Eran los años 70, los libros eran un misterio a explorar y algunos más que otros. Este, por ejemplo me fascinaba y al mismo tiempo me producía un temor respetuoso y admirado por todo lo que podían encerrar Las siete puertas.
Nicolás era un chico al que cada jueves obligaban a visitar a una tía abuela rara y vieja en una casa también rara y vieja. La tía lo dejaba solo en una salita que tenía siete puertas de siete colores distintos. Nicolás abría una por día y detrás de ellas descubría cosas imposibles: una selva con tigra y tigrecitos, una princesa que tomaba el té sobre una mesa transparente llena de pececitos de colores, un cielo surcado de barriletes…
Cada puerta era un misterio, y como tal me asustaba y me llenaba de ansiedad.
Cuando Nicolás ya había recorrido cinco de las siete puertas, la tía abuela se mudó a Mar del Plata y la casa se vendió. Nicolás nunca pudo saber qué había detrás de las otras dos puertas.
Y yo, tampoco.
Ilustraciones de Beatriz Bolster