LEA: Juan 4:7-14 | En el norte de Michigan, en Estados Unidos, hay una maravilla de la naturaleza: un lago de unos 12 metros de profundidad y 90 metros de ancho. Los aborígenes lo llamaban «Kitch-iti-kipi» o «la gran agua fría», conocido hoy como The Big Spring. Nace de corrientes subterráneas que impulsan cerca de 40.000 litros de agua por minuto entre las rocas hacia la superficie.
Además, la temperatura del agua se mantiene constante en unos 7 ºC, lo que hace que no se congele ni siquiera durante los brutales inviernos helados de esa región. Los turistas pueden disfrutar viendo esas aguas durante todo el año.
Cuando Jesús encontró a una mujer junto al pozo de Jacob, le habló sobre otra fuente de agua que la satisfaría para siempre, pero no se refería a ningún manantial, corriente, río ni lago. Declaró: «el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» (Juan 4:14).
Mucho mayor que cualquier corriente natural es el refrigerio que Cristo nos ha ofrecido. Jesús, el Agua de vida, es el único que puede satisfacernos y apagar nuestra sed. Alabemos a Dios porque Jesucristo es la fuente que nunca se seca.
El único que apaga la sed es Jesús, el Agua viva.
(Nuestro Pan Diario)