Malditos libros que me hicieron creer que había un mundo para mí en algún lugar. Maldita vida que me demostró lo equivocada que estaba, que no hay rincón en el mundo capaz de albergarme, capaz de darle cobijo a mis inseguridades, a mis miedos, a mis latidos descosidos.
Tengo el bajo del corazón roto. El hilvanado se soltó y ahora me arrastra por un suelo muy real mientras mi cabeza lucha por continuar en las nubes, entre los silencios, abrazada a un punto y coma que no sé dónde colocar, porque la humanidad no se contradice lo suficiente o es una contradicción tan constante que prefiero tirarle a la cabeza un punto y final.
Maldita humanidad que no entiende de empatía, ni de sueños ajenos, ni de amor, desamor, traumas, delirios, fantasías. Nada sabe de valor, tampoco de volar ni de abrazos que salvan la vida. Nada saben de la amistad los que preguntan “¿cómo estás?”, pero no se quedan a escuchar la respuesta, esa que queda cubierta por sus propias protestas. “Es que no te relacionas” te dicen”. “¿Por qué no te vas a la mierda?” les contestas. Y sonríes. Que os den por culo, queridos, que habéis intentado haceros mejor de lo que sois con migajas de falsa atención que nunca os he pedido.
Maldita humanidad, maldito mundo, maldita vida.
No, por encima de todo, malditos libros. Malditos seáis porque no puedo quedarme a vivir entre vuestras páginas, porque yo quería ser rosa secándose entre las comas, impregnando con la vida que llevo dentro (esa que no comparto con cualquiera) las letras, las aventuras, las palabras y los sentimientos de hombres y mujeres mejores que yo, aunque nunca existieran, y tengo que conformarme con sentirme sola cuando doy carpetazo a una nueva historia. Nadie te juzga en un cuento. Nadie te dice que te relaciones, ni que deberías hacer las cosas de otra manera, ni que no arriesgues lo que tienes porque luego lo echarás de menos (¿qué importa que doliera?, ¿qué importa que quisieras morirte? No seas dramática, sé sincera, ¿quién más te va a querer tal y como eres?). Ningún personaje te dejaría tirada nunca con tus dramas ni tus traumas. No habláis de ello y eso es lo bueno. Simplemente desenfunda la espada y se lanza a la carga y te grita que cojas el arco y no hay tiempo para más. Otras veces son los poemas los que te rescatan con la musicalidad colgando entre sinalefas descastadas, entre rimas gloriosas y encabalgamientos sobre caballos prendidos en llamas. Canciones sin corcheas ni fusas ni negras de sentimientos benignos que no te encadenan. Nadie te juzga, nadie te culpa, nadie te agobia, te acosa ni decepciona, no. Pero cuando llegas al punto y final y acaricias la contraportada, ellos se quedan dentro y tú tienes que seguir sola lidiando con la vida.
Malditos libros, que no puedo quedarme a vivir en ellos, a pesar de hacerme creer, cuando era mentira, que había un mundo para mí en algún lugar.
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