Madrid es una ciudad pagana. Con frecuencia adora a sus dioses, la frigia Cibeles, mujer feroz que exige sanguinarios sacrificios de sacerdotes eunucos, y Neptuno, nombre romano del griego Poseidón, que domina las aguas del planeta trayendo lo mismo calma que horribles temporales.
Madrid tiene otros patronos que levantan menos pasiones: San Isidro el Labrador y Santa María de la Cabeza, matrimonio del siglo XII al que los ángeles le hacían de tractores alados para labrarles sus tierras.
Madrid, como se comprueba en la ingente obra de Goya expuesta en el Prado, al lado de Neptuno, es una ciudad de toros y toreros; se manifiesta, sobre todo, en mayo, con su Feria, en medio de la cual, el día 15, cae la festividad de Isidro, al lado de cuya ermita mana agua milagrosa.
Pues más que de los santos labradores, Madrid es ciudad de esos dioses paganos y del fútbol a través de sus dos grandes equipos que festejan sus triunfos ante sus imágenes que también tienen fuentes, mientras la fiesta que llamaban nacional, parecen ir secándose y declinando.
La diosa frigia, de la actual Anatolia turca, presenta una espantosa crueldad oriental, igual que Neptuno, rodeado de delfines sonrientes, qué hipócrita, poseedor de un espíritu tormentoso del que debemos huir.
José de Cora en su recién aparecida y absorbente novela “La navaja inglesa” cuenta la historia de los sacrificios y castraciones hechos durante la construcción por Carlos III de la fuente de Cibeles; Neptuno, a un kilómetro de distancia, es coetáneo del mismo escultor.
De Cora nos descubre algo extraordinario sobre dioses y creencias: las flagelaciones y demás ritos con sangre de la semana santa son vestigios del culto a Cibeles, aviso del paganismo de Madrid y de tantos españoles.
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SALAS