Pues eso. La moral de las tropas hispanas se rearma en base a los batacazos de los otros. No la de los futbolistas, que parecen ser los únicos que conservan la calma en esta jaula de grillos en la que se ha convertido la futbolería española tras el KO ante Suiza.
Tras la debacle de Francia -que no debería sorprender a nadie, porque Zidane sólo hubo uno, y tardará en aparecer otro igual-, la jornada se abrió con el inesperado traspiés de Alemania ante Serbia. Si los germanos fueron tan dados a las teorías de la conspiración como lo somos por estos lares, sin duda relacionarían el pésimo arbitraje de Undiano Mallenco con su nacionalidad. Y, aunque se trata de gente por lo general sensata, si lo hacen, tendrán razón, porque ningún argumento futbolístico puede explicar la derrota de la Mannschaft ante los de Radomir Antic. Ocurre que, de vez en cuando, hay accidentes.
La sobremesa nos dejó un buen partido entre Eslovenia y Estados Unidos. Los europeos, un pequeño país escindido de este artificio letal que fue Yugoslavia, tienen un talento innato para los deportes colectivos, pero les falta rematar a sus víctimas cuando éstas se retuercen en la lona. Le pasa a su selección de basket, que presume de talento en cada gran cita hasta que llegan los cruces, y a la de fútbol, que no supo conservar una renta de dos goles ante los voluntariosos yanquis. Con todo, Eslovenia manda en el grupo, una hipótesis inimaginable hace apenas una semana.
Y manda porque Inglaterra, una de nuestras favoritas, está dando pena. Tiene a varios jugadores superlativos que no son ni la sombra de sí mismos. Ni Rooney, ni Gerrard, ni Lampard, ni Lennon… A Capello no le está funcionando ninguno de sus hombres clave. Ante Argelia relevó a Green por James, el rey de las calamities, que al menos mantuvo el marco a cero. Básicamente, porque los sobrinos de Zizou jugaron con más miedo que vergüenza. Ni en el mejor de sus sueños hubieran imaginado medirse a los Tres Leones más mansos que se recuerdan desde hace tiempo.
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