Madrid

Publicado el 04 junio 2010 por Fujur
Precisamente tuvo que ser un pequeño carnerillo, una obra cumbre del Maestro Zurbarán aquello que hiriera más mis sentimientos artísticos. La posición del animal, la profundidad de su pelaje, su lana (no blanca en hipérbole, sino un tanto sucia dándole realidad a la imagen)... son muchos los factores que hacen que el “Agnus Dei” sea uno de mis cuadros favoritos. Este cuadro encarna muchos valores, muchos designios para una moral excelsa, por definición no plenamente alcanzable. Sencillez, pureza existencial, veracidad, empirismo y falta de ambigüedades. El animal no es ni arcaico ni contemporáneo, simplemente puro, siendo tal y como lo seguirá siendo hasta el fin de los de su especie. Este cuadro de Zurbarán es toda una excusa para la reflexión. Me confirma que el arte, muchas veces llamado “contemporáneo”, no deja de ser una moda pasajera, sólo apta, en la mayoría de los casos, para “iniciados”. Las novelas de Dostoiewski o Cervantes jamás serán best-sellers o viejos libros aptos para el análisis arqueológico, son joyas perdurables en el tiempo, al igual que “Agnus Dei”, o “Las Meninas”. Poder admirar la sencillez y la verdad, en tiempos de tanta hipocresía, es todo un gustazo, un dador de sabor, de lo más sugerente. Mi reciente viaje a Madrid me ha dado muchos motivos para llegar a este postulado. Cierto será que la “verdad objetiva”, la “última”, no existe. No soy especialmente místico al respecto, pero temo, y menosprecio, todo aquello que tiene que ver con la mentira intencionada. El campo semántico de “lo falso” es una caja de herramientas para la conducta social. A veces es motivo para la broma o la filosofía, pero, en demasiadas ocasiones, todo ello queda en la búsqueda del provecho propio. ¿Existe alguna justificación para los actos familiares de compromiso? ¿Hay verdaderos motivos para querer a una persona por parentela y no “por méritos”? No se me ocurren mejores anfitriones. Sencillos cual el “Agnus”, mis primos me han ayudado a reflexionar con Zurbarán y la urbe que custodia sus mayores tesoros, ¡qué bonito es querer, y ser querido, no aparentar, y ser natural en el cariño! No por falta de ganas, sino por privacidad y compromiso con las cosas poco recargadas, diré que de Madrid volví más entero, con más puros sentimientos, y mejores gustos. Cargado de cariño dado, y de leyendas rotas. Madrid no es menos castizo que el cordero. La arquitectura de sus céntricas plazas, calles y carreras forman un conglomerado urbano que aglutina lo tradicional con lo sencillo, todo ello sin dejar a un lado el orden y lo geométrico. Madrid es una ciudad cosmopolita, de capital del “nacional-catetismo” ha pasado a ser una de las grandes urbes europeas, en no pocos sentidos equiparable, o superior, a las más famosas de ellas. Para un barcelonés convencido, y de nacimiento, no eran pocos los reparos que uno tenía respecto a la gran urbe mesetaria, lo deportivo, precisamente, no ayuda para lo contrario. Madrid está inmersa en un proceso de modernización, que ya empezara en pasados siglos, que la están haciendo cada vez más irreconocible. El hecho de ser el centro geográfico, además de su capitalidad, le han dado privilegios por encima de otras grandes urbes, muchas veces sin justificación, y sí, con mucha injusticia. Los tiempos han cambiado y Madrid no recoge, sino que da. La villa no es un ejemplo del centralismo franco-borbónico, sino, cada vez más, el cerebro de un país cada vez más dinámico (con permiso de la actual Crisis). Si bien es inferior a Barcelona y Sevilla en monumentos históricos, Madrid ostenta algunos tesoros sin parangón en el resto del Globo; el “Agnus Dei” es un bello ejemplo. Es precisamente en Madrid donde quedan los rastros del más menospreciado imperio. Las obras de Rubens, Velázquez o Zurbarán parecen ser obviadas en un ambiente en donde se insiste en enaltecer lo popular: el fútbol chovinista de dirigentes megalomanos y sus medios de comunicación, santo y seña del “catetismo” ya en peligro de extinción. Madrid es algo más que un equipo de fútbol, algo más que una lengua o una nación. Madrid es una ciudad sencilla, con grandes avenidas y mejores museos e infraestructuras. Es una imagen de lo sencillamente bueno, de lo inútiles que son los problemas en mal día buscados. Madrid parece haber abandonado su triste cárcel del reciente Pasado, ya no reside en ella lo represivo, sino que luce en sus entrañas lo dinámico, lo moderno. Ciudad sin conservantes, mágicas obras sin adornos artificiales, civismo en la calle, y familiares sin conveniencias ni formalismos sanguíneos. Madrid me ha dado varias lecciones. Eso es lo bueno de viajar, y jamás pensé que un tal destino podía estar “tan al lado”.