Mal de melancolía

Publicado el 16 agosto 2019 por Carlosgu82

MAL DE MELANCOLÍA

– I –

Corría el bendito año del Señor de 1780, cuando en la ciudad más religiosa de México se esparció una epidemia que diezmó un número considerable de sus pobladores; nada se sabía de la extraña enfermedad, aunque algunos arriesgaron la peregrina idea de que se trataba de un “castigo divino”. Todos languidecían inmediatamente después de sobrevenir una crisis de aflicción manifiesta en copioso llanto y desesperación que terminaba con la víctima arrodillada, con la mirada al cielo y clamando en su último hálito de vida “que el ser supremo se apiade de mi alma atormentada y me permita gozar de la paz de su celestial reino”.

El padre Morabito siendo médico del almas, procurando aliviar también los dolores corporales decía, “los males del hombre únicamente se curan con el arrepentimiento y las plegarias, hasta lograr la purga definitiva con el acto de caridad que dispensa la limosna cuyos sonidos alegran los oídos divinos”. Sin embargo, se encontraba muy sorprendido del extraño mal que aquejaba a la población, pues no creía en el castigo divino, sus feligreses temerosos de los designios celestiales, asistían regularmente a la misa y entregaban su diezmo por voluntad de su corazón, por lo que pensaba “no existe motivo alguno para castigarlos con tan terrible calamidad”.

Sin embargo se preguntaba sobre su posible origen, ya que en su larga vida sacerdotal y de medico, nunca antes había enfrentado un fenómeno tan sorpresivo y peculiar; le resultaba difícil encontrar una solución en sus notas de las lecciones recibidas en su etapa de formación profesional en las aulas de la Escuela de Medicina de la Pontificia Universidad de Salamanca, España, pues no existía referencia semejante a tan caprichoso padecimiento. De todas formas se entregó en cuerpo y alma a encontrar el remedio, aunque creía en el poder de la fe, sabía que una parte dependía además del esfuerzo humano; gustaba practicar al pie de la letra aquello de “ayúdate que yo te ayudaré”, sabiendo que la respuesta es divina, en la que se implica además la voluntad humana para encontrar solución a sus males.

Por esa razón se enfrascó a la búsqueda de una solución inmediata, revisando con especial atención cada uno de los síntomas presentados por los enfermos. Lamentablemente nada parecía coincidir con otros padecimientos anotados en los cuantiosos volúmenes escritos por los grandes sabios que le antecedieron en el antiguo recinto educativo y registrado por los ministros del conocimiento transcritos de viejos manuscritos, sobre las experiencias de curación de tratadistas de la farmacopea medica conservados desde tiempos remotos.

A pesar de su perseverante búsqueda, sólo pudo encontrar una vaga referencia de este padecimiento registrada en una época remota en Mesopotamia, lamentablemente no ofrecía una luz de esperanza en un oscuro camino sembrado de desasosiego, por la cantidad de muertes que diariamente acrecentaba la lista amenazando en dejar una ciudad fantasma, creando turbación y desesperanza en la población que veía una clara manifestación del castigo divino que creían inmerecido, así se rendían abandonando lo que les restaba de esperanza.

– II –

Para colmo de males el día más álgido una anciana parecida a un alfeñique, por tilica de flaca parecida a un cadáver viviente, deambulaba en el interior de la Catedral custodiada de ángeles y querubines, proclamando a voces que “el castigo divino se ha hecho presente”, en medio de su alocución sollozando al pie de “La Dolorosa” le suplicaba “interceder acudiendo a socorrer a tus hijos, poniendo fin con tu poder divino al ‘Mal de Melancolía’”. Nadie se atrevía a callarla y menos a pedir que saliera del recinto sagrado; para la población era de sobra conocidos cada uno de los presagios nefastos que las generaciones de su tronco familiar habían anunciado, con lo que habían logrado prevenir grandes perdidas humanas, al momento del brote de funestos males que aquejaron a la población en el pasado, y que de no haber propuesto remedio, hubieran alcanzado altura de tragedia.

Los ancestros de la anciana se habían dedicado a cultivar la ciencia médica, sólo que lo hacían con métodos que a los ojos de las autoridades de la Iglesia Católica transgredían los estrechos límites de la fe, deslizándose en los de la brujería, el encantamiento, la magia y la superchería, al integrar la observación de los cambios de la naturaleza, como lo habían hecho las antiguas civilizaciones, considerando que tenía sus propias reglas a las que el hombre había venido dejando en el olvido y que en el pasado habían sido de enorme utilidad, ya que permitía evitar catástrofes con base a la interpretación de los signos que se presentaban de manera previa.

