Fue la literatura la que me trajo hasta aquí. La que me enseñó que carretera elegir.
No es tu boca o esa barba a medio cortar, es que te leí en algún libro.
Perdona que te interrumpa, pero ¿No he escuchado tu acento antes?
Ya, ya sé que todo esto te parece extraño.
Una desconocida en el medio de la nada que te habla como si te conociera.
Pero volvamos a lo importante, te he imaginado…
Lo mismo que he vivido siempre con este viaje entre mis cosas. Este cruce, este porqué. No sé explicarlo, pero lo veo todo como una película que ya ha pasado.
Esos ojos verdes me traen recuerdos de una tarde en Belgrado, caían las bombas y yo sólo quería besarte. Una habitación destartalada y mucha cerveza caliente. El frío fuera y tú tan dentro y tan cálido. No entiendo como no lo recuerdas.
Igual que mi amiga Alicia. Me la he cruzado en este mismo bar de carretera y no parece recordar nada, pero yo se que viajamos juntas, conocimos a un conejo con prisa y atravesé un espejo con ella mientras todo se distorsionaba.
Es extraño, estoy segura de haberlo vivido.
Pero, habla bajo que nos vigilan. Creo que nos están leyendo el pensamiento. No podemos amarnos o el partido hará que nunca hayamos existido.
¿Te acuerdas de aquella biblioteca? Nos enseñó entre llamas a qué temperatura ardían las palabras.
Todo parece tan claro…
Y enamorada hasta las trancas de los delirios de aquel escritor. Hacía que me corriera sólo con un capítulo de sus historias. Me odiaba y me quería a ciclos irregulares y yo escribí cientos de diarios hablando de sexo, decadencia y sentimientos encontrados.
No puede ser que hayas olvidado aquel verano en Moscú, ni aquel invierno mágico en Macondo.
Café para dos y mucha prisa.
Creo que tampoco te hablado de aquella vez que me mató un psicópata. Iba bien vestido y me enseñó su tarjeta, pero era un ser despiadado. Me puso una rata enjaulada en las tripas y la dejó hacer. Aún recuerdo el olor dulzón y metálico de mi propia sangre.
La tristeza de no sentir nada, salvo un asco y una decepción constante con el mundo. La humanidad como utopía y la conciencia implacable de la putrefacción. La pérdida de la fe y el suicidio como catarsis ante tanta realidad de mentira.
Se enfría el café y yo sin contarte la vez que me caí rendida a los pies de un poeta andaluz, la ocasión en la que me perdí en Lisboa y me encontré con la ceguera de un escritor de lucidez brillante.
Será que aún recuerdo cuando me corté las venas a caballo de un aullido. Cuando luché en Stalingrado y me emborraché en la montaña mágica.
Cometí el pecado del soma en un mundo feliz que hacía aguas. Y con el corazón en tinieblas llegue a la playa destrozada mientas las moscas ardían al sol.
Caí rendida a los pies de la locura, me bebí mil vinos en Mondragón a chutes de heroína mientras María me rezaba y yo me empeñaba en amarlo.
Sabes, no dejo de pensar que te conozco. Tal vez fue en aquella plaza sitiada o en la montaña de fuego donde tiré mi anillo. O puede que de aquel muro de hielo que al final sucumbió a la estupidez humana.
Unas cervezas seguro que me refrescan la memoria.
También recuerdo a aquella muchacha de apariencia frágil que por dentro estaba hecha de obsidiana y fuego. Lloré cuando supe que no resistió. No es buen lugar para sensibilidades de cristal.
Creo que ya lo recuerdo. ¡Malditos libros! Me han hecho dudar. ¡Malditos mil veces por haberme hecho salir de mi y emprender tantos viajes! Tengo que escupir sobre tu tumba.
(La pistola caliente mata al personaje).
Salgo, enciendo un cigarro y camino hacia al coche. Una tumba fresca, escupo y me voy sonriendo.
Malditos libros, otra vez soñando por su culpa.
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