Solo 17 países en el mundo tienen el afortunado privilegio de poder ser considerados megadiversos por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente por acaparar en sus superficies combinadas más del 70% de la biodiversidad del planeta. Malasia, enclave estratégico del sudeste asiático, es uno de ellos.
De entre los más citados ejemplos de esta riqueza natural está el manglar, arbusto tropical que protege, con sus intricadas ramificaciones, el rico litoral malasio de las inclemencias del tiempo del trópico. Con todo, no solo por esta riqueza se hace gala de Malasia en el mundo: la diversidad étnica es también una de sus señas de identidad, y el país ha sido desde hace décadas tratado como un ejemplo de armonía entre las distintas minorías étnicas en un contexto democrático donde el islam es la religión mayoritaria. De hecho es una de las escasas democracias del mundo que pueden calificarse de “islámicas”, junto con Indonesia, Turquía y la todavía precaria Túnez…, aunque probablemente esta cuestión merezca otro artículo.
Sin embargo, la ilusionante perspectiva de contar con un ejemplo mundial donde las distintas minorías étnicas –y también, como veremos, lingüísticas y religiosas– conviven armónicamente hace aguas desde la misma fundación del país como Estado independiente en 1957, y ni todos los manglares que verdean su costa han sido capaces de proteger a Malasia del tifón del sectarismo que sacude al país en sus mismos cimientos.
¿Malasio o malayo? Necesaria aclaración introductoria
En los últimos tiempos se viene observando –en particular, a raíz de la trágica desaparición del avión de Malaysian Airlines en marzo de 2014– un uso confuso y a veces erróneo de los conceptos malasio/a y malayo/a que entendemos de necesaria aclaración antes de entrar de lleno en el tema que nos ocupa.
El Diccionario de la Real Academia Española define el término malasio/a como el ciudadano del Estado de Malasia. Por otro lado, define el término malayo/a, entre otras acepciones, como el individuo perteneciente a la etnia malaya, pueblo que históricamente habita la península de Malaca y que habla un idioma concreto, el idioma malayo. Hay pues en la actualidad malayos malasios, aunque también se puedan encontrar malayos no ciudadanos del Estado de Malasia, y al mismo tiempo y de manera más relevante a nuestro tema, ciudadanos malasios que no pertenezcan al pueblo malayo.
Dicho esto, podemos ahora sí con todas las garantías tratar el objeto de este artículo.
Del origen de la nación malaya al siglo XX
Sultanes de Malaca y la Union Jack
Se considera que la andadura de la nación malaya empieza con la fundación en el siglo XV del Sultanato de Malaca, primera unidad política malaya independiente, después de que la zona hubiera estado regida por diversos imperios que continuarían teniendo influencia durante y después de este momento. El islam, en una versión moderada, ya había llegado a la península de Malaca en el siglo XII, traído por comerciantes guyaratíes del oeste de la moderna India.
A pesar de la constante presencia colonial europea en la zona –las potencias europeas pronto entendieron la importancia de un enclave tan estratégico como el Estrecho de Malaca para el comercio con el Lejano Oriente–, varios sultanatos, con distinto grado de independencia, se van estableciendo en la península. Al mismo tiempo, portugueses primero, y después holandeses y a partir de principios del siglo XIX sobre todo británicos, tienen un grado creciente de presencia en la zona.
La dominación británica del Estrecho se cierra en 1824 con la total adquisición de los poderes sobre Singapur, y la obtención de Malaca de manos holandesas. Para entonces, la importancia estratégica de la zona no deja de crecer, más si cabe cuando se abre en 1869 el Canal de Suez que facilita aún más las conexiones comerciales del Lejano Oriente con las metrópolis a través del Mediterráneo, y que pasan necesariamente por los enclaves –ahora británicos– de la península de Malaca.
