Trajo mi tarta favorita en mi último cumpleaños; escuchó mi misma queja laboral de siempre; me enseñó qué es tener fuerza de voluntad, aunque me descarriara mil veces; celebró la emoción de mi acierto amoroso (esta vez sí);
Mi madre, un peligro con la cámara, en la catedral de Nantes, Francia
se acordó de detalles pequeños que para mí eran grandes; me quitó peso de preocupaciones tontas; se rió conmigo a carcajada limpia con una copa de vino; me llamó muy temprano para animarme antes de un examen; me dijo cientos de veces ¡tú vales mucho, nena!; reprendió mis actitudes malcriadas; dejó que eligiera la carrera que quería (aunque alguna vez me haya preguntado por qué no me lo impidió); permitió que me emperrara de forma caprichosa en hacer la Primera Comunión cuando apenas meses después dejé de entender su utilidad; evitó que viera “V” porque, decía, “no son series para niños”; aplaudió entusiasta en primera fila mi papel de Sol en aquella obra cuyo título no recuerdo; repitió mil veces conmigo que la “n” con la “a” era “na” y no “ma” y nunca se cansó; me explicó siempre que la honestidad y la valentía eran mejor que la mentira y la cobardía; me llevó todos los primeros días al colegio; cortó el pollo en minúsculos pedacitos para que pudiera comerlos; me dio de mamar; me parió, qué más le puedo pedir.
PD: ayer fue su cumple y yo no aparecí con su tarta favorita, fallo del guión.