Con el rol de madre me ocurre otro tanto. Ser primeriza no ayuda y tiendo a comparar lo que considero que voy a ser con lo que he conocido en mi círculo más cercano. Mi madre, por ejemplo, es otro modelo insuperable: trabajadora superwoman, siempre creativa y práctica, siempre original y divertida.
Suerte que existen libros para relajar las tensiones de las expectativas inalcanzables de las preñis inseguras. Esta magnífica edición de Cuento de luz (editorial luminosa donde las haya, con historias siempre originales y humanas) me ayudará en los momentos en los que no alcance el nivel que me marque. Y es que frecuentemente me propongo metas demasiado altas, para qué voy a engañarme, eso siempre produce frustraciones. ¿Y como mami? ¿Estaré a la altura de las necesidades de Guisantito? ¿Y la de mis propias metas?
La gallina Cocorina, la pobre, es torpe, gafe y despistada. Ya de primeras puso los huevos de sus hijitos al revés saliendo los pequeños a traspiés y llenos de chichones. Como gorda no puedo alejar por siempre la expectativa del parto y las inseguridades que ese momento acarrea. Intento apartar de mi mente cualquier idea que me sitúe como una cocorina patosa y sin instinto, pero no siempre es posible anular las preguntas de "¿Seré capaz? ¿Lo haré bien?" Ya, millones de mujeres lo hicieron antes y con menos medios. Yo estoy en plena forma (obviemos por hoy las ciáticas pasajeras y las dificultades respiratorias) y sucintamente informada de las medidas y posibilidades del momento. ¿Qué más puedo pedir? Hasta mi propio subconsciente me manda mensajes tranquilizadores en forma de sueños de partos perfectos y sin complicaciones.
El maravilloso texto rimado de Mar Pavón está deliciosamente ilustrado con los divertidos pollitos de Mónica Carretero (¡me encantan estos pollos!). Cocorina aparece ante el lector como una gordita torpona con unos trazos tan simpáticos que se le coge cariño desde la primera página. La originalidad del libro no sólo radica entonces en el tratamiento de la aceptación de las imperfecciones, también en ciertos dibujos de Carretero que no dejan de sorprender. Siempre bien imbricadas al texto, las ilustraciones rebosan una sublime imaginación, como esa regordeta luna con orejeras que teje un agujero negro.
Hablamos de imperfecciones, así que quien encuentre alguna en este libro que me lo haga saber, pues yo no las encuentro.