¿Cuántas veces has visto a un niño tirado en el suelo hecho un mar de lágrimas, patadas y gritos? Seguro que bastantes… Y, curiosamente, cuando vemos esa situación como observadores nos parece fácil saber cómo reaccionar o conocer el motivo que ha originado semejante espectáculo. ¿Sabes por qué? Porque no eres tú el centro de atención en el que se clavan todas las miradas enjuiciando tu validez como p/madre ni tampoco eres tú quién sufre por no entender a tu hijo y no lograr calmarlo. Así pues, el primer paso es darse cuenta de que el berrinche de un niño no se relaciona con ser malos padres sino con la falta de observación y de dirección.
El berrinche es una forma de comunicación, una forma de demanda no verbal de necesidades y deseos que se ha mantenido de la primera etapa de vida en la que la expresión oral no existía. ¡Y es cierto, tus hijos ahora saben hablar! No obstante, ésta es la forma de actuar que conocen y que les funciona… Así que el segundo paso es comprender que el niño no es un demonio ni un manipulador por comportarse de esa forma; simplemente no conoce otras vías efectivas de comunicación y demanda para hacerlo mejor.
Así pues, partiendo de la base de que “la culpa no es de nadie” será importante que empieces a observar los ciclos de comportamiento de tu hijo para que puedas identificar qué situaciones y razones le llevan a la explosión de ira. Esto te permitirá aplacar la situación en la que se da el inicio del berrinche y, sobretodo, aprender a escuchar a tu hijo, a ponerte en su lugar, a comprenderle de verdad.
Aunque he mencionado la ausencia de culpas y manipulaciones… ¡Cuidado! Estamos hablando de encontrar la forma de hacer las cosas mejor para lograr una comunicación efectiva con el niño pero no de complacerle en todos los sentidos para evitar los berrinches. Está bien darles a nuestros hijos aquello que nosotros no pudimos tener pero el exceso de cuidados (sobre todo si resultan de calmar un berrinche) no les ayudará a entender y aprender que a veces no se puede tener todo y que hay momentos y motivos para el sí pero también para el no.
A continuación quiero darte algunas pautas que te ayudarán a tomar consciencia y, sobretodo, a dar dirección a la educación que estás ofreciendo a tus hijos:
- Presta atención y cambia el estado de tu hijo cuando veas que está a punto de estallar. Por ejemplo, si has tenido que darle una negativa y sabes que acto seguido va a patalear para lograr lo que quiere… ¡Dirige su atención a cualquier otra cosa! Tómalo de la mano y, como quien no quiere la cosa, pídele que cante contigo su canción favorita o que mire hacia el cochazo que acaba de pasar. Cambiar su foco de atención evitará que su ira escale cada vez más alto, hasta llegar al secuestro emocional.
- Si te encuentras en pleno berrinche, no optes por ignorarle sin razón ni cedas a sus deseos. Explícale el motivo por el cual le has dicho que no o comunícale cómo te sientes cuando eso sucede y, entonces, cambia su foco de atención a otra cosa o déjale espacio a solas e ignórale si así lo deseas.
- Todos sabemos que eres un padre/madre comprensivo/a pero tu rol es el de autoridad y debes conseguir que se respete. En un berrinche la autoridad no se ejerce con gritos ni con violencia física sino con firmeza: puedes tomar a tu hijo de la mano, con firmeza pero sin hacerle daño, y explicarle cuál es la situación, cómo te sientes cuando se comporta así y cuál es la mejor forma de conseguir lo que quiere. A partir de ahí, si continúa con la pataleta puedes ignorar su comportamiento pues ya le has dicho amablemente que esa no es la vía y que no vas a ceder ni a tolerar esa actitud.
- Los niños nos cogen la medida y si cedes pronto no le estás haciendo ver que, efectivamente, mantienes tu postura y que esa no es la vía. Después del berrinche siempre vienen los sollozos pero, por mucha pena que te de, es pronto para darle mimos y debe saber que la situación aún te molesta.
- Cuando tu hijo recobre la calma (debe llevar mínimo 5 minutos tranquilo) habrá llegado el momento de volver a explicarle el motivo por el cual no has accedido a su petición y por qué su forma de actuar no es la mejor. Es imprescindible hablar con los hijos mirándoles a los ojos, preguntarles si han entendido el por qué, escuchar qué dicen y cómo se sienten, poner atención a sus emociones, invitarles a expresarse y a hacer las cosas de una forma mejor la próxima vez. Intentar razonar con los niños (¡o con los mayores!) en plena rabieta solo empeora la situación…
- Enséñale a comunicarse mejor, a ver las cosas de otra forma, guíale hacia la aceptación, motívale, promueve actividades y actitudes que fomenten su autoconcepto… Puedes leer más sobre el tema en: Crianza optimista para niños felices.
- Los padres deben ir a una, respondiendo por igual ante el hijo (si uno cede, todo se desmorona).
- Recuerda que los niños modelan a los adultos y tu forma de reaccionar y comportarte es una pauta muy importante en el desarrollo de su carácter, actitud, comportamiento y hábitos. Comunícate de forma tranquila y serena, no grites, comparte, respeta, mantén la calma sin enfadarte, explica cómo te sientes o cómo te hace sentir una situación…
- Premia a tu hijo siempre que actúe de forma adecuada o exprese cómo se siente en lugar de explotar… Reconocer cuánto te gusta que esté tranquilo y que te diga lo que quiere y siente u ofrecerle una responsabilidad o participación importante como muestra de confianza será una buena forma de reforzar sus actitudes más positivas. Dale opciones en lugar de exigirle… Por ejemplo: es mejor decirle “es la hora del baño, ¿quieres prepararlo tú solo o quieres que te ayude?” que decirle “tienes que bañarte”.
- Establece límites y dalos a conocer: si no existen es imposible que tus hijos los acepten. Estos límites deben caracterizarse por ser firmes e inamovibles, ser empáticos (nos ponemos en el lugar de nuestros hijos y practicamos la comprensión), ser constantes (ambos padres a una, con perseverancia) y consecuentes (no respetar los límites tiene consecuencias). De la misma forma, demuestra que también sabes decir que sí si la situación acompaña y es pertinente.
- Como dice el psicólogo clínico Alfonso Ladrón: “castigar es un claro reconocimiento de nuestro fracaso educativo”. Con esto quiero decir que los niños son muy listos y muchas veces el castigo que se les impone no solo no les importa sino que, además, les viene bien (como al niño que no le interesa la clase y le echan al pasillo). Los castigos deben ser el último recurso, nunca físicos, siempre justificados, racionales y moderados, adaptándose a los intereses de cada edad y relacionándose con aquello que no se ha hecho bien; esto es: si el niño no ha hecho la tarea del colegio no tiene sentido castigarle sin móvil porque no tiene ninguna relación, más bien debería corresponder dedicar un día extra de clases particulares cada vez que olvide o eluda hacer la tarea.
- Suele ser más fácil potenciar las actitudes positivas que eliminar los comportamientos negativos. Será más efectivo reforzar aquello que el niño hace bien, dar ejemplo, agradecer, proponer y etc que castigