"...los caminos prohibidos, solitarios, donde ella puede pedalear más rápido, imaginar quizá, aunque sea fugazmente, el sabor de una libertad que no conoce."
Es un fugaz momento aquel en el que todo se tuerce ("sin nosotros saberlo, el espanto anidaba allí mismo, justo en la alteración de la rutina"), aquel en el que voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente, el abismo se abre ante los pies de estos protagonistas y los deja colgados de él, apenas asidos por los hilos que ellos mismos han tejido para alejarse de ese camino marcado al que ahora mismo darían cualquier cosa por volver.
El abismo es como un micromundo paralelo, ajeno y a la vez reconocible. La vida en él trascurre al mismo ritmo que en el mundo grande. Ambos mundos separados por un cristal-espejo. El grande mira y hace como que no ve. El chico grita en silencio, atónito ante la evidencia irrefutable de que sus aullidos silenciosos no romperán el cristal. Nosotros en el mundo grande pero con el tiempo detenido. Invisibles a ambos mundos. De espaldas al más grande que cada vez se nos hace más ajeno. Enfrentados al pequeño que se nos antoja cada vez más reconocible.
"El mundo es impasible ante cualquier cosa que suceda, por inusual, horrible o cruel que ésta sea. Visto así, el mundo no tiene mucho que ver, realmente, con nosotros."Hay señales antes de llegar al abismo, sin embargo. Avisos inadvertidos, pistas que no se saben ver. Hay algo de augurio y de premonitorio en estos relatos, como ese cárabo que aparece en el bosque y que da título al primero de ellos. Y es que no hay cuento sin bosque, real o ficticio. Así como no hay cuento sin bruja, aunque en estos no se acierte a vislumbrar si las brujas y brujos que por ellos transitan merecen la condena o la absolución.
Hay mucho de ambigüedad, también, y de contradictorio ("y lo besó sin ganas de su boca, pero con insaciables ganas de besar"). La mala letra una vez que deja el camino recto, se vuelve sinuosa y sus giros atropellan. No es el suyo un impacto brusco pero nos deja comatosos, hipersensibles a los estímulos pero mutilados para dejarlos escapar una vez que nos han aprehendido. Por eso me cuesta tanto. Mis malas letras no saben formar palabras, palabras que os expresen lo que os quiero contar. Las de Sara Mesa en cambio son certeras, dignas de llamarse como el título de otro de sus relatos, "Palabras-piedra".
Me conquistó la escritora sevillana con "Cicatriz" (reseña aquí). Reafirma su conquista con este último libro. Cárdenas, localización puntual en la citada novela y en algunos de estos relatos como por ejemplo "Nosotros, los blancos", será ya siempre para mí la representación de la vida que se vive oculta tras aquella otra que queremos mostrar, como si esa ciudad fuese un itinerario secreto a nuestra parte más racional.
mannequin. Fotografía de Ralph Hockens
La escritora es una alegría continua para el actual panorama literario nacional y nos alegra con lo más insospechado, dejándonos ojipláticos, turbándonos con su mirada absorbente y asfixiante. La mala letra de los que bien escriben proviene de su saber mirar, de captar sutilezas, de no tener miedo a indagar.
Confiesa Sara Mesa en la entrevista concedida a Página Dos que os dejo al término de esta reseña, que los temas sobre los que escribe son aquellos que le preocupan, que le inquietan. Afirma además que escribir es caminar sobre la cuerda floja, tal y como también dice sentirse la escritora protagonista de "Mustélidos", relato que corona este libro. Añado yo, que para leerla, se ha de ser de esos lectores para los que leer es precisamente eso, andar sobre la cuerda floja, sin red, sobre ese abismo-espejo que nos presenta el autor, sin miedo a caer y a cortarnos con esos fragmentos que nos devuelven nuestra imagen grotesca y distorsionada.
De la 'mala letra' de esos escritores se habla en otro de sus relatos. Sara Mesa fue la niña cuya adulta nos narra "Mármol" (me río yo del profesor que la reprendía por no coger correctamente el lápiz), la que para tranquilizar a una amiga tras contarle que está pensando en escribir sobre un hecho pasado, le aclara que será "una recreación, una mentira [...] Nada importante".
Nada importante... Sobre lo que no importa no se escribe. Aunque sí, a veces hay que mentir para no herir, para no exponer, para poder mirarnos al espejo, como una mentira piadosa (y también pudorosa). ¿Y qué es sino la ficción, sino esa gran mentira que nos ofrece la llave para encarar la realidad? Algunos serán reacios a utilizarla, como el partenaire de la escritora de la mencionada "Mustélidos". Otros, en cambio..., sabemos que no por dejar de girar esa llave estamos más a salvo de lo que nos aguarda detrás.
"...y todo lo que no había leído aún pero sabía que estaba ahí, encerrado en las páginas de su libro: historias que ella había dispuesto ahí para herirlo y turbarlo a él como a tantos otros, pasándole su fardo de miserias a los que no tenían culpa de nada."
pomegranate1. Fotografía de Danielle Walquist Lynch
Esta reseña forma parte de una iniciativa surgida en Twitter para dar una mayor visibilidad a la literatura escrita por mujeres. Podéis seguir la iniciativa en #LeoAutorasOct.
Ficha del libro:
Título: Mala letra
Autora: Sara Mesa
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2013
Nº de páginas: 200
ISBN: 978-84-339-9805-7