Madre

Publicado el 12 abril 2010 por Diezmartinez

Siempre me he preguntado por qué El Acorazado Potemkin (Eisenstein, 1925) está más firmemente ubicado en el canon fílmico que Madre (Mat, URSS, 1926), de Vsevolod Pudovkin. Desde la muy particular perspectiva de quien esto escribe, Madre no sólo es idéntica en cuanto a logros narrativos se refiere con respecto a la cinta de Eisenstein sino que, propongo, es incluso superior en cuanto al involucramiento emocional que provoca.
No quiero parecer simplón pero cada vez que vuelvo a ver Madre me convenzo que la razón principal por la que El Acorazado... ha ganado la partida en los libros de historia es debido a que se estrenó en Moscú poco menos que un año antes que Madre. Por lo demás, las dos películas parten de la misma idea visual/narrativa (el cine se hace en la sala de edición, como dijera Lev Kuleshov, maestro tanto de Eisenstein como de Pudovkin) y las dos películas funcionan como emocionantes piezas de propaganda política/ideológica, según las directrices del camarada Lenin, que consideraba al naciente cinematógrafo "como el arte más importante de todos".
Mi argumento para preferir Madre sobre El Acorazado... es puramente emotivo, debo confesar. Aunque la celebérrima escena de las escaleras de Odessa sigue siendo electrizante, la cinta de Eisenstein no tiene protagonista ni villano definidos. El héroe es la masa insurrecta que adquiere conciencia; el villano es el piquete de soldados que, mecánicamente, se dispone a darle un escarmiento a todos los sublevados, sin importar que haya mujeres, niños, inválidos, entre todos ellos.
En Madre, basada en la novela homónima de Maximo Gorki, los personajes están perfectamente definidos y eso representa una ventaja enorme: ya sabemos con quién nos debemos identificar, ya sabemos a quién debemos aborrecer.
Estamos en el poblado ruso de Nizny Novogrod, en 1905. En una de las más grandes fábricas del Imperio Ruso inicia una insurrección que será apagada a sangre y fuego por las tropas zaristas. La mamá del título (Vera Baranvskaya) es una vieja sacrificada, pobre e iletrada, que vive con un marido borrachales y golpeador (A. P. Christiakov) y un hijo idealista, Pavel (Nikolai Batalov), que forma parte de una célula militante obrera que está organizando una huelga. La historia está centrada en el despertar político de la vieja madre que, al inicio, sin entender las razones de su hijo, ha entregado las armas, que el muchacho escondía debajo del piso de madera, a un elegante interrogador militar (el propio cineasta Pudovkin).
El discurso político de Pudovkin dista mucho de ser sutir pero es -y sigue siendo- encabronadoramente efectivo. Cuando el muchacho es llevado a juicio, vemos cómo los "imparciales" jueces están en todo -dibujando una yegua, viendo su reloj- menos atendiendo los interrogatorios. Pudovkin pasa la cámara por el público que atiende el juzgado: a un lado de la madre dolorosa, que muy tarde entendió que no debió haber "ayudado" a la autoridad, está la burguesía zarista comentando burlonamente todo lo que sucede, augurando un final "aleccionador" para los alborotadores.
Cinta silente, por supuesto, Pudovkin no echa mano más que del montaje para presentar esta serie de contrastes y, de esta manera, provocar la indignación creciente del respetable. De tal forma que, cuando llegamos a la climática secuencia final, cuando Pavel ha escapado de la odiosa cárcel -al mismo tiempo que, en montaje paralelo, vemos cómo el hielo empieza a resquebrajarse por la llegada de la primavera- ya estamos francamente encarrilados. Y cuando la heroica doñita embravecida toma la bandera roja para encabezar, con la frente en alto y los ojos llorosos, la marcha rebelde/suicida, uno está dispuesto, casi-casi, a salir a la calle para ir a tomar por asalto la residencial oficial de Los Pinos -o, ya de perdis, Garibaldi.
Así pues, "la piedad" que encarna la sufrida madre se transforma, indómita, en la Madre Rusia que ha despertado finalmente y, con la adaptación rusa de La Marsellesa a todo volumen en la banda sonora -agregada en 1968, aclaro- uno termina de ver esta película agotado, emocionado, adolorido. Acaso el mejor filme de agitación comunista en la historia del cine.