas.
Había un gran puente chino en forma de pasarela, unas puertas Tori, incluso réplicas de los guerreros de Xian y estanques con peces Koi, las típicas carpas que llegan a alcanzar hasta los 100 años.
Recorrimos el sendero de la zona norte donde pudimos observar en sus muros una colección variada de mosaicos antiguos, arcos y murales representando los 4 elementos.
Saliendo nos dirigimos hacia la zona donde se encontraban los “carreiros” do Monte. El día anterior, los habíamos visto junto al Santuario de Nuestra Señora de Monte.
Estaban esperando a los turistas para montarlos en sus carros y llevarlos a través de una larga calle cuesta debajo de 2 km, hasta casi llegar a la costa.
Se decía que el recorrido entero se hacía con curvas y era de lo más emocionante. Así que nos animamos a vivir este divertida y curiosa experiencia.
Los carreiros do Monte llevan más de 100 años de tradición. Antaño servía como sistema tradicional de carga de mercancías por la larga pendiente de Monte y a día de hoy se ha convertido en una atracción turística, llevando dos personas a más de 30km por hora por una pendiente de más de 500 metros.
Los cestos eran de mimbre y madera y llevaban cojines para acomodar a los clientes. Una vez abajo, después de una buena dosis de adrenalina, bajamos del carrito y vimos cómo se organizaban los carreiros para volver a subir. Cada carro lo llevaban dos hombres agarrando unas cuerdas y los zapatos de goma que calzaban iban frenando cuando venían las curvas.
Pregunté a uno de ellos cuantos años llevaba como carreiro y me contestó que llevaba unos 20 años pero que con la pandemia estuvieron sin trabajo. Iban ataviados con pantalón y camisa blanca y sombrero de paja con el nombre de la isla.
Abajo esperaba un autocar que trasladaba a todos los carreiros de vuelta y los cestos eran subidos a un camión para volver a empezar en la cima.