Supongamos que uno es un estudiante anónimo de diecisiete años que ha aprobado todo en junio, tiene en mente un verano de sol y playa, y entre otras cosas alimenta la esperanza de beneficiarse a alguna jovencita nórdica. Ante este panorama, si una voz desconocida te llama a última hora para transmitirte en tono impersonal un mensaje confuso, algo así como que ha quedado vacante una plaza y ha sido aceptada su solicitud, y acto seguido te llama El Plasta, ese profesor que ha estado todo el año dándote la lata con lo del curso de verano, para poner un tono de efusividad a la voz impersonal, que hay que ver qué afortunado eres, macho, que si te vas a estudiar inglés al Reino Unido, con lo bonito que es eso en verano y lo fresquito que se está… No hay eufemismos que valgan: se baja uno del mundo y se pone a cagarse en todo.
Total que a metérsela doblada y engrosar la lista de estudiantes patéticos a los que el Ministerio de Educación les paga unas vacaciones en el extranjero a cambio de un papelito lleno de sobresalientes. Por fortuna, cuando todo parece perdido sale El Empollón de debajo de las piedras, te llama a casa y te explica que está en último curso, en tu mismo instituto, que ya se ha enterado por El Plasta, que él repite viaje y que aquello es un gozada, que de estudiar nada, que hay que ver cómo se ponen las inglesas con los spanish macho. Su vida contada en verso, como si os conocierais de toda la vida.
Y como el empollón siempre tiene la razón, por las mañanas clases poco exigentes vacilando al japonés de turno que no se entera de nada, ruborizando a las taiwanesas, calentando a los franchutes para el partidillo de fútbol del día siguiente, o tirándole los tejos a la italiana imponente; y desde el mediodía: spanish fiesta, como dicen los paisanos del lugar que han estado alguna vez de vacaciones en Torremolinos (acento inglés aquí, por favor, que si no no tiene gracia), y que pueden decir de golpe al verte todo lo que han aprendido: “Fiesta, Torremolinos, torero, tortilla y olé”.
Olé, sí señor. Olé digo yo secretamente cuando veo desfilando ante mí el primer día a veinticinco estudiantas españolas que quitan el hipo y cuatro estudiantes tan atónitos como yo, obviamente, sin hipo. Hay que (irse al extranjero para) ver cómo se las gasta la naturaleza, tan desarrolladas las chicas a los diecisiete y los chicos aún flacuchos, con una carrera de hormigas en el bigote y la voz sin definirse. No, si en el fondo tiene uno que estar agradecido a los tópicos, porque gracias a ellos nuestras madres (en primerísimo lugar las de ellas), pueden pasar un mes tranquilas en casa, sin imaginar a sus responsables hijos retozando debajo de una manta en un césped oloroso, con movimientos acompasados.
“Cuídame a la niña”, me dice alguna Madre en el aeropuerto. “No se preocupe, señora”, le respondo con mi mejor cara de buen chico, el tono de voz más sugestivo y una mirada a los ojos de lo más sincera. Tan convincente debo estar que a la confiada madre se le saltan las lágrimas y ni siquiera se percata de lo largos que se me han puesto los dientes con el culito respingón de su hija, ni del hilillo de baba que comienza a salirme por la comisura de los labios. Está La Niña como para cuidarla. “Sí, señora, noche y día”, habría que decir, “seré como su sombra, la acompañaré hasta en la cama”. Vocación espontánea de guardaespaldas que se le despierta a uno…
Una vez en la ciudad de destino, tienes que convivir con la familia que amablemente te prestan, de esas tan agradables que te reciben con los brazos abiertos, ingresos deficitarios y comida de mala muerte con advertencia incluida: “Aquí a la hora en punto o no comes, cabrito”, claro está, dicho con una frase sutil en su lengua. “Con el hambre que tengo, Mrs. Apellido-Impronunciable, y acostumbrado a buenos filetes y los mejores cocidos, me como hasta a La Solterona”. La Solterona es la hija, la fea de la familia, el engendro que me mira a la entrepierna de reojo y mordiéndose el labio inferior a lo Kim Basinger, pero que se queda en Kim a secas y porque lo pone su partida de nacimiento.
