Teniendo en mi mente Stockholm, creía que Sorogoyen no sabía hablar en imágenes. Como tantos otros, cámara al hombro, realizaba su gran guion sin ir más allá. Madre vino a confirmar mi teoría, un cortometraje apto como ejercicio pero sin mucho más que añadir. Me alegró reconocer mi error, sin embargo, al ver Que Dios nos perdone y El reino; me ilusionó ver a un cineasta capaz de aunar en su estilo la asepsia del realismo con la personalidad de un autor. Sorogoyen es donde mis prejuicios se rompieron, y gracias a esa derrota he podido ir a ver el largometraje de Madre con expectación.
El trecho del corto al largo se ha repetido en muchas ocasiones. Hace unos años Chazelle lo logró con Whiplash y ahora Sorogoyen pretende repetir la hazaña desde una posición ventajosa. El cortometraje lanzaba una premisa: un niño perdido en la playa a kilómetros de su madre, angustiada sin poder hacer nada. Al mismo tiempo, la cinta argentina Aire montaba su trama de la misma forma, centrándose en la acción de una madre asmática que busca a su hijo por la ciudad hasta quedarse sin aliento. Sorogoyen, no obstante, decide alejarse del suspense para centrarse en el duelo de alguien que busca a tientas y a oscuras a otro ser que llene su vacío. Siendo así, la primera media hora (la del corto) resulta un tanto innecesaria. En estos casos del corto al largo la escena primigenia es el corpus de la obra, aquí es un añadido con un tono distinto sin mucho más que aportar.
En el fondo, esperaba que Sorogoyen imitase a Aire, los tiros parecían conducir en esa dirección. Sorogoyen vuelve al extrañamiento de Stockholm, a los erráticos personajes incapaces de ánimo herido. Madre es un retrato de la soledad y el tormento, lúgubre en su imagen y transfondo, un verano subvertido por la grisácea luz del Atlántico, que ahoga el romance, un ente siniestro. El director de El reino sigue siendo sutil en su construcción de imágenes, abandonando en parte la cámara al hombro a favor de grandes angulares y paneos al estilo Roma. El guion, más reflexivo, refuerza la incomodidad de sus imágenes a la par que se recrea en la supuesta belleza de un romance fruto de la necesidad. Quizás sea esa falta de subversión, de medias tintas entre el amor y sus razones, las que echen por tierra un guion que a veces romantiza lo que es fruto de la desesperación.
Madre peca de vez en cuando en su transcurso. La conclusión que deja el definitivo sabor en el paladar de los espectadores es el de una película menos perfecta que las anteriores obras de Sorogoyen, pero una que marca el camino a seguir de un cineasta que no se contenta con ofrecer lo mismo en cada trabajo.
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