Cometí la estupidez de ver un vídeo que circula por las redes sociales donde un hombre golpea salvajemente a un niño frente la mirada atónita de otros niños en lo que aparenta ser la sala de una casa. Confieso que la crudeza del vídeo evitó que viera los seis minutos de duración. Alcancé ver apenas 30 segundos.
Luego viví -como todos- la terrible noticia del tiroteo en una escuela en Connecticut donde murieron 20 niños entre las edades de 6 y 7 años.
Las noticias desgraciadas sobre niños y ancianos son la orden del día. Ni hablar de la cantidad de hombres y mujeres que mueren víctimas de la criminalidad que azota a un país donde muchos, no todos, son solo espectadores.
Desde que me convertí en madre abandoné esa posición cómoda en la que insisten permanecer algunos. Quizás no puedo cambiar el mundo pero sí puedo poner un granito de arena educando, amando y criando a un hombre de bien; mi hijo.
Sé que la situación es más profunda y que esos imbéciles que cometen estas atrocidades son víctimas del mundo pequeño donde les tocó vivir y desarrollarse como estiércol, perdón, como seres vivos.
Esto no tiene que ver con clases sociales. El crimen ya no mira raza, edad, nacionalidad, etc.. El criminal está donde quiera y la víctima, lamentablemente, también.
Me siento triste e impotente ante tanta violencia. Me ocupo de mi hijo, los míos y todos los que conozco. Pobres de esos que no tienen quién procure por ellos. Ya sabemos el futuro que les espera.
Y tú, ¿qué piensas?
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