A mi amigo Joselu, que escuchaba a Randy Newman esta mañana mientras, afuera, llovía
La lluvia hace que a uno se le sobrevenga un pudor que no se espera. No desea que el cristal se desempañe o que la luz lo invada todo y nada queda a salvo de las miradas. En ese gris amable, suelo pensar en los días de lluvia de mi infancia. Pienso en la impertinente lluvia de los sábados, la que malograba el fútbol en la Plaza de Zaragoza con los amigos, la que me recluía en casa, sin que tuviera el divertimento que siempre encontraba afuera. No hay vez que no llueva en que no me sienta reconfortado. No importa que camine las calles o que esté en casa. Días con lluvia se me graban mejor en la memoria que los soleados y limpios. La bruma impregna mejor los recuerdos. No sabría a qué obedece ese afecto mío. Siempre he dicho, mitad en broma, mitad en serio, que me nacieron andaluz, pero que yo soy norteño, tanto más al norte cuanto más lloviese o se encapotase el cielo. No estará de acuerdo conmigo mi amigo José Antonio. Él es el que ha hecho esta majestuosa fotografía. A él le impone que la monótona persistencia de la lluvia no dé aviso de cese y transcurran los días y nada en el cielo informe de la luz o del sol, precursor de alegrías. Creo que leo mejor cuando afuera está lloviendo. Digo que la lectura se me ofrece más abiertamente y yo, embelesado, me concentro con más facilidad, aprecio mejor lo que me cuenta, accedo con mayor hondura a lo que, en otras ocasiones, se me resiste, escondiéndose. Creo que escribo mejor cuando afuera está lloviendo. El hecho de que la lluvia arrecie los cristales me imbuye en un estado creativo al que no entro si el día está despejado. Eso contando con la ficción de que alguna lectura o escritura mía sean todo lo deseablemente buenas que yo quisiera. Creo que hasta soy mejor persona cuando llueve. En verano, en esos días de absoluto rigor en Córdoba, debo presentar mi yo más hosco, el menos lúdico. Respiro un poco cuando anochece. Detrás de la hermosura de los días de lluvia está la hermosura de las noches. Todas, a su modo, son extraordinarias. También leo, escribo, hablo y hasta entiendo mejor el mundo de noche, cuando el sol desaparece y la luna, la visible, la que no, ocupa el entero techo del cielo. He escrito muchas veces sobre el frío, sobre la bondad del frío, pero nunca me he entregado con verdadero ardor a ponderar la lujuria de la lluvia. La fotografía de José Antonio me ha dado el punto de motivación que me faltaba. Mañana, si llueve, no es lunes.