Resumen de lo acontecido entre Alberto Aguilar y sus dos veraguas. Leemos entre líneas.
"Más armónico el segundo. Jabonero tambien. Con casi seis años. Dos puyazos al relance. Cobra en el primero. Un tercer puyazo de lejos. El toro responde arrancandose pero no se entrega debajo el peto. Sale huidizo. Un molesto saltito afea cualquier tipo de lucimiento con la muleta. Desde el principio enseñó el defecto. Alberto decide, con buen criterio, torearle por los pies y matarlo. Con la espada dentro le da para desarmar al matador y a uno de sus subalternos. Alberto Aguilar pasó las de Caín. El toro no descubre. Al revés. Se sitúa altanero y desafiante. Un toro a la antigua. Este tipo de toros gustan de vez en cuando, habitualmente seria insoportable. En todo momento mantuvo la sensación de riesgo en el ruedo. Murió en los medios. De fiero y arisco, no de bravo.
Ensillado y largo el quinto. Feo. Destartalado. Tres puyazos, el último para llenar una garrafa con sangre. Brindis de final de temporada a la cuadrilla. El toro no tiene un pase por el derecho. Por el izquierdo no mejora. Muy valiente. Meritorio el trasteo. Pericia y decisión en una buena estocada. Rodado el toro." Toro de la Jota
"Simplón y estrecho era el también jabonero Friturero que salió en segundo lugar, que humillaba en el inicio del trazo capotero para tirar un derrote de cara alta en el final. Al relance se vino al caballo para recargar con escaso poder en el puyazo carioquero y dejarse pegar después haciendo sonar el estribo. Largo lo dejaron en el segundo encuentro, de donde salió suelto al sentir de nuevo el hierro.
Tardo y reservón fue en la muleta, lanzando violentos derrotes defensivos en medio del corto recorrido. Sin clase, ni codicia ni repetición ni fijeza. Pasó un rato, Aguilar, ante la manfiesta mansedumbre del animal, intentando robar viajes con escaso éxito. Mató de estocada y descabello pasando un trago por la nula humillación del toro. Silencio.
Largo, montado y ensillado salió el Tortolillo quinto sin empleo en el capote de Aguilar y saliendo suelto de cada lance. Se fue al relance desde los medios para estrellarse contra el peto dejándose pegar, igual que se dejó en la segunda vara.
A su cuadrilla brindó Aguilar el último toro de la temporada, y sobre las piernas tuva que ser, por fuerza, la faena a un toro de embestida descompuesta y reponedora que se quedaba debajo de la tela sin pasar y había que andar listo para que no te echara mano. Logró imponerse el madrileño a base de ataque y fuerte toque. Se tiró sobre el morrillo para lograr la estocada trasera y escuchó ovación." Burladero
"Pero más todavía Alberto Aguilar, que difícilmente encontrará tan juntos dos camorristas de esa calaña y en tan corto espacio de tiempo. El quinto, un toraco bronco y montaraz, quiso quitarlo de enmedio de un arreón traicionero y por poco lo consigue. A cambio, Aguilar lo fulminó de una estocada. Y su otro, el enano de la tarde, filigraneó para hacerle un roto. El torero se libró no sin antes ser desarmado en un sinfín de ocasiones. Vaya tela." El Periódico de Aragón
"El segundo de la tarde, "Friturero", también me ha gustado pese a su mansedumbre, pues ha sido un animal encastado y poderoso que ha hecho pasar un mal rato a su matador y que con la espada clavada se ha hecho el amo del ruedo. Ha tenido este animal reminiscencias antiguas y una acentuada seriedad que ha llevado de calle a su matador y lidiadores." La Cabaña Brava
"El segundo, otro jabonero, resulta muy complicado: pega arreones, echa la cara arriba, al final de cada muletazo. Alberto Aguilar abrevia, mata con decisión. Con la espada clavada, el toro persigue al matador, lo desarma dos veces. El público se pone de parte del toro. Brinda el quinto a la cuadrilla: con esfuerzo, se libra de las tarascadas. Hace lo que puede, que es poco. Mata de gran estocada, atracándose de toro." Andrés Amorós Abc
Violento y orientado el lavado y jabonero 2º
Malo el silleto y mal hecho 5º
"Cuando el jabonero segundo de Prieto de la Cal, de casi seis años, sintió el frío de la espada en sus entrañas todavía no había terminado de sacar todo lo malo que llevaba dentro. Y eso que ya había sacado mucho por los dos pitones, una violencia de derrotes, una dureza cabrona y de genio montaraz. El arreón último a Alberto Aguilar con el estoque dentro fue de predador. Pésimo hasta para morir sin humillar ni dejarse descabellar en los medios. Las tres veces que la prenda fue al caballo las tres se soltó, aunque la tercera fuese en largo. Algunos demagogos aplaudieron su arrastre.
El quinto de Prieto de la Cal se presentó en el ruedo con toda su anatomía silleta a cuestas, hecho como a golpes con el martillo de Thor, el pitón derecho dañado y erosionado. Y tan malo que se fue directo al cuerpo de Aguilar según le puso la muleta. Pasó el hombre un quinario con sus reflejos como arma mayor. La estocada fue fulminante. En un visto y no visto." Zabalita El Mundo
"Alberto Aguilar tuvo que lidiar con un segundo jabonero más suelto de carnes pero mas ofensivo de cara, peligroso , que embistió sin humillar y sin entregarse. Manseó el toro en varas aunque acudió de lejos en la segunda vara, pero salió suellto. Aguilar se empeñó en un inicio por el pitón izquierdo pero sólo pudo demostrar disposición frente a un animal que luego se puso complicado para descabellar. Echó siempre la cara arriba el toro, lo desarmó una vez y nunca fue metido en la muleta. El quinto, negro, cuesta arriba, hecho en dos partes, hizo que Aguilar mostrara su valor en una labor en la que se sobrepuso a las embestidas de un animal desrazado que no se entregó a la muleta y que tampoco humilló." Mundotoro
"Aguilar fue el menos afortunado en su lote, dentro de lo difícil que era ser afortunado, y logró no descomponerse." Opinión y Toros
Lo que aconteció fue una heroicidad, y podría haber ido mucho más allá, pero Alberto, con la cara descompuesta tras despenar el quinto, le soltó al del micrófono "esto no es torear", le faltó completarlo, "y yo quiero ser artista... y ganar dinero".
