Por: Claudio Sánchez Castro
Mala leche (León Errazuriz, Chile, 2004) es una de esas historias que no distingue de fronteras ni banderas. Si bien el escenario elegido para el desarrollo del film es un suburbio de la ciudad en Santiago de Chile , esta realidad tampoco distingue clase social ni color de piel. En la película dos jóvenes se ven envueltos en una serie de situaciones complejas debido a errores inocentes que detonan no sólo una persecución física sino también psicológica.
Todo comienza cuando los personajes principales, dos amigos, caen en la trampa de los traficantes de drogas. En el momento en que se disponían a hacer una transacción con cocaína algo falla y se ven obligados a huir. Habiéndolo perdido todo (la mercancía y el dinero a cobrar) se tendrán que enfrentar al jefe que controla las actividades ilícitas en las que se han visto inmiscuidos y comenzar a pensar en cómo recuperar el dinero perdido en un lapso fatal de dos días.
En estos dos días se suceden innumerables acciones que complican aún más la realidad de los personajes, desde robos menores, hasta el posible embarazo de la novia de uno de ellos, asesinatos y balas, además de la necesidad de tener el poder a partir de la posesión de un arma de fuego que según ellos les otorga el control sobre la situación. Estas son algunas de las características de una película que se esfuerza en conservar el estereotipo de la marginalidad sin mostrar una salida posible a todos los males de la sociedad (chilena en este caso).
Luego de ver grandes ejemplos de la violencia latinoamericana (Ciudad de Dios) la fórmula parece haber logrado consolidarse como algo que vende un producto, más allá de lo que se pueda decir de su calidad narrativa o estética. En Mala leche la apuesta es por develar un submundo marginal, periférico a la realidad de la ciudad, las características de la historia nos muestran una juventud sin valores ni moral, pero ojo, esa juventud no es la que compra ropa cara en los malls, no son los que pagan todo con tarjetas de crédito. La juventud degenerada es una vez más aquella que nos quieren mostrar como eso, son los que habitan la otra ciudad los que perturban el orden de lo formal en el esquema social, por eso hay que verlos cómo a seres humanos vulnerables se nos dice entre líneas durante todo el largometraje, hay que ayudarlos.
La película está dentro de los marcos de lo que es la porno miseria, esa forma de mostrar nuestra pobreza for export, que conmueve al prójimo y que provoca una reflexión autocomplaciente. El film se nutre del sensacionalismo light, de las dificultades a las que nos enfrenta el director para entender el modo de hablar de los personajes suburbanos, de todo aquello que pueda impactarnos sin una razón explícita.