Es en este momento cuando se descubren importantes yacimientos de estaño en la península, lo que pronto convierte a la zona en la primera productora de la época de este polivalente metal. La repentina necesidad de trabajadores provoca una potente inmigración china, que huye de las pésimas condiciones de vida en su país de origen.
Las posteriores consecuencias de este cambio en las condiciones económicas de la zona eran todavía insospechadas, pero empiezan a notarse en los tronos de los sultanes malayos: estos débiles reinos, que controlan pequeñas porciones de territorio y viven bajo la constante amenaza del poderoso Siam, vecino del norte, ven en los inmigrantes chinos otro factor más que mina su influencia en sus propios dominios; a consecuencia de esto no tardarán en ver con buenos ojos las ventajas que un poder superior como el británico puede ofrecerles. Es en esa primitiva sensación de amenaza a la posición malaya donde se encuentra el origen, como veremos después, del conflicto que vive la moderna Malasia; y la raíz legitimadora del concepto que articula toda la ideología protagonista de este conflicto, el Ketuanan melayu, “supremacía malaya”. Consecuentemente, este miedo que los sultanatos tienen a la pérdida de su poder les lleva a aceptar la tutela colonial británica –en distintos grados, eso sí–, que está por supuesto deseoso de dar ese paso.
La profunda huella de la política colonial británica
Así, mientras los británicos extienden su influencia de las pequeñas pero claves plazas del Estrecho a toda la península, impondrán una política que definirá el futuro sociopolítico de la moderna Malasia: mantendrán su promesa con los sultanes de no apartarles del trono –trono cada vez más simbólico que políticamente influyente– y de mantenerse alejados de asuntos locales como la religión, y mientras sacarán provecho de las posibilidades que ofrece el territorio en términos de materias primas.
La creciente producción de estaño obliga a seguir incentivando la inmigración china, y al mismo tiempo se introduce una nueva y próspera industria: la explotación del caucho natural, para la que los británicos traen a indios tamiles por la fuerza desde su colonia en la India para que trabajen en las aisladas plantaciones de la selva tropical. Así, se van formando tres comunidades claramente definidas y que en todo momento se procurará mantener separadas, muy en el estilo de la gestión colonial del Imperio Británico en otros lugares.
Una minoría malaya cualificada mantendrá sus puestos en la administración siempre bajo la tutela del poder colonial, mientras que la gran mayoría de los malayos conservarán su forma de vida rural practicando una economía de subsistencia; al mismo tiempo, la creciente minoría china se ocupa de la minería del estaño y participa activamente del comercio, lo que pronto la convierte en rica y próspera, llevando un modo de vida urbano antes solo accesible a los burócratas malayos; finalmente, la más pequeña minoría india trabajará aislada en sus plantaciones de caucho.
La consecuencia de esta política de segregación laboral con base étnica es que cada grupo ha practicado no solo durante los años de colonización sino incluso hasta ahora una cerrazón que no ha permitido que se mezclen ni permeen unas con las otras. Hoy existe el pueblo malayo, musulmán y de lengua malaya; la minoría china, que es abrumadoramente budista –aunque se den también otros cultos tradicionales chinos más minoritarios– y que habla chino; y la minoría india, que habla el tamil y practica el hinduismo.
Con esta compleja realidad etnosocial se llega a los tiempos de la descolonización que verán el nacimiento de la moderna Malasia.
Malasia como el Estado-nación malayo
Vientos de descolonización
Ya antes de acabar la Segunda Guerra Mundial, cuando en 1944 estaba a la vista de todos que la ocupación japonesa de las colonias británicas del Estrecho y la península de Malaca caería antes o después, el gobierno del Reino Unido se empezó a plantear la necesidad de dar forma en esta zona a un proto-Estado con administración colonial unificada al que poder dar la independencia cuando llegara el momento.
Acabada la guerra, en 1946, se constituirá la no todavía 100% independiente Unión Malaya, fruto de la fusión de los nueve sultanatos malayos junto con los llamados ‘Enclaves del Estrecho’, de la que quedaría fuera Singapur por su particular importancia estratégica. El espíritu que los británicos quisieron dar a esta unidad política era el de la unión interétnica en condiciones de igualdad.