Pues vamos a hablar de artistas, cenit, súmmum del ser humano al que aspiran todos estos toreros del siglo XXI, contaba Giacometti (no sabemos si alguno del G-10 o 20 o 30 habrá oído hablar, no digamos leer, de este hombre, pero a lo mejor ponen la oreja si escuchan que vendió una de sus esculturas por 74,2 millones de euros) el porque se dedicó al arte. Lo explica así, atención: "Hago pintura y escultura para defenderme, para alimentarme, para atacar.... Para ser lo más grande posible, para vivir mi aventura, para hacer mi guerra".
Y aquí no hablamos metafóricamente, el cuartucho donde se encerró toda una vida para crear, era un lugar sobrenatural como un ruedo. Lo explica mejor que yo Félix de Azúa (los malditos paréntesis pseudoexplicativos míos): "Los lugares sagrados son espacios desconcertantes, caprichosos y generalmente baratos (un montón de arena). Aparecen en donde menos se piensa, es inútil buscarlos porque sólo es posible encontrarlos, no se perciben a simple vista ya que su naturaleza sacra sólo se muestra mediante el sacrificio, que es lo propio de los espacios sagrados, si no, se llamarían de otra manera. (...) Fue su sacrificio, terco, dramático, su ígnea voluntad de arrancarle al vacío una figura humana y más que humana, lo que iría transformando el agujero en un lugar sagrado. (...) las divinidades no atienden a nuestra manía de poner precio a las cosas, sino al deseo, tan sólo al deseo. Es el deseo y sólo el deseo, unido al sacrificio y sólo al sacrificio, lo que hace descender a las divinidades y convertir modestos lugares en templos perdurables. Todavía hoy sigue sucediendo.".
En Zaragoza no sucedió. Le faltó a nuestro aniñado torero el deseo de consagrar la plaza de La Misericordia, y con esto no digo regarla de sangre, no es uno un sádico, sino de haberle dado importancia a lo que hacía. Marcial Lalanda, uno que está olvidado, lo recordamos cuatro, creo, lo veía de manera muy distinta:
"Para algunos, según dicen, la pesadilla es la salida de un toro difícil o imposible, que les lleva por el camino de la amargura, se las hace pasar moradas... Sin orgullo, puedo decir que tampoco es mi caso. (...) De los ocho o diez toros excepcionales que he visto en mi vida, casi ninguno como aquel Amargoso de Albayda, que yo maté unos años antes.
Por su excepcionalidad en todo, ofrecía, para el torero, dificultades casi insalvables. Embestía desde muy largo, como un bólido. Frenaba cuando llegaba a mí. Seguía mis movimientos y corneaba con tal fiereza que fue reduciendo mi coraje hasta vencer mi ánimo. Cuando ya no me quedó otra cosa que hacer, opté por meterle la espada.
Murió sin que nadie supiera lo que el toro podía haber sido. Escribieron que era un marrajo, otros dijeron que quizá estaba toreado. Yo sé lo que fue en realidad: un toro bravísimo, excepcionalmente bravo, pero con bravura de la mala (!!!!!!!!), que va a por el torero.
Para reducirlo, yo sabía muy bien lo que había que hacer. Simplemente, no me atreví a hacerlo. Bastaba con que le hubiera aguantado su feroz embestida y, al llegar al cuerpo, le hubiera adelantado la pierna, al mismo ritmo de la muleta, haciendo un cruce espeluznante para que el toro, embalado en su velocidad, hubiera seguido el engaño de la pierna y trapo hasta el último alcance de sus pliegues. Y, luego, repetir la suerte cuantas veces hubieran sido precisas, de acuerdo con la velocidad y el poder del toro. Si así lo hubiera hecho, se me hubiera entregado, sin duda alguna. No lo hice y ese toro excepcional cargó con un mochuelo que todavía me pesa en lo intimo de mi conciencia.
(...)
"¿Había muchos toros como estos, que daban la impresión de ilidiables, y en realidad no lo eran? Muchos. Me preguntaréis: ¿Es que quieres que vuelvan a los ruedos aquellos toros? Mi respuesta rotunda sería: ¡Sí! Aquellos toros -junto a otros, más nobles- daban la tónica de lo que la Fiesta debe ser, descubrían la importancia de un torero y el público vivía en toda su intensidad la grandeza del toreo. Los aficionados que no se reconfortan con estas emociones son culpables de la decadencia actual de nuestra Fiesta
(...)
He dado toda mi vida a esta Fiesta, en una época en que el toro protagonizaba la plena conciencia del espectáculo. Un espectáculo mitad lógico y mitad mágico, pero siempre heroico.
Cuando el toro era el supremo elemento, representaba el poder, el furor opuesto al hombre.
Ese toro, que producía verdadero pavor, obligaba al diestro a superarse, a vencerse a sí mismo para triunfar en su lucha con la fiera." Lalanda podría haber conversado con Giacometti, pero claro, él sí era un artista.