La verdad sea dicha, es que el sueño de Alex fue bastante raro, o más bien demasiado normal. No era uno de sus sueños habituales, sino que era un sueño casi real. En su sueño Alex no era ni un futbolista, ni una estrella del rock, ni siquiera un superhéroe, tan sólo era el Alex de siempre. Era el mundo lo que no era normal porque había algo anormal en él: la felicidad se podía comprar.
La gente pagaba dinero por la felicidad igual que se paga por un coche, por un juguete o por una tele de plasma, y estaban todo el día felices. Iban sonriendo a todas partes y estaban siempre de buen humor. Sólo los que no podían pagar la felicidad, es decir los que no tenían el dinero suficiente para ello, eran infelices en el sueño de Alex, porque el resto de la gente lo hacía. La verdad, creía Alex, era gracioso ver como la gente entraba triste en un establecimiento donde ponía “VENTA DE FELICIDAD” y salía con una gran sonrisa en la cara . <<¡Qué raro es el mundo!>> Pensó entonces Alex.
Como el día siguiente no podía dejar de pensar en el dichoso sueño, Alex decidió contárselo a su madre, ya que era a la persona que más quería en el mundo. Así, el curioso Alex le preguntó a su madre:
– ¿Mamá, tú qué harías si se pudiese comprar la felicidad? ¿La comprarías?
– Pues no lo sé hijo, a veces creo que puede ser necesario comprar la felicidad porque las personas no son ni están siempre felices-dijo su madre-. Es más, hay personas que nunca experimentaron la felicidad hijo, y para ellas quizá el hecho de que la felicidad se pudiera comprar sería una bonita solución.
– Pero mamá-murmuró Alex-y si la felicidad se pudiera comprar … ¿Tú te habrías casado con papá y me hubieras tenido a mí y a mi hermanita? ¿Qué sentido tendría entonces el hecho de haber vivido todo eso? ¿Es que acaso esas cosas, como tantas otras en tu vida, no te aportaron la felicidad que necesitas? Y la madre de Alex, que no había pensado en todo lo que le había expuesto su hijito, contestó muy sorprendida:
– Tienes razón Alex, si la felicidad se pudiera comprar la gente preferiría hacerlo a antes que vivir por sí mismos algo que pudiese hacerlos felices de verdad. Después de esta breve conversación con su madre, Alex se quedó un poco más tranquilo, pero como el sueño se le había clavado tan adentro, de camino al cole se puso a cavilar acerca de todas las consecuencias que conllevaría el hecho de que su sueño se
pudiese hacer realidad.
Así, mientras caminaba por la avenida, Alex pensó que si la felicidad se pudiera comprar se haría un negocio de ella como se hace de casi todas las cosas de hoy en día, que habría felicidades menos felices por la que se pagaría menos y “felicidades de lujo” por las que se pagaría más. Y no sólo eso, ¿quién te aseguraba que la felicidad comprada sería la verdadera felicidad y no la felicidad de otra persona? <<<¡Qué lío ésto de las felicidades!>> pensó el pobre Alex.
Y así entre pensamiento y pensamiento, Alex llegó al patio de su colegio donde lo esperaban sus amigos Juan, Pedro y Manu. Y lo primero que se les ocurrió preguntarles fue:
– Chicos ¿qué creéis que pasaría si se pudiera comprar la felicidad?
– Pues yo creo que sería un caos Alex -dijo Pedro-porque la gente se volvería loca por comprarla y se convertiría en un negocio bestial, como el de los videojuegos.
– Yo pienso lo mismo-asintió Juan.
– Yo creo que la gente dejaría de vivir para comprar felicidad -dijo Manu. Y eso es un problema, ¿o no?
– La verdad chicos es que yo creo que si se pudiera comprar la felicidad dejaríamos de verle el sentido a la vida en sí misma, porque todo lo que hacemos en ella, todo lo que experimentamos a través de ella está orientado cara la búsqueda de la felicidad y si tal búsqueda no existiera, la vida no tendría sentido, seríamos como cáscaras vacías, sin fruto. Nos convertiríamos en máquinas o robots y estaríamos hechos para llevar a cabo una tarea. Yo soy feliz yendo a jugar al parque con vosotros y si pudiera comprar la felicidad ya no tendría sentido hacerlo. Entonces los cuatro niños se quedaron pensando pero, apenas unos segundos más
tarde, el sonido del timbre de clase les hizo volver a la realidad y, así como paró de sonar, Alex añadió:
– ¿Quién se viene después a echar una al escondite?