Magia en la antigua Roma

Por Selva Del Olvido


El hombre romano se presenta como un ser racional, guiado por valores como la austeridad y un estricto sentido del honor. Sin embargo, esta imagen, una más de las que hemos adquirido a través de nuestra formación cultural desde la educación más elemental, es una falacia. El romano medio destacó siempre por ser un hombre profundamente religioso. Y junto a la religión se presentaban una serie de creencias paralelas que dominaban la evolución de la sociedad romana.
En la ciudad del Tíber la creencia en la efectividad de las prácticas mágicas lo empapó todo desde un inicio. Así, tal y como nos transmite Plinio el Viejo, en el documento legal más antiguo de esta civilización, la célebre Ley de las Doce Tablas ya se legisló sobre este asunto: “Quién mediante carmen (canto o fórmula mágica) causara algún tipo de daño [...] se le aplicará el talión.”. La magia era ejercida de forma habitual y se consideraba una actividad inseparable de otras prácticas como la agricultura o la medicina. De esta manera, Catón el Viejo nos transmite en su obra gran cantidad de referencias a remedios y recitaciones mágicas.
La existencia de personas que ofrecían sus capacidades para las artes arcanas a cambio de un módico precio era bastante común en los mercados de las ciudades romanas. Así mismo vemos como se valoraba especialmente a los esclavos que poseían este tipo de habilidades, para las que, según la concepción de la época, tenían una predisposición natural.

Pero aunque las prácticas mágicas no eran consideradas como algo malo, si que había cierto temor a las prácticas de magia negra, que parece que eran más que frecuentes pese a la dureza con la que castigaba la legislación dichas prácticas a lo largo de todo el período de la República y el Imperio (sobre la etapa de la Monarquía hay pocos datos). Parece que era frecuente, entre las clases altas sobre todo, la creación de tablillas de maldiciones, con las que se pretendía dañar al ser odiado. También era frecuente la aparición de figurillas a las que se les aplicaba algún tipo de daño esperando que éste se reprodujera en la persona a la que se destinaba la maldición. Pero, ante todo, el mayor miedo de las gentes de la época se centraba en el uso del veneno. Es esta última práctica la que aparecerá por primera vez en la legislación de época imperial, dando lugar al término magus.
A pesar de los intentos de autores como el propio Cicerón intentando acabar con este tipo de supersticiones dichas prácticas van a seguir cobrando fuerza y será, ya en época imperial, cuando adquieran su máximo desarrollo, adoptando formas muy particulares gracias a las corrientes culturales procedentes del mundo helenístico. Solo en este contexto es posible entender el grado de especialización y refinamiento que llegaron a presentar las artes arcanas en esta etapa.