Por esa razón no resultaba fácil enfrentar tal contingencia y resolverse a realizar un extrañamiento a la anciana, muy a pesar de estar profanando con sus gritos el recinto sagrado. Ismael el sacristán tuvo el cuidado de informar al obispo de la presencia de personaje tan peculiar y ampliamente conocido por sus desplantes, lo serio era el tono con el que su joven ayudante en la misa se lo fue a comunicar en la sacristía:

–Disculpe usted la impertinencia, padre…

–Adelante Ismael, estaba orando por el alma de tantos hermanos que han muerto, pero dime hijo ¿qué sucede?

–Es la señorita Catalina que de nueva cuenta viene a rogar a “La Dolorosa” su intercesión, pero ya sabe usted que lo hace a grito pelón.

–Querrás decir desmedidamente ¿no es así?

–Pues eso precisamente, no se mide para vociferar lo que un buen cristiano hace hincado en el reclinatorio orando, conservando un respetuoso silencio en la casa de Dios y, para con las otras personas que rezan con fervor pidiendo desde la intimidad de su alma conceder se realice el milagro.

–Tienes mucha razón, pero a nadie se le puede impedir la entrada al recinto sagrado, sin embargo, se puede conminar a realizarlo con el merecido respeto. Dime Ismael ¿qué es lo que vocifera?

–Dice saber el nombre del mal aqueja a la población y dizque tiene una revelación que un arcángel le hizo.

El nuncio se incorporó lo más rápido que su avanzada edad le permitió, tendió la mano a Ismael quien con gran esfuerzo le prestó ayuda; y caminando a su lado dejaron la sacristía hasta llegar donde la anciana Catalina seguía su perorata justo frente a “La Dolorosa”, cuyos ojos parecían observar sin pestañar todo lo que la mujer le decía. Sin tardanza llegaron junto a ella, y tuvieron que interrumpirla pues su excitación le hacía presa de un paroxismo delirante que la envolvía en un mundo ajeno a todo lo que alrededor de ella sucedía.

–Catalina, hija ¿qué pretendes con tus gritos? “ves la tempestad y no te hincas”, te encuentras en la casa de Dios no en la plaza donde puedes levantar tu voz a voluntad, ¿qué falta de respeto es ese? Te pido entres en juicio y me acompañes a la sacristía, no quiero testigos para escuchar tu mensaje. Mientras tú Ismael prosigue con la limpieza del templo, no tarda en que nos veamos obligados a tocar las campanas para celebrar nueva misa de difuntos; ¡Catalina, ven conmigo!

La mujer transformada en manso cordero, siguió con gran obediencia los mandatos, incluso cuando la indicación de sentarse en la silla colocada frente a la del nuncio que sin alterar su tono, le habló con cierta ternura.

–¿El mensaje que me traes y haces en rogativa a la virgencita es de verdad alarmante? Tienes que reconocer que “el horno no está para bollos”, con lo que nuestra gente está padeciendo es suficiente como para alterar más la situación, alarmándola con la proximidad galopante de corceles apocalípticos.

Con la mirada perdida en un punto de la pared, Catalina tardó en emitir palabra, pareciera que le costaba mucho trabajo pensar lo que iba a decir. De pronto comenzó una retahíla que parecía no tener fin.

–Por generaciones mi familia ha tenido videntes reveladores de grandes catástrofes mucho antes de que se presentaran, incluso muchos tuvieron que pagar su osadía con la muerte en manos de los representantes del Santo Oficio, acusados de nigromantes, practicantes de magia negra y por lo mismo enemigos de Dios…

El sacerdote la interrumpió para ubicarla en el mensaje.

–Toda la historia de tu tronco familiar lo conozco muy bien, no tienes que repetirla a pie juntillas, estoy cierto que no ha sido poca cosa tener que lidiar con la gente temerosa por las cosas reveladas por ustedes y sus nefandas interpretaciones de lo que tarde o temprano aparece de forma sorpresiva y sin explicación lógica para el común de los mortales.

Ella continuaba como si no lo escuchara, haciendo pausas intentando hilar una larga historia que pudiera contar de forma sintética.

