Me encanta Stefan Zweig y me ha encantado leer esta crónica de la gesta de Magallanes así como la información que previamente a la circunnavegación del globo nos da el autor centroeuropeo sobre el navegante portugués para así poder comprender en sus justos términos la hazaña que emprendió bajo bandera española; una hazaña que por minusvalorar al enemigo -¡no hay enemigo pequeño!, conviene no olvidarlo nunca- no pudo disfrutar en su culminación. Personalmente me ha gustado mucho enterarme de aspectos de esta historia que no conocía por habérsenos hurtado a los de mi generación y también a los de las actuales a quienes se les dan distintas versiones manipuladas siempre en función de no sé bien qué clase de intereses políticos.
Siempre me pregunté por qué si Juan Sebastián Elcano, marinero vasco que logró arribar el 6 de septiembre de 1522 al puerto de Sevilla con 18 compañeros supervivientes de los 265 que habían partido un día 20 del mismo mes pero tres años atrás, no se le homenajeaba ni alababa suficientemente en su patria chica. Por qué hoy, a los 500 años de la enorme aventura, los españoles pasamos sobre este increíble descubrimiento, el de la esfericidad de la tierra, como sobre ascuas. Pueblos hay que han logrado mucho menos a lo largo de la Historia y no hacen más que acogerse y autoalabarse por sus logros nimios. En fin, ya se dice -y penosamente creo que es cierto- que los españoles somos los únicos en el mundo que disfrutamos machacándonos y minusvalorándonos. Menos mal que han existido intelectuales independientes (esto es un puro pleonasmo, pues un intelectual debería siempre ser independiente) como este austriaco genial que saben colocar debidamente los puntos sobre las íes. Y conste que el texto de Zweig no es especialmente amable con España, Elcano y los españoles, pero sabe valorar en lo que se merece lo que se realizó en los 30 años que van de la gesta colombina a la de Magallanes: se avanzó más en esas tres décadas que en los dos mil años anteriores. España y Portugal, siempre criticadas por su intransigencia inquisitorial, lograron derribar los muros que desde Ptolomeo, luego santificados por toda la curia papal, el mundo arrostraba desde los romanos e incluso antes.
Fernando de Magallanes, que ha sido tripulante de no pocas expediciones portuguesas a las zonas africanas y que ha llegado con ellas hasta la India con Vasco de Gama en 1498 tiene noticias de que existe una ruta occidental más corta hasta allí salvando las tierras descubiertas por Cristóbal Colón que ya se sabe en ese momento que no es la India. Hay planos y testimonios de la existencia de un paso por mar hasta el siguiente Océano. Magallanes que ha cobrado notoriedad desde que avisara a Vasco de Gama de la traición que el rajá de Cochín preparaba contra los mercaderes portugueses desea realizar este viaje por ese canal que dice saber dónde está. Pero a Portugal ahora no le interesa esta empresa y como con Colón el rey Manuel despacha a Magallanes a quien nunca tuvo mucho aprecio. Fernando de Magallanes busca financiación para su viaje y bandera bajo la que realizarlo. De nuevo será España, esta vez ya bajo la férula de un jovencísimo Carlos I quien dará las facilidades precisas para realizarlo. Y así comenzó la aventura de este hombre. En Sevilla, en 1518, se empieza a construir y a preparar la flota de cinco naves que el 10 de agosto de 1519 abandonará los astilleros sevillanos dirigiéndose a Sanlúcar de Barrameda de donde un mes más tarde, concretamente el 20 de septiembre, iniciarán una aventura que durará nada más y nada menos que tres años y en la que perderá la vida el Almirante de la flota y, salvo 18 tripulantes a las órdenes del vasco Juan Sebastián Elcano, la totalidad de quienes se enfrentaron a la misma.
(De Magellan_Elcano_Circumnavigation-fr.svg Sémhurderivative work Armando-Martin (talk) - Magellan_Elcano_Circumnavigation-fr.svg, CC BY-SA 3.0, httpscommons.wikimedia.orgwind)
No digo más porque la Crónica de Stefan Zweig merece ser leída y disfrutada. Tan sólo quiero señalar, como bien advierte el autor en el prólogo escrito por él mismo en 1937, que la aventura de Magallanes fue audaz e inmensa, su éxito tremendo y que afortunadamente en su tripulación viajaba un italiano de nombre Pigafetta que dejó en su diario cumplida cuenta de los avatares del viaje. El cuaderno de bitácora del propio almirante Magallanes se perdió con el barco que comandaba, el Trinidad; conocemos los extremos del viaje por "Relación del primer viaje alrededor del mundo", el libro que en 1524 publicó el mismísimo Antonio Pigafetta.Las alabanzas a la audacia de Magallanes que vierte Zweig las realiza en 1937 teniendo por inmenso progreso el viaje que en ese preciso momento él está realizando hacia Brasil en un moderno y seguro trasatlántico que lo lleva de Europa a Río de Janeiro en sólo unas pocas semanas y desde el que está comunicado con cualquier parte del mundo a través del 'modernísimo' telégrafo. ¡Si eso pensaba Stefan Zweig a finales de la década de los años 30 sobre el mérito de la gesta que realizara Magallanes 400 años atrás, que no diría hoy el maravilloso escritor vienés si hubiese tenido la oportunidad de conocer los inmensos avances de los que disfrutamos en la actualidad!
Para finalizar
Releyendo las dos reseñas que en lo que va de 2019 he hecho de obras de Stefan Zweig leo en la primera de ellas, "Ardiente secreto" [leer reseña pinchando en el título], que uno de mis propósitos para este año que acaba de iniciar ya su noveno mes era leer más de este europeo insigne que en 1942 decidió, precisamente en Brasil, poner fin a sus días por el convencimiento que tenía de que Hitler sería el ganador de la Guerra Mundial. Afortunadamente para nosotros erró en esto; yerros que no comete (yo al menos no alcanzo a vérselos si es que los hay) en sus obras tanto de ficción como de no ficción, categoría en la que se englobarían la que es objeto de este post y también "María Estuardo" [leer reseña pinchando en el título], el segundo título del autor leído por mí en 2019.
Me encanta comprobar que a veces sí que cumplo aquello que me propongo. Pocas son, desde luego; de ahí mi propia sorpresa.