“Invadimos una aldea, nos dijeron que matáramos a todos, eran de la etnia lendu, incendiábamos las casas y disparábamos a los que salían de ella sin importar quiénes fueran. De una casa salió una mujer embarazada, apenas podía correr. La acorralamos y empezamos a bromear sobre lo que podía llevar en el vientre. Ella lloraba mucho y sus gritos ya nos fastidiaban. Con un machete le abrimos la barriga, sacamos al bebé, lo troceamos y nos lo comimos allí mismo”. De todas las atrocidades cometidas por Rasta esta es la que le gustaría borrar de su memoria para siempre, la de un niño secuestrado por el ejército de Thomas Lubanga en 2002, como tantos miles de impúberes compatriotas suyos a los que inyectan el odio en sus mentes con los métodos y acciones más perversas para convertirlos en máquinas del horror.
Conocí a Maruja Moyano a través de su blog La vida en jirones o quizás sea al revés. Me hice seguidor y ella correspondió haciendo lo mismo con el mío. Hace unos días me sorprendió un correo que recibí de Maru; me pedía que le facilitara mi dirección de correo postal, si no me importaba, porque quería enviarme algo. Recibí un ejemplar de su novela, dedicado: Para Antonio “icástico” con todo mi cariño y admiración (más recíproca, imposible). Esta socióloga, coetánea mía, comenzó a trabajar muy joven y en 1976 inició su andadura sindical, a la par que la transición. Su sensibilidad a las desigualdades sociales y a la dependencia de los gobiernos respecto a las corporaciones multinacionales y centros económicos de poder se refleja con nitidez en Makuba. Imposible quedar indiferente, otra cosa es decidir permanecer en ese estado por las pocas armas – eso queremos creer – que tenemos en nuestras manos.
El Congo ha tenido la desgracia de albergar en sus entrañas riquezas cuya codicia ha destapado lo peor del ser humano. Los nativos no han parado de sufrir desde que el genocida Leopoldo II, rey de Bélgica, lo convirtiera en propiedad privada y aniquilara en pocos años diez millones de vidas, cambiando sangre por caucho. Más tarde vendría petróleo, oro, diamantes. Y el coltán, la puntilla. Gracias a este mineral – el oro azul – escribo esto desde mi portátil y puedo utilizar un teléfono móvil o Tablet, entre otras cosas. Por desgracia, también, mueren centenares de personas, en muchos casos niños, sepultados en las minas por avalanchas de tierra y lodo para conseguirlo. La seguridad no existe porque cuesta dinero y la vida allí no vale nada, para qué le vamos a dar un susto a los Beneficios.
La violación de las mujeres se instaura en general en las guerras como una forma más de destrucción del bando contrario, pero, en el Congo, se estima que cuarenta y ocho mujeres son violadas cada hora. Christine Schuler, activista congoleña contra el feminicidio, dijo en una ocasión: “La mujer es la base de la sociedad y la destruyen para destruir a la sociedad. Es una forma de expulsar a la gente de sus pueblos para hacerse con el control de los cultivos, de las materias primas. Es una forma de terrorismo”.
Y así es. Las mujeres son el soporte principal de las sociedades y su violación sistemática, grupal o individual, asegura el desmantelamiento de la cohesión social en las comunidades ultrajadas. Las violaciones, perpetradas en la práctica totalidad de los casos en presencia de sus hijos, sus maridos, de sus vecinos o de sus padres, no solo destruyen vaginas, desintegran literalmente los lazos familiares, el equilibrio de relaciones colectivas. Las mujeres violadas suelen ser repudiadas más tarde por sus maridos y apartadas de los demás. Las que quedan embarazadas fruto de las violaciones no acabarán jamás de integrarse en lugar alguno, malditas ya al concebir y parir los hijos de hombres sin alma.
En medio de todo este caos siempre hay personas que con su trabajo redimen en parte a la humanidad, como el del doctor Denis Mukwege que repara vaginas y anos rasgados, no solo por la penetración forzada de varios hombres, sino por objetos, cuchillos, palos e incluso disparos, para privarlas totalmente de su dignidad como mujeres y seres humanos. Es frecuente que se necesiten tres o cuatro operaciones para paliar los daños infligidos.
“¿La comunidad Internacional? El Ejército Patriótico Ruandés supervisa la actividad minera en el Congo y se encarga de facilitar los contactos con los empresarios y los clientes occidentales. Los destinatarios son EE.UU, Alemania, Paises Bajos, Bélgica y Kazajistán. Mientras tanto, las instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial permiten que continúe el suministro del mineral en esas ventajosas condiciones mirando hacia otro lado”.
No entiendo por qué se llama progreso a ese proceso de intercambio en el que tienen que malvivir y morir a la fuerza millones de seres humanos para que otros millones vivamos más cómodamente y unos pocos, los asesinos morales, vivan en paraísos.