–… mientras los demás esperan un milagro, mi familia ha venido proponiendo soluciones sólo escuchadas cuando las cosas parecen perdidas. Hoy es uno de esos momentos, de no ser escuchada en el cielo por la madre del señor y poder interceder por nosotros, nada se podrá remediar. Y si usted como la autoridad de nuestra santa Iglesia, presta oídos sordos a lo que tengo que revelar, lo único que permanecerá en pie son los edificios, mientras las muertes se sucederán una a una hasta, no quedar nadie con vida para enterrar a los últimos cadáveres.

– III –

Como el mismo sacerdote no tenía forma de contener la mortandad, buscaba justificar la decisión de escuchar a la anciana, sin que pareciera abandonar sus preceptos religiosos en los momentos más críticos, inclinándose por auspiciar prácticas fuera de todo ordenamiento religioso.

–Dime entonces ¿qué te aconsejó hacer el arcángel?

–Una solución divina revelada en los sueños. Lo hago en nombre de mis padres que usted conoció y segura estoy sigue respetando sus nombres al ser los primeros en entregarse en cuerpo y alma a socorrer a los necesitados en la anterior calamidad que se presentó hace años en nuestra ciudad, cuando nadie tuvo el valor de ayudar, lo hicieron a costa de su vida, al aplicar las medicinas y bálsamos preparados por ellos mismos, pudiendo salvar de los brazos de la muerte a muchos que ya se encontraban desahuciados y con el antídoto pudieron detener de una vez por todas, se siguiera extendiendo el contagio.

–Lo recuerdo, sabes bien que el nombre de tus padres lo repito a menudo en la misa dominical, no sólo en recuerdo de su valiente entrega, también como un ejemplo a seguir, haciendo ver a cada uno de los creyentes su objetivo de ayudar al necesitado, por lo que se les recuerda, honra y emula en la medida de las posibilidades de cada feligrés.

–En memoria de mis padres, le expondré el mensaje revelado antes de que sea demasiado tarde, serán pocas las cosas por escuchar de mis labios, mis palabras encierran una verdad necesaria de creer, de no ser así, poco se podrá poner en práctica en el auxilio de los cuerpos, de no poder frenar el ataque nuestras almas tendrán su merecido descanso, eso será la muestra del poder divino y, quizás la única manera de apagar el fuego de la soberbia que tanto consume al hombre. Por esa razón, es preciso dar a conocer el nombre del mal que se presenta en forma de un padecimiento fulminante, la manera de atacar la voluntad de la población hasta consumir su esperanza; por ese motivo se le conoce como “mal de melancolía”.

–Espero que sepas con claridad lo que dices, sobre todo lo conducente para combatirlo, es muy importante saber los detalles, por principio de cuentas cómo fue la revelación y dame una razón convincente de ser una señal divina concedida a tu persona para darla a conocer…

Catalina lo interrumpió intentando aclarar que la gente no lo entendería del todo, que les resultaría contrario a la lógica común.

–Precisamente porque no se trata de un privilegio, más bien de una pesada loza que se coloca encima de los hombros del elegido, quien sin duda debe poseer una determinación a toda prueba, y no flaquear ante los señalamientos de la misma comunidad afectada siempre escéptica ante lo desconocido. Pero sobre todo, estar dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias…

–¡Lo comprendo!, tus padres que murieron ayudando y mucho antes tus propios ancestros, quienes jamás negaron su verdad ante el dolor y abrazador castigo que les infringieron hasta matarlos, a manos de nuestros los temerosos hermanos de la fe, que dudaron de su argumentación. Reconozco que lo más difícil es convencer a la comunidad, es toda una prueba de fe.

Sin rodeos, respondió categórica aludiendo al motivo central del mensaje en la revelación en donde le fuera concedido el papel de mensajera.

–Eso es lo que precisa en este momento “un acto de fe colectiva”, como ya dije, mi revelación se presentó durante un sueño: caminaba acompañada de la mano de un arcángel que señalaba un camino sembrado de cadáveres, literalmente pisábamos mientras caminamos rumbo a nuestra Catedral cuyas cúpulas se distinguían al fondo de la escena dantesca. Después de un agotador trayecto, logramos ingresar por la reja de su enorme atrio y dimos cuenta de cómo lo que restaba de población se encontraba haciendo larga fila esperando su turno para aproximarse a la gigantesca montaña de joyas y cosas de valor que se apilaban al centro del atrio, hasta lograr depositar su aportación; mezclada con desgarradores gritos de desconsuelo y grotescas muecas, mientras alzaban sus brazos realizando una danza clamando compasión al cielo.

