Recuerdo haber hojeado en la biblioteca de Móstoles algún libro de Juan Aparicio-Belmote (Londres, 1971), novelas como López, López o El disparatado círculo de los pájaros borrachos; pero por ese azar que nos lleva a leer unos libros y otros no (un azar que se multiplica en el jardín de los senderos que se bifurcan que es una biblioteca) no le había leído hasta ahora. Mi interés hacia su obra se reactivó cuando he tenido la oportunidad de conocer a Juan en persona, un escritor muy simpático (aunque tenga un blog de viñetas humorísticas llamado Superantipático).
En la feria del Libro de Madrid de hace un par de años, hablando en la caseta de Lengua de Trapo con sus editores (hasta que la novela Un amigo en la ciudad apareció en Siruela) les pregunté qué libro me recomendaban de Juan y me dijeron que este de Mala suerte, que fue su primera novela publicada. Así que éste fue el que compré. Me he acercado a él en febrero de 2015, dentro de mi campaña “lee-de-una-vez-toda-esa-montaña-de-libros-que-tienes-acumulada” y después de haber vuelto a coincidir con Juan hace unas semanas y haberme vuelto a sonreír con sus consideraciones apocalípticas sobre el futuro del libro.
Mala suerte ganó en diciembre de 2002 la primera convocatoria del hoy extinto premio de Narrativa Caja Madrid. Como en su trama ya aparecen los euros circulando por la calle, deduzco que fue escrita y está ambientada en este 2002, cuando Juan tenía treinta años. Mala suerte es su primera novela. Leo en la wikipedia que Mala suerte también ganó “el III Premio Memorial Silverio Cañada, que se otorga en la Semana Negra de Gijón a la mejor primera novela negra escrita en español durante el año.”
Son tres los protagonistas principales de esta novela: Esteban Gómez, abogado de treinta y cinco años, que trabaja en un bufete, con continuos miedos a perder a su cliente principal, una aseguradora, y obsesionado con su mala suerte; Sara Lagos, guapa inspectora de policía, que desearía ser más considerada por su trabajo que por sus atractivos físicos; Rafael Pichón, que trabaja en el control de luces de un teatro, paranoico y rencoroso social.
Mala Suerte comienza en la consulta de un sicólogo (Juan le quita la “p” a la profesión). Esteban le narra sus obsesiones a don Fernando. Por esta consulta, y por las manos del sicólogo, irán pasando los tres personajes principales de la novela. Los capítulos, normalmente breves, se acercan a Esteban, Sara y Rafael, pero sin seguir un perfecto orden: a veces hay dos seguidos sobre Esteban (uno en el diván del sicólogo y otro en su bufete, por ejemplo), luego otro de Rafael, luego otro de Sara, y luego se vuelve a romper el orden. En cualquier caso, el protagonista principal acaba siendo Esteban, ya que el narrador nos acerca a más facetas de su vida que al resto de personajes.
La forma de acercarnos a los personajes es variada: Esteban se retrata por sus largos monólogos con el sicólogo, y sus andanzas por su casa o su bufete se nos narran en tercera persona. Para Rafael predomina la primera persona, un monólogo interior obsesivo, circular. Vemos a Sara desde una segunda persona crítica, y en ocasiones desde una tercera más neutra.
En esta novela hay un asesinato: alguien ha matado al actor Fabio Cotta y a su amante, a golpes con una lámpara. Por supuesto, tanto Esteban como Rafael y Sara están relacionados, en mayor o menor medida, con el crimen. El asesinato será lo que haga que estos personajes interactúen la novela. En Mala suerte tenemos un crimen pero no un misterio, porque el lector sabe quién es el asesino y sus motivaciones casi desde el comienzo. Y aquí está bien traída la cita de Luis Pellitero que Aparicio-Belmonte coloca al comienzo de su novela: “Lo más difícil no fue dar con el asesino, sino ponerme las esposas.”
Ya he comentado que Mala suerte ganó un premio en la Semana Negra de Gijón a la mejor primera novela negra. Mala suerte, en sentido estricto, sí es una novela negra: tiene un asesinato, tiene a una bella policía que trata de esclarecerlo, tiene a un asesino bastante desequilibrado, y tiene a un hombre un tanto neurótico que se ve envuelto en el crimen casi de casualidad, en gran medida debido a su “mala suerte”. Pero esta novela no es sólo una novela negra, porque en ella hay también crítica de costumbres (trabajos absurdos, drogas que no sirven para relajar a nadie, sicólogos a los que se acude para desahogarse como se puede acudir al fútbol…) y también hay humor; un humor que proviene en gran medida del disparate. Por ejemplo, en una de las primeras escenas del libro, cuando Esteban está en su despacho bastante colocado por los efectos de la marihuana, irrumpe ante él un hombre tambaleante, con un traje cuyas mangas le quedan grandes, que quiere contratarle para asesinar a alguien, y que lleva en la cabeza, a modo de pañuelo pirata, un calzoncillo masculino. La escena es esperpéntica, juguetona, ¿es real o Esteban está alucinando?
Quizás lo que menos me ha gustado de esta novela es que Juan Aparicio-Belmonte remarca demasiado las características psicológicas de los personajes creados. En los capítulos en los que se acerca a Rafael, por ejemplo, se repite mucho que éste está obsesionado por un complejo de inferioridad social, dividiendo a las personas en pertenecientes a la margen derecha o izquierda (la suya); o el deseo de Sara de ser valorada más allá de su belleza física. Cuando en nuestro último encuentro, unas semanas antes de escribir esta reseña, hablé con Juan Aparicio-Belmonte, y le comenté que aún tenía pendiente leer su libro Mala suerte, creo que él hubiera preferido que leyera alguno más reciente. Es lógico que un escritor que en 2015 va a publicar su séptima novela considere que ha evolucionado artísticamente desde la primera (escrita ya hace unos trece años). En cualquier caso, Mala suerte es una primera novela de ritmo ágil, que juega a mezclar y trastocar los géneros literarios, intercalando escenas de crítica social (como la descripción surrealista de la empresa de seguros para la que Esteban trabaja), con escenas costumbristas (visita de Esteban a un bar para contactar con su camello, o imágenes de la pequeña burguesía, cuando Esteban se acerca a su chalet de Majadahonda, donde convive con su mujer, pintora de profesión), con otras disparatadas (la visita del hombre con el calzoncillo en la cabeza al bufete de Esteban), con otras puramente policiales (obsesiones de Sara, persecuciones…), y todo ello aderezado con un humor socarrón y disparatado.
Esto es bastante para que en 2003 se celebrara la llegada al panorama literario español de un nuevo autor de treinta años dispuesto a quedarse, y para justificar un premio, hoy desaparecido, el Caja Madrid, que pretendía descubrir a escritores jóvenes.