Llego muy temprano, tanto que en la espera de camas la enfermera me pregunta si pretendo abrir el hospital. Sin embargo, a pesar de la hora, y de acompañar al celador a recoger al primer niño, sé que tendré que meter el turbo y que, aún así, iré apurada de tiempo, sólo limpiar y preparar el quirófano entre cirugía y cirugía suponen, mínimo, 20 minutos. La previsión del día son dos horas.
Reconozco al primer niño, un caso que ya habían visto varios de mis compañeros y que me chocó encontrarme entre mis revisiones. Me disculpé con la madre por el error de citación pero me aseguró que no le importaba. Después de explorar a su hijo le expliqué que pensaba que había que operarle. ¡Menos mal! exclamó. Me extrañó su reacción, le había salido del alma. La mujer se confesó entonces: ya le habían hablado de mí otras madres del colegio (afortunadamente parece que bien) y como los chiquillos habían mejorado tras pasar por mis manos, mientras que el suyo no levantaba cabeza, cuando vio que la cita se la habían dado conmigo en lugar de con su médico, consideró que se trataba de un error afortunado. Mi indicación confirmó sus expectativas. Espero que los resultados de la cirugía también lo hagan.
Últimamente el programa informático del hospital va fatal así que aprovecho la coyuntura de que funciona para dejar listos todos los informes de alta. Me percato entonces de un detalle que puede complicar aún más la mañana: dos de mis enanitos son presos y tienen que traerlos de la Penitenciaría. El protocolo del manejo de presidiarios requiere la coordinación de varios equipos de las fuerzas del orden: los trae la Guardia Civil pero a la intervención los acompaña la Policía Nacional. Llamo al hospital de día, los presos han llegado pero no los policías así que mis enfermos no han ingresado sino que siguen en el furgón. Cambio el orden y durante la espera consigo intervenir a dos pacientes, ya van tres de siete. Por desgracia ahí termina la progresión, la policía sigue sin llegar y no han ingresado más enfermos. Toca desesperar.
Desespero durante un rato. En ese tiempo las enfermeras del Hospital de día me echan de sus lares tras explicarme educadamente que mis visitas no van a adelantar los ingresos. Subo a la consulta y me tomo mi manzana de Blancanieves, que nadie me ha envenenado aunque seguro que más de uno ha sentido ganas de hacerlo. Cuando bajo, inasequible al desaliento, paso de nuevo por el Hospital de Día. Asienten al verme. ¡Ingresos! ¡Por fin!
Dicen que hay que tener amigos hasta en el infierno y no sé si la cárcel se puede considerar como su equivalente porque según me ve aparecer, uno de los presos me saluda encantado con un entusiasta "¡Buenos días Dra!" Dado mi afán por la puntualidad, no he podido contenerme y les he echado una pequeña bronca a los policías por su retraso. Luego, para adelantar los preparativos, me he acercado al quirófano a por las vestimentas con las que deben cubrirse el uniforme para pasar a la zona quirúrgica. Cuando me han visto aparecer con los ropajes, los cuatro policías han salido del cuarto como alma que lleva el diablo. Afortunadamente sus custodios se han quedado tranquilos en la cama y no han aprovechado para imitarles y escapar a su vez porque yo ni siquiera llevaba un bisturí como arma con la que evitar su huida.
En pleno trajín, supongo que para completar la mañana, me entero de que me buscan en Dirección. La secretaria me cuenta que han recibido una solicitud para trasladar un paciente ingresado de Cáceres a la Unidad de Rendu-Osler de nuestro hospital, Unidad aún inexistente y de la que en teoría me encargo. Cierto que tengo la esperanza de que acabemos con una Unidad pero, de momento, la atención de estos enfermos depende sobre todo de mi cabezonería y de la colaboración de Medicina Interna. Se trata de una enfermedad hereditaria en la que se desarrollan malformaciones vasculares en distintos órganos y que sangran, con frecuencia y a chorro, por la nariz. Casi nadie se atreve a tocarlos precisamente por ese motivo, les da miedo el sangrado, y no sin razón. El caso es que yo les infiltro una sustancia esclerosante para que cicatricen las lesiones y mejoren las hemorragia (claro que, en ocasiones, también sangran de lo lindo durante el proceso). Es algo que hago en consulta, armada de valor e inconsciencia, y de manera extraoficial y extraordinaria, sin agenda ni cita. Es una tarea que se lleva un buen rato y aprovecho las mañanas de busca de los jueves para atenderlos (salgo para el arrastre). A pesar de mi empeño por tratarlos, en las condiciones actuales es impensable que nos deriven ningún enfermo para ingresar. Aún así espero que el jueves me remitan al hombre para empezar con las infiltraciones. Como no hay nada como la oportunidad, he tenido que arreglar ese tema al mismo tiempo que me ocupaba de los presos.