A los 45 años, en pleno rendimiento, según el mundo, se ofrece como enfermera para auxiliar a los leprosos de Molokai, cuando muchas religiosas y enfermeras se negaron a ir allí. En Maui funda un hospital y se entrega totalmente a los pobres leprosos, siendo más que una enfermera, una madre. “Solo por Dios” era su lema, cuando la tentaban la repugnacia y el miedo al contagio. En 1888 se cierra su hospital y junto a todos los leprosos tiene que trasladarse a Molokai, donde estaba ya enfermo el ángel de los leprosos, San Damián de Molokai (15 de abril y 10 de mayo). Trabajaron juntos hasta 1889, cuando el santo falleció. Ella le sucedió en su labor evangelizadora y social por los leprosos. Escribió, exigió y clamó por los abandonados, sacudiendo las conciencias de los estadounidenses, logrando incluso que otras religiosas se ofreciesen para ayudarla. Plantó huertos, exigió medicamentos y derechos, construyó un colegio, ayudó en la iglesia de Santa Filomena y además, construyó otro hospital solo para las mujeres, para preservarlas y cuidar su dignidad. Enseñó a trabajar a los que podían, devolviéndoles la dignidad hurtada.
La Madre (como le llamaban) Mariana murió en Kalaupapa, el 9 de agosto de 1818, a los 80 años de edad, luego de más de 30 sirviendo a los enfermos. Fue sepultada entre sus amados leprosos. Benedicto XVI la beatificó en 2005 y la canonizó en 2012.
A 23 de enero además se celebra a Santa Eusebia-Hospedes de Milasa, religiosa.