Desde el tercer aparcamiento de Cantocochino en La Pedriza, salimos caminando por la amplia pista paredaña al río Manzanares. En el kilómetro catorce tenemos que cruzar el Arroyo del Chivato y emprender una subida seguramente lenta, pero sin pérdida pese al numeroso entramado de sendas que se entrecruzas, se encuentran... es un balbuceo de bebé que comienza a expresarse y no consigue quedarse aún con la palabra adecuada
Poco más arriba, a la altura de mil seiscientos diez metros, encontramos la senda secundaria que nos desviará hacia la derecha para llegar, después de un inminente colladito, el conjunto de rocas y praderas de la Majada de Gavilanes.
Y aquí estoy, inmortalizado en esta instantánea fotográfica, en medio del idilio de la Majada de Gavilanes.
Vuela en mi entorno una suave brisa invisible que llega a impulsos del corazón de la tierra, es la respiración de la naturaleza que libera mis pulmones y mi corazón, suena en el ambiente la música de los acordes de “El Bosque”, una pieza breve para guitarra y orquesta, deFernando Sors (Barcelona 1778 - París 1839)
Mi vista es una flecha de luz que sortea el verde de las cumbres cercanas y vuela con las águilas más allá de las copas de los pinos y de las retamas de los collados; es una bengala luminosa que envuelve las alturas de la sierra del fondo asombrada de siglos y de versos de poetas de todos los tiempos.
En la Majada de Gavilanes, cierro los ojos y veo rostros humanos conocidos que se asientan en las cumbres cercanas y lejanas; veo desfigurados rostros que mi memoria va borrando entre el tiempo y la distancia, rostros que mudan de figura y de recuerdo como pompas de nube entre los claros azules del cielo. Me imagino rostros de siglos pasados a los que nunca llegué a ver y que caminaron por la tierra igual que estas nubes blanquecinas que pasan en baile de instantes sobre las cumbres de las montañas y bajo las cornisas del cielo.
Y bajo mis pies la humedad del suelo florecido en fertilidad de hierba y promesa de alimento para los animales que por aquí esperan a que los humanos les dejemos libre la pradera; y por doquier, el silencio sosegado de la piedra que aquí en la Pedriza tiene mil formas y mil nombres.
Suena la guitarra y la orquesta de “El Bosque” de Fernando Sors y yo medito un futuro de libertad y de Paz para todas las personas y la naturaleza entera.
Javier Agra