Cuando llegamos al pie de la montaña, la gente se iba hincando mientras se santiguaban mirando al arcángel que procedió a levantar su espada y del cielo bajo un rayo que la envolvió en llamas, procedió entonces a encender la montaña que ardió como una pira de riquezas; todo se consumió con rapidez, desapareciendo de pronto las cenizas que habían quedado y fue cuando la gente gritó de alegría al sentirse aliviada de sus males. Pasaron las horas entre celebraciones de jubilo y fervorosas muestras de agradecimiento dirigidas al cielo; y cuando la noche tendió su negro manto abrazados emprendieron el regreso a sus hogares, dispuestos a recomenzar su vida.

–Hacer los mismo resultaría una verdadera locura, ¿cómo justificaría un llamado tan increíble, sobre todo ahora que la epidemia la tenemos encima de nosotros, como un animal hambriento devorando a nuestros hermanos?

–Esa es precisamente la señal, se manda padecer para llamar nuestra atención que se encuentra dormida, ¡sólo así se puede corregir el camino!

–Eso sería como pagar por tener protección divina, para eso se promueve practicar la “caridad”, ayudando a los demás.

–Para el común de las personas, la caridad es un acto de brindar lo que le sobra, sin desprenderse de cosas de valor y apego. Ofrendar es una manera de desprenderse del atesoramiento; soltar lastre de una carga que nos instala en la comodidad individual. Todos escuchamos temerosos las campanas de duelo, sería un milagro que sonaran de manera distinta.

–Lo mejor sería que sonaran en un tono de esperanza, ¿no es así?

Por primera vez llegaron a un espontáneo acuerdo que lo dijeron al unísono.

–¡A sonar las campanas!

Considerando que no había tiempo que perder, el padre puso en marcha “el plan divino” de salvación de la población.

–Ismael, corre a tocar las campanas en tono de jubilo, y cuando veas a la gente reunida en el atrio, calles aledañas a la Catedral y la Plaza adyacente, avísame que deseo dirigirme a ellos exponiéndoles el sentido del llamado.

Así lo hizo Ismael con la cara llena de sorpresa, al no lograr comprender lo que realmente significaba congregar a la gente en un momento tan delicado. Obedeció sin dejar de mostrar su molestia, convencido de que el padre había sido contagiado por la locura de Catalina, resultando más agresiva que la epidemia misma.

Cuando la gente se reunió en gran número, el nuncio hizo acto de presencia en la cúpula de la Catedral y elevando la voz, se dejó escuchar por la gran mayoría de la gente que guardo primero un frío silencio que pronto fue roto al ser enterados de la propuesta de ir a casa a tomar las cosas de valor que pudieren trasladar y venir a depositarla alrededor de la Catedral.

Cuando la gritería impidió que pudieran ser escuchados los gritos desaforados del sacerdote, la muchedumbre se agitó violentamente hacia la puerta que conduce a la cúpula a través del campanario, con la idea compartida de hacerle pagar su osadía en un trance tan difícil. No fue necesario hacerlo, su cuerpo cayó entre la multitud que logró apartarse, al verlo manotear en el aire y estrellándose en las baldosas del atrio quedando convertido en una masa sanguinolenta. Mientras la sorprendida muchedumbre dirigía su mirada a las alturas, lograron ver a Ismael que a pesar de ser el responsable de la muerte del sacerdote, con rostro enardecido, ejecutaba amplias señas hacia donde la anciana Catalina trataba de escurrirse, para no ser víctima de las acometidas furiosas de la muchedumbre, azuzada por Ismael que con gritos estentóreos la señalaba como la responsable de tan loca idea.

–Agarren a la anciana Catalina y quémenla con leña verde ¡maldita bruja!

Quizás en lo único que esa noche se parecía a la revelación que el arcángel le hiciera a Catalina, fue que en el lugar donde la espada celestial hizo arder y desaparecer las cenizas las riquezas de la población, fue el mismo donde quedaron las cenizas de Catalina, mientras que la gente abrazada regresaba sin prisa a sus hogares, sin sentir ningún remordimiento.

La mañana siguiente llegó con el glorioso anuncio de que la peste comenzaba a ceder, reflejándose directamente en la cantidad de fallecidos que comenzó paulatinamente a descender hasta que un día no hubo más ninguno. La vida recobró su ritmo normal y el recuerdo de lo sucedido cobró los tintes anecdóticos propios de la gente de provincia, para quien estaba claro el milagro producto del sacrificio del padre Morabito y Catalina.