La costa de Barcelona, en el pasado difería mucho de la que podemos ver hoy día, y posiblemente diferirá bastante de la que podamos ver de aquí a unos años, debido a los procesos erosivos y sedimentarios de sus costas. Tanto es así, que si estuviéramos en aquella época en la playa de la Ciudad Condal, podríamos divisar una isla mar adentro. No, no es ninguna isla mítica, sino la isla de Maians.
Progresión de la costa
Durante la baja Edad Media, Barcelona no tenía un puerto delante de su costa, tal y como lo conocemos en la actualidad. De hecho, el puerto estaba situado en la parte sur de Montjuïc, donde existía una rada entre la montaña de Montjuïc y la costa, la cual estaba mucho más alejada (posiblemente se ubicase a la altura de la Gran Vía) que permitía el amarre de los barcos. Posteriormente, y debido a la actividad de avance del delta del Llobregat (2 m al año de media), fue rápidamente colmatándose y dejándolo sin servicio.
En la parte norte, la costa recibía los sedimentos del río Besos, los cuales eran redistribuidos por las corrientes Norte-Sur dominantes en la costa barcelonesa. Estas corrientes, en llegar paralelas a la costa hasta los pies de Montjuïc -el cual ejercía de barrera a los sedimentos-, cerraron con una barra de arena las antiguas marismas del Cagalell (ver El Cagalell, una marisma a pie de Colón) y formaron un islote de arena que sobresalía de la superficie del mar, a un centenar de metros de la costa.
Isla de Maians en 1492
Al cenagarse progresivamente el puerto "titular" de la parte sur de Montjuïc, los mercaderes debían varar sus naves en la playa de delante de la ciudad y desde ahí descargar las mercancías..., si podían, claro. Los temporales de Levante atacaban duramente las playas de Barcelona -exactamente igual que hoy en día- y los navegantes pidieron que se hiciera un puerto de resguardo realmente eficaz.
En 1438, Alfonso V el Magnánimo dio el visto bueno a las autoridades barcelonesas para la creación de un muelle en la playa. Por lo visto, la obra no estuvo muy bien comenzada y en 1447, se encargó un nuevo proyecto de muelle al ingeniero de Alejandría, Stasio. Sin embargo, no fue hasta el 20 de septiembre de 1477 cuando Juan II puso la primera piedra del muelle transversal a la costa, que permitió amarrar naves con una cierta seguridad.
Tanto éxito tuvo, que el 16 de noviembre de 1484 se inauguró las obras para el alargue del muelle hacia el este hasta la isla de Maians, uniéndola entonces con el continente. En los siglos posteriores, el muelle -llamado Moll de la Santa Creu- fue alargándose progresivamente hacia el sur, creando un recinto cerrado a norte y este, pero abierto a sur, germen del actual puerto de Barcelona.
Barcelona a mediados del s. XVIII
La isla de Maians, al quedar de esta forma a barlovento del muelle, el cual interceptaba las corrientes del norte cargada con arenas provenientes del Besós, acabó por desaparecer por colmatación. Esta zona de sedimentación de arenas, empezó a extenderse según se extendía el muelle durante los siglos posteriores, haciendo una zona de tierra firme ocupada por cabañas de pescadores. Posteriormente, esta zona fue ocupada por desahuciados del derribo del barrio de la Ribera afectados por la construcción de la Ciudadela tras el 1714, siendo el germen del actual barrio de la Barceloneta.
La isla de Maians, no fue una gran isla, pero existió. Cuando esté comiendo unas gambitas con una cerveza fresca en cualquier bar de la Barceloneta, recuerde que puede estar encima de una isla que ya sólo está en nuestra memoria... y como título de una novela de Quim Monzó.
La Barceloneta, sobre la isla de Maians