Es extraña la hospitalidad de estos ingleses, te dan la bienvenida con una sonrisa, te ofrecen la mejor habitación que tienen, te preparan la comida y te saludan por las mañanas como una familia ideal a lo Brady Bunch, versión inglesa. Pero al salir a la calle se te acerca corriendo el niño del vecino, que te chilla: “spanish bastard” o “go home”, se parte de risa y te jode la mañana. Al momento sus padres le gritan desde la ventana algo que no entiendes y que no suena precisamente a xenofilia. El niño deja la bici en medio de la calle y huye despavorido. Luego, de regreso a casa en plena noche por las calles más solitarias y lúgubres de la ciudad, es normal que no haya forma de bajar los dos bultos que se te han anclado en la garganta con vocación de permanencia. Si eso dicen los niños, los hermanos mayores o los papás nos pasan por la piedra de amolar a las primeras de cambio. Con un par.
La perfecta familia de alquiler. Tú les pagas lo acordado el primero de cada mes y ellos te tratan como todo adolescente querría: dejándote de la mano. “Me voy a la estación de tren a buscar pelea con hooligans borrachos, los del Hall In The Wall a ser posible”, dices antes de salir. “OK, enjoy yourself”, te dicen sin apartar la vista del televisor, muy a la inglesa, como invitando al onanismo o sugiriendo noches de pasión junto a una botella de agua caliente. “Vale familia, me voy de borrachera”. “OK, enjoy yourself”. “Joder, hoy casi me atropella un suicida circulando por la izquierda”. “OK, enjoy yorself”. “La Solterona, ¡que me viola La Solterona!”. “OK, enjoy your… Kim! What the hell?”.
Todo está permitido, menos palmarla antes de finalizar el curso, que si no no cobran y no hay reclamación que valga. Tampoco vale traer ligues a dormir a casa. Ya se sabe, para algo hay césped en verano por toda Inglaterra, para jugar al fútbol, sentarse a leer, tomar el sol, jalarse el packed lunch con unas pinzas en la nariz, retozar con las amigas y no ensuciar las sábanas de la casa. Claro, así se explica la eterna mancha verde en los vaqueros de la juventud inglesa.
Pues estando así de bien las cosas, te vas adaptando sin aparente esfuerzo a la nueva rutina: Juerga todos los días y mentiras por teléfono. “Que sí mamá, como mucho y me tratan muy bien. Además, como hay toque de queda no nos dejan salir por las noches. ¿Qué por qué no puedes llamar entonces a las nueve o las diez?. Pues… pues porque aquí la gente se acuesta a dormir desde que oscurece, como las gallinas, y no es plan de andar molestando, que está uno viviendo en casa ajena”.
Está fetén todo eso de aplicar en clase la ley del mínimo esfuerzo, llevarte el despertador en la mochila para una siesta cronometrada en los recreos, fumar como un descosido, ser una destilería con patas, o enrollarte con tres inglesas a la vez aprovechando que te vas dentro de unos días y después tararí que te ví. Pero cuando uno nace con vocación de imbécil, lo es en España, en Inglaterra, en la Selva Amazónica, en el water y hasta en la Luna. Sí, sobre todo ahí, que es donde debo andar yo más a menudo.
Y es que siendo uno un Estudiante anónimo con suficiente suerte como para ganarse unas vacaciones por la cara en el Reino Unido, dar con una host family permisiva y causar furor entre las inglesas de 15 a 20 años, no tiene otra cosa mejor que hacer, cagüentodo, que enrollarse con una española con vocación de monja. Una Gitanilla preciosa, sí señor, delgada y casi escultural, inteligente donde las haya, piel morena, pelo rizado y unos ojos negros de los que rompen corazones. Barbie andaluza de las que se miran y no se tocan, como si uno a los diecisiete años sólo quisiera presumir de novia guapa, igual que los empresarios cincuentones.
Pues no señor, uno a esta edad va a lo que va y si no lo consigue, adiós muy buenas, me voy con la fea que se deja tocar el culo y no duda en meterse conmigo debajo de una manta encima de un césped oloroso. Slogan: “Enjoy yourself”. Sin onanismo.
Otra vida artificial contada en verso, un pub madrileño que cierra, un vaso de Heineken escondido en el calcetín y montones de servilletas manuscritas en el bolsillo, , una maldición gitana a cuestas y un pardillo que no volverá a presumir de novia guapa. Londres está muy lejos, Enjoy Yourself.
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