La última cumbre del Mercosur resolvió que los barcos ingleses rumbo a Malvinas no pudieran recalar en los puertos de la región. Los diarios oficialistas de Argentina celebraron la "victoria diplomática" de Cristina. Pero el fervor se desinfló cuando un buque con bandera británica, efectivos militares y el antecedente inmediato de haber localizado petróleo en el Mar del Norte, recaló en el puerto de Montevideo, sin que el gobierno de Mujica hiciera la menor objeción. Enseguida, los funcionarios uruguayos aclararon que el acuerdo de los "hermanos del Mercosur" sólo impedía el paso de buques si éstos ostentaban bandera malvinense. En cambio, no existía ninguna restricción para los de bandera británica. La ‘victoria diplomática' resultó una farsa.
En esas horas, el canciller británico informaba a su parlamento que "Chile, Brasil y Uruguay no tienen intención de participar en bloqueo económico alguno a las islas". Ginés García, el embajador argentino en Chile, se ocupaba de aclarar lo mismo -"no hay bloqueo ni nada que se le parezca". En el medio de los cruces verbales, los K habían resuelto nombrar embajador en Londres, después de cuatro años de vacancia. Mientras, el canciller Timerman escribía en los diarios ingleses: "Queremos negociar" (The Times, 14/1).
¿A dónde apuntan los fogonazos de la diplomacia K? En medio de una agudización de las medidas proteccionistas en materia de comercio exterior, el reavivamiento de la cuestión de Malvinas ayuda a revestir al proteccionismo oficial de un manto nacionalista. Con el mismo propósito, el gobierno descarga la artillería (verbal) desde hace años sobre el pulpo angloholandés Shell, aunque el paquete mayoritario de las acciones de Repsol se encuentra también en manos inglesas.
La cuestión de fondo es la gran expansión de los negocios petroleros en la plataforma del Atlántico Sur. La Falkland Oil, una de las compañías a cargo, acaba de hacer una emisión de acciones récord en la bolsa de Londres, apostando al desarrollo de sus pozos de aguas profundas en la zona. Las reservas comprobadas hasta hoy en torno de las islas cuadruplicarían a las que cuenta Argentina en el continente; para el ex canciller Bielsa, Malvinas y su cuenca marítima son "un golfo pérsico austral" (La Nación, 18/2/10). Bielsa se queja de los "ingresos fiscales cuantiosos" que percibiría la administración de Malvinas por esta explotación.
Los diplomáticos kirchneristas y algunos geopolíticos que le tiran letra, piensan que la declinación económica y militar de Gran Bretaña constituiría un escenario favorable para una escalada diplomática en relación a Malvinas; es la misma hipótesis que llevó a Galtieri a invadir las islas. Pero es probable que la analogía con 1982 no termine allí. La dictadura apostaba a la "soberanía compartida" de las islas, un status que le hubiera permitido coparticipar los recursos petroleros o pesqueros. Es el "modelo" que los K han habilitado para que la British Petroleum explote otra cuenca sureña, continental, hasta el año 2047. Los nac & pop argentinos sueñan con encontrar otra veta fiscal, entre la muy jugosa de la patria sojera o la menos jugosa de la minería a cielo abierto. En Inglaterra, los partidarios de una negociación destacan el valor de las costas argentinas como "plataforma de tierra" para la explotación petrolera en las islas, donde Chile, Brasil y Uruguay rivalizarían con la Argentina. Como se ve, la "solidaridad continental" de los gobiernos capitalistas está condicionada a una política entreguista de los recursos. Obama y la canciller Clinton exhortaron a las partes "a negociar", como en su oportunidad lo habían hecho Reagan y su ministro Haig. Gran Bretaña no puede soltar la presa, cuando la crisis de sus vínculos con la ‘zona euro' amenaza el monopolio financiero de la city de Londres. Como al mismo tiempo Argentina se está quedando sin reservas de petróleo y de gas, como consecuencia de la privatización y mercado libre de combustibles -que los K defienden desde 1992-, la impotencia nacional es completa. Argentina ha quedado a merced de los hidrocarburos de Qatar, una plaza del capital petrolero internacional.
Marcelo Ramal