Malditas estadísticas

Publicado el 15 febrero 2017 por Elarien
La Medicina son estadísticas, tanto para la bueno como para lo malo, las complicaciones existen, incluso aunque uno se haya esmerado en hacerlo todo bien. Ese esmero es inevitable y es una combinación de tesón, lucha, pundonor y responsabilidad. No se puede abandonar cuando las cosas se complican porque una cosa es perder una batalla y otra dar por perdida toda la guerra, y hay batallas cruciales.
Hace unas semanas tuve uno de esos quirófanos en los que se entierra la autoestima. Todo empezó bien, salió el primer paciente, el segundo, y nada hacía presagiar lo que se avecinaba. Entró la tercera, una niña preciosa, como una muñeca. Ya en el preoperatorio la había visto el hematólogo porque sus valores de coagulación no eran normales. No obstante, después de estudiarla, no parecía tener ningún problema, aunque en esos estudios tiene más confianza el hematólogo que el cirujano.
La cirugía de amígdalas y adenoides en los niños no presenta dificultades técnicas, las vegetaciones se legran y se pone un taponamiento que se deja durante la resección de las anginas. Las amígdalas se disecan al tiempo que se queman los vasos sanguíneos con la pinza de coagulación. Al terminar, se retira el tapón y se despierta al infante. Si todo va bien, no hay más. Sin embargo, 1 de cada 50 niños sangra, y esa preciosidad, después de una hora de taponamientos, seguía sangrando. Revisé, quemé el lecho, le puse vasoconstrictores y activadores de la coagulación. Al final no me quedó más remedio que rendirme y sacarla dormida y taponada. Avisé al hematólogo para contarle lo ocurrido por si consideraba necesario ampliar el estudio.
¿Cómo le explicas a la familia lo que ha pasado? De nada les sirven las estadísticas, eso no les consuela, aunque sí ayudan a explicar que ha sucedido otras veces y que luego todo ha ido bien, que es cuestión de tiempo, de esperar unas horas para que la presión del tapón termine de coagular los vasos. ¿Cómo les tranquilizas cuando tú misma estás intranquila y con el ánimo por los suelos? No hay que permitir que el abatimiento te venza y que se hundan los padres contigo, la confianza es fundamental, hay que dar medida al grado de preocupación y esa medida dependerá mucho de cómo te vean.
Después de aquel trago, aún me quedaba otro caso, otra cirugía sencilla, de esas que la anestesia es más larga que la intervención. Sin embargo, los hados no estaban dispuestos a cambiar las tornas y sí a ponerme a prueba. Tenía que quitar un pólipo de las cuerdas vocales y para eso hay que meter un tubo de metal hasta la laringe a modo de tragasables y luego tensar. Aquella laringe era diminuta, no se podía enganchar, se escapaba, y a la hora de tensar no había ángulo para hacer palanca. Apreté los dientes, aquello no iba a poder conmigo, ese pólipo iba a salir de ahí sí o sí. Perdí la cuenta de los intentos, reconozco que no fue la cirugía más elegante que he realizado en mi vida, pero quité el maldito pólipo. Eso sí, si le sale otra lesión, lo tendrá que intentar otro. Así se lo dije a los familiares.
Aquella tarde me quedé en el hospital. Los anestesistas me habían pedido no dejar el taponamiento de la niña hasta el día siguiente, como es habitual, sino quitarlo al cabo de unas horas. Me pareció bien, de ese modo acortábamos la incertidumbre y reducíamos el riesgo de complicaciones por una anestesia prolongada. Como pocas veces en el hospital y después de ese día mi intención es seguir con esa tónica, el menú no mejora con los años. Esa mañana había metido un libro nuevo de Marcel Schwob en el bolso (Vidas imaginarias y la Cruzada de los niños) y aproveché para leerlo durante la espera. Me gustó tanto que se lo he pasado a la Señora porque sé que es de esos que va a disfrutar.
A las seis de la tarde nos pusimos en marcha. Avisamos a la familia y llevamos a la criatura al quirófano. Todo se desarrolló según lo deseado, quitamos el tapón, todos suspiramos de alivio cuando comprobamos que no sangraba. Luego despertamos a la pequeña sin problema para devolvérsela a su madre.
Estos casos siempre dejan un poso de alarma y unos días después tenía que operar al hijo de otra médico, un chiquillo encantador que hasta me invitó a merendar a su casa según le metíamos en quirófano. ¿Y si se repetía la situación? Afortunadamente no fue el caso, más bien al contrario, ese día todo salió rodado. Sí, por suerte también hay días que ayudan a recuperar la autoestima.