Las dictaduras camufladas funcionan en muchos países del mundo, pero en pocos de ellos son tan rastreras y descaradas como en España. Vladimir Putin, en Rusia, y Sánchez, en España, son los líderes de dos detestables estados donde la democracia ha sido prostituida y suplantada por tiranías autocráticas legalizadas por las urnas.
Lo dicen nueve de cada diez politólogos y pensadores políticos del planeta, salvo aquellos que están comprados por el poder: cuando son los partidos y no los ciudadanos los que dominan y eligen a los dirigentes, eso no es democracia, sino dictadura.
Uno de los que lo afirmaron con más claridad y vehemencia fue Stanley Renshon, profesor de ciencias Políticas en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), uno de los grandes expertos mundiales en la psicología de los políticos y autor de media docena de libros convertidos en grandes éxitos internacionales, entre ellos "La presidencia de Bill Clinton y la ambición política".
Renshon, como nueve de cada diez de sus colegas, opina que "Los líderes políticos deben ser designados por los ciudadanos y no a dedo por los aparatos de los partidos".
El meollo de la cuestión está en dilucidar quién está eligiendo hoy a los líderes, si el pueblo o los partidos. Renshon y otros cientos de pensadores y analistas políticos, cree que quien elige son los aparatos de los partidos porque el ciudadano se limita a elegir entre dos o tres candidatos que, previamente, han sido elegidos por sus propios partidos, lo que introduce una perversión en el sistema electoral.
Pero la cosa es más grave porque los gobiernos carecen de los frenos y límites que establecen las democracias y en países como Rusia y, en cierto modo, también España, desde el poder se utiliza el dinero público y los potentes recursos del Estado para imponer a un candidato y prácticamente eliminar a los de la oposición, incluso alterando, si fuera necesario, el escrutinio electoral.
En Rusia, Putin acaba de asesinar a Alexei Navalny, su principal opositor. En España, por suerte, todavía no se ha llegado tan lejos.
Los partidos, previamente corrompidos y envilecidos, han sustituido al ciudadano y a la voluntad popular, lo que acaba con la democracia y la transforma en una partitocracia o mejor todavía, en una dictadura de partidos.
Otra vez hay casi unanimidad plena al considerar que la solución del problema es muy difícil porque los partidos tienen demasiado poder y no hay fuerza en la democracia capaz de pararles los pies, lo que convierte a nuestros sistemas en rehenes secuestrados por las élites de los partidos políticos.
El análisis se torna todavía más sombrío cuando se analizan desde las ciencias políticas y el derecho otros rasgos de las actuales democracias envilecidas, en las que no se respeta la división de poderes, no se tiene en cuenta la voluntad de los ciudadanos, se manipula la opinión pública, se oculta la verdad, se controlan y esclavizan a los Parlamentos, los Ejecutivos son rehenes de los partidos políticos, se estrangula a la sociedad civil y se amordaza sutilmente a la prensa, ya sea con represión o comprándola, como hace Sánchez en España, evitando que sea crítica y fiscalizadora, como prescribe la verdadera democracia.
El resultado: regímenes que se auto titulan demócratas pero que son, en realidad, asquerosas dictaduras engañosas y camufladas de partidos.
Francisco Rubiales