Si buscas en el diccionario la definición de mala hierba te saldrá algo como: planta perjudicial que estropea los cultivos o persona que corrompe a los demás. Y si piensas en el concepto 'mala hierba' probablemente se te vengan a la mente esas molestas matas que te afean el jardín o te hacen heridas cuando las rozas accidentalmente.
Pero lo curioso es que las margaritas y las amapolas que crecen cada primavera en las lindes de los caminos también son malas hierbas y se convierten en la pesadilla de cualquier agricultor. ¿Cómo es posible que unas flores tan bellas sean algo indeseable? Estas dos especies de flores al elevado el término 'mala hierba' a la categoría poética convirtiéndose en toda una metáfora de muchas cosas.
Hace unos días, Mr. Preppy y yo fuimos en busca de campos de amapolas donde hacer fotos y este fue el resultado.
Como malas hierbas que son, las amapolas aparecen en los campos cada primavera sin ser llamadas. Inundan el horizonte con su manto rojo abriéndose paso entre cardos y tallos secos. Su color carmesí se ha convertido en todo un símbolo del recuerdo de las miles de personas que perdieron su vida en las guerras mundiales, pues sus pétalos inspiraron uno de los poemas más evocadores de esa época: 'En los campos de Flandes', de John McRae.
Precisamente esa condición de planta "indeseada" que crece hasta en los lugares más hostiles es la razón, ya que, incluso con los campos erosionados por los conflictos bélicos que asolaban Europa a principios del siglo XX, las amapolas seguían creciendo entre los senderos de Francia y Bélgica. Crecían entre el caos, la muerte, las trincheras y el horror, como si nacieran para recordar la sangre derramada.
Qué bonito, ¿no? Una "mala hierba" tan hermosa que, aunque la maten mil veces, vuelve a salir cada primavera con más fuerza que nunca, reivindicando su lugar en el mundo.
El afán por querer eliminar las amapolas de los campos de cultivo es una razón que me hace odiar los actos humanos, aunque lo entiendo. Sé que estropean los cultivos que luego son nuestro alimento. Pero el año pasado, cuando pudimos por fin salir de nuestro encierro para estirar las piernas y respirar aire puro, el campo estaba más salvaje y hermoso que nunca. Jamás lo había visto así de bonito. El hecho de no poder ir a robarles la vida a las plantas silvestres había logrado un paisaje inigualable.
Siempre recordaré con cariño esos paseos en los que poder admirar el dulce contoneo de una amapola con el viento me parecía lo más emocionante. No sé si volveremos a ver los senderos de aquella manera...
La belleza de una amapola no es algo que podamos atesorar. Sus pétalos pierden su forma al poco tiempo de haberlas cogido. Es una planta salvaje a la que hay admirar en su lugar de nacimiento, sin ser codicioso, simplemente dejándola ser.
Fotos hechas por Manuel Laya / Luxmantica Photos
PD: el vestido es un modelo antiguo de Oysho con tela de sirsaca a rayas. Ya lo había sacado en una de las entradas dedicadas a nuestro viaje a Barcelona.