Malas hierbas. Carlos Díaz

Por Joseantoniobenito

¡Qué gusto recibir este artículo tonificante desde Burgos (España) donde veranea sin descanso nuestro amigo y maestro Carlos Díaz!

Malas hierbas

Cuanto más uniformismo o monismo cerebrocéntrico en las neurociencias, mayores son las ansias de diferencia individuales en  trenecitos arrastrados por una misma locomotora como el colectivo LGTBHIJKLMN xxdobleele…, junt@s pero no revuelt@s, cada un@ en su vagoncillo, pues la lesbiana quiere ser lesbiana, el gay quiere ser gay, y así sucesivamente, como el archipiélago en que se hallaba la isla de Lesbos, separados todos y todas por aquello que les une, hasta el punto de reproducir esmeradamente la medieval angelología tomista según la cual cada ángel agotaba su especie o, más campechanamente, rompía su molde. ¿Qué dirían hoy Sócrates (con su amante Alcibíades) y Platón, declaradamente homosexuales, los cuales, por su condición de griegos, no tuvieron que salir de sus armarios en una sociedad permisiva, aunque al primero de ellos se le terminó acusando de corromper a menores? Sócrates se presentaba como tábano agitador, es decir, como mosca cojonera y, tal vez para escapar de la quema, Platón hubo de disfrazar sus preferencias sexuales sacándose de la manga mitos tan prefreudianos como el del andrógino, que a modo de caracol llevaba todo consigo (omnia mecum porto) sin necesidad de estar siempre con los cuernos al sol, o al menos sin tener que echar los pechitos al aire en los jocundos días del orgullo gay, arcoiridiscencia que sin embargo hubieran ridiculizado hasta los más liberales griegos como Aristófanes en su crítica a las cachas locas de las fainomerides o enseñanalgas. Por lo demás, y al mismo tiempo que lleva sus políticas antinatalicias más lejos que nadie, al mismo tiempo es el país de Europa que más donaciones de óvulos y de esperma registra, "más una veintena de países lo han prohibido y España es el país europeo que más donaciones de óvulos registra y donde nacen más niños mediante estas técnicas" (El País, 13 de julio de 2019). Verdaderamente somos unos animales fantásticos.

Esto que acabo de escribir en este momento se me ha cruzado mientras preparaba un largo escrito sobre neurociencia, no es sino uno de mis cada vez más frecuentes ramalazos de rapsódica locura (inspiración, podría decirse más benignamente) que a mi vejez me persigue con una frecuencia viral antes inusitada. Me asaltan cada día más estos raptos tan helénicos, aunque estoy seguro de que textos como el supraescrito serán leídos incluso con asco por parte de quienes han sufrido todo tipo de bestialidades por el mero hecho de ser diferentes. Y lo siento mucho. Lo siento tanto más porque incluso los más pretendidamente liberales de hoy (¡qué fácil resulta "liberalizar" el pensamiento cuando el imaginario social lo ha impuesto como ideología tiránica!) son incapaces de humor lingüístico, quizá porque en lugar de hablar berrean como la manada a la que dicen oponerse.

Y me duele también en el alma porque soy anarquista, no liberal ni siquiera libertario, anarquista, es decir, convicto y confeso de que la anarquía es la más alta expresión del orden, el cual no se adueña de la calle para dejarla llena de basura tras la manifestación de los cabestros, y no sólo del orden, sino también de la ternura, del cuidado recíproco, de la solicitud educada que no cambia de cama ni baja a los oscuros infiernos de los urinarios buscando a cada rato calentar motores, sino ser fiel, auténtico, envejecer juntos pagando impuestos y no prevaleciéndose de ontologías recicladas de sexo para encaramarse a lo alto de la cucaña.

¿Es que las nuevas generalas van a poner ternura en los ejércitos a los que acceden para hacer la guerra, esa guerra que -islámica sin remedio, aunque sea pagana- siempre es yihad, sumisión voluntaria a la brutalidad bélica dictada por no se sabe qué Allah, o qué clase de Allheit totalitaria en nombre de la paz, del shalom? ¿Ternura femenina en el poder? Risum teneatis, amice, no me hagas reír que se me parte el labio.

No sé, pero la sabiduría anárquica se distancia a pasos agigantados de la filosofía clásica en un mundo en el cual un topicazo sigue a otro, así que, San Confucio, ruega por nosotros: "El sabio no posee un yo propio, hace del yo ajeno el suyo. Con el bueno obra bien, con el malo obra bien, y así alcanza el bien; con el justo es justo, también lo es con el injusto, y así alcanza la sabiduría". Para eso tiene que desaprender muchas malas cosas y así, en tranquila coeundia, volver a pasear lentamente y sin teléfono móvil.

Carlos Díaz