En seguida, sin embargo, los malayos protestaron por la pérdida de unos privilegios que consideraban legítimamente suyos por su histórica presencia en el territorio frente a otras minorías étnicas –amén de que, desde su punto de vista, se estaba facilitado la dominación económica del país por la más preparada minoría china– así como por la pérdida de importancia de la figura de los sultanes. De nuevo el miedo vivido en las primeras décadas del siglo XIX resurge ante la posibilidad de no ser los malayos los únicos señores de –de nuevo, lo que ellos consideran– su propia tierra. Un partido recién fundado en esta atmósfera de apertura y nuevas libertades civiles, la Organización para la Unión Nacional Malaya (UMNO por sus siglas en inglés), llamó a la desobediencia civil.
Tal fue el impacto de la movilización que los británicos se vieron obligados a recalcular la ecuación dándole muchos más privilegios a la etnia malaya. En las razones de esta movilización está el elemento ideológico antes mencionado, el Ketuanan melayu, o supremacía malaya, enraizado en una retorcida visión de la idea del contrato social por la cual, en la misma base del Estado malayo –y después, como veremos, malasio– está la preeminencia de la etnia malaya por razones de ocupación histórica del territorio.
La reformulada Federación Malaya nació en 1948: la Unión apenas había durado dos años, brevedad que deja ya intuir que esta materia definiría poderosamente la política del Estado desde ese momento en adelante. Así, cuando en 1957 la Federación Malaya adquiere oficial y plenamente su independencia del Reino Unido, establece las bases políticas por las cuales el Estado es característicamente malayo, y nos permitimos citar dos ejemplos claros: el idioma oficial del Estado será el malayo y la religión oficial el islam. Esta última cuestión no debe llevarnos a equívoco: no se pretendía crear un Estado teocrático, y tampoco se trata de un culto impuesto –la libertad de credo está garantizada en la Constitución en su artículo 12–; la única razón para definir que el islam fuese la religión oficial es que es la religión de la etnia malaya.
Sectarismo y la creación de Malasia
En ese momento el proceso que después hemos llamado de descolonización todavía no había concluido, y los dominios británicos del norte de Borneo, además de Singapur, seguían aún bajo el yugo colonial. Sin embargo, las recién independizadas Filipinas e Indonesia pronto reclamaron oficialmente los territorios de Borneo, y ante la amenaza de perder influencia sobre ellos en el caso de que cualquiera de los dos países se los anexionase, el Reino Unido impulsa la ampliación de la Federación, que en 1963 se refunda con el nombre de Malasia.
La ampliación debió entenderse, en cualquier caso y a los ojos de los políticos malayos, como una absorción de territorios por parte de la ya independiente Federación Malaya, por lo que no había razón de cambiar ningún aspecto en términos de la citada identificación del Estado con la etnia malaya.
Sin embargo el pequeño y todavía poco influyente Singapur, que también se unió a la Federación, no podía estar de acuerdo, siendo su población abrumadoramente de etnia china –originaria de los tiempos en que los británicos fomentaron la inmigración cuando la isla era una colonia. El partido dominante en la esfera local, el Partido de la Acción Popular o PAP, liderado por el carismático Lee Kuan Yew, pretenderá extender su visión de un Estado malasio ajeno a los privilegios de ninguna minoría y pugnará a nivel federal con el todopoderoso UMNO.
Para ampliar: “Singapur, la villa de pescadores”, Benjamín Ramos en El Orden Mundial
“Quienes apoyamos esta campaña creemos que es erróneo e ilógico que un grupo étnico concreto considere que está más legitimado para llamarse ‘malasio’ que el resto, y que el resto pueden solo llamarse ‘malasios’ por el favor de ese grupo”, diría el líder del PAP.
