Quedo con Pablo y Sidney para cenar en el japo bueno-barato de Echegaray. Como siempre, llego media hora antes huyendo de los requerimientos de mi madre para que coma algo antes de salir de casa.
-Mamá, como ya te dicho en repetidas ocasiones, pretendo perder al menos tres kilos para poder entrar en el traje que me pondré en una boda familiar.
Total, que por no caer en la tentación, acabo por beberme España en forma de Mahou mientras espero al adorable matrimonio de yuppies. Cuando llegan yo ya estoy medio pedo. Pablo, que trabaja en Movistar, me pregunta por cierto ligue que conocí una noche loca en un lugar llamado Encuentros VIP. Los chicos heterosexuales lo conocerán de sobra. Podría definirse como 'un cuarto oscuro mixto pero sin el como'. Digamos que no fue mi mejor experiencia. El pelo todavía me huele a zotal, un 'aroma' parecido al bar de la Chueca de los 80, Rimmel, donde yo era una de las tres únicas mujeres a las que dejaban pasar. Las otras eran Maribel y Candy, pero eso es otra historia.
En la taberna japo entablamos una de las típicas conversaciones gays-mariliendre.
- Que no lo llamo, que me da asco que vaya al VIP.
- Pero tú tienes un prejuicio del que careces con tus amigos gays, que se pasan el día haciendo cruising en cualquier sitio.
- Es verdad, tengo un prejuicio, idealizo las aventurillas de mis colegas como quien ve una peli, pero cuando me toca a mi formar parte de una especie de desinhibición sexual me pongo en guardia, cero que todas las mujeres somos así.
- Para nada, tengo una compañera que me preguntó cómo podía ir al VIP, si querías ir con ella. Se tira sin remordimientos a todo el que puede.
Y para ilustrar esta sentencia, Pablo empieza a relatar una historia digna de Almodóvar, que es interrumpida por una llamada de mi madre.
- Cuando llegues, saca del congelador la tartera que pone caldo de marisco, pa la paella.
- Yo no voy a comer arroz, mamá
- ¿Qué pasa? ¿No te gusta?
- Es que no me escuchas.
- Si te escucho, pero tendrás que comer. Saca también un par de filetes, por si vienen tus tíos.
Ni en 'La flor de mi secreto' se recrea tanto la situación límite que se vive en mi casa. Cuelgo y Pablo sigue con la historia de su amiga liberada sexualmente.
- Resulta que me llama un día y me pide que acceda a su cuenta Movistar y le diga a qué número ha llamado sobre las seis de la mañana.
- Míralo tú.
- Me he dejado el teléfono en casa de un tío que me tiré ayer e intento llamarle para que me lo devuelva.
- Lo siento, por confidencialidad sólo aparecen los cinco primeros números.
- Joder, voy a tener que ir a su casa, pero ¿y si está casado? ¿Le dejo una nota poco comprometida en el buzón?
La historia acaba con una llamada del susodicho, tres días después, explicándole que según acabó el polvo se fue de viaje y acaba de volver, encontrando la nota y el móvil en el suelo.
- Era un niñato de INEF que estaba como un queso, pero medio alelado. ¡Qué mala es la noche!
Con esta reflexión sobre las sexualidades vuelvo a casa de mi madre y encuentro, por si me he quedado con hambre, un bocata de jamón.
- 'No mandé mis naves a luchar contra los elementos' pienso mientras avergonzada, reconozco que la tortura conocida como gota malaya no se inventó por nada.