En el verano de 1964 varias jornadas de disturbios y violencia étnica entre malayos y chinos se suceden en Singapur dejando decenas de muertos, un clima de tensión social inédito desde la independencia en 1957. La insostenible situación se cierra solo dos años después de la fundación de Malasia, cuando en 1965 Singapur abandona la federación. La política malaya volvió así a responder defendiendo su posición preeminente expulsando a su mayor amenaza…, hasta ese momento. Desde entonces las sendas de Malasia y de Singapur, históricamente unidas, se separarían irremediablemente.
La sombra del kris es alargada (y curva)
Con la salida de Singapur la situación no solo no se relajó sino que vino a empeorar, llegando a su pico en las elecciones federales de mayo de 1969, fecha recordada hoy con dolor en el país. La coalición gobernante, liderada por el omnipresente UMNO, perdió mucho respaldo en favor de todos los partidos de la oposición, crítica con la aplicación de los privilegios malayos, y esta enseguida salió a la calle, exultante.
Los encolerizados malayos, que sintieron en lo más hondo que sus derechos como ‘hijos de la tierra’ se iban a ver puestos en entredicho, salieron a la calle el día 13 armados de machetes y de la ritual daga malaya kris, con la que se enfrentaron a la minoría china, dejando a su paso centenares de muertos, a cuyo aumento contribuiría decisivamente la policía que a tiros la emprendió con los chinos en las zonas urbanas. Con la sangre no solo se regaba el sectarismo interétnico, también se castigaba a los chinos por su superior status económico, que alimentó el odio de los malayos.
Los ecos de esta jornada fueron tan intensos que el gobierno entrante, de nuevo, encabezado por el pro-malayo UMNO, decidió dar el golpe definitivo. En un despliegue cínico de argumentos económicos, defendió la necesidad de dar un giro a la economía, la llamada Nueva Política Económica, que trajese estabilidad, igualdad y paz al país…, por medio de premiando y privilegiando a la etnia malaya.
Ciertamente, el desarrollo llegaría al país, cuya economía, ayudada por las exportaciones de petróleo y el desarrollo de la industria tecnológica, crecería hasta merecer la pertenencia de Malasia al club de los ‘nuevos tigres asiáticos’ o ‘tigres menores’. La comunidad internacional, más interesada en el desempeño económico del país, ha obviado el aspecto étnico que, lejos de ser armónico, como en este artículo se ha intentado demostrar, ha sido desde los inicios un aspecto problemático central en la política del país…, cuya población parece solamente ahora empezar a criticar el sistema con voz creciente.
Cambio de paradigmas
La Malasia de hoy está considerada como un país en vías de desarrollarse rápidamente, subida al carro del crecimiento que, durante décadas, han liderado en el Sudeste Asiático países como Taiwán o la misma Singapur. Sin embargo, el conflicto étnico, que ha mantenido una baja intensidad a lo largo de estas últimas décadas, ha seguido definiendo la política malasia que en ningún momento ha dejado de estar gobernada por el partido pro-malayo UMNO. Ahora, cuando el gobierno –lastrado por la galopante corrupción que afecta de lleno incluso al primer ministro Najib Razak– sufre una importante pérdida de respaldo nos permitimos anticipar el cambio hacia una nueva política en la que se deje atrás la cuestión étnica y se trabaje por una Malasia para todos, como ya pedía en el año 1964.
Aunque durmientes, las viejas reivindicaciones de los años sesenta han vuelto a tomar protagonismo en las calles de Malasia, y el Partido para la Acción Democrática (DAP por sus siglas en inglés), heredero directo del singapurense PAP, es el primer partido de la oposición, apoyado en una gran “Alianza de la Esperanza” por otros, todos ellos portadores de la variedad étnica de sus votantes y defensores de una idea de país que deje de ser un etno-Estado para ser un Estado inclusivo e igualitario, y ahora sí, un ejemplo de verdadera armonía étnica de la que podamos maravillarnos y aprender en el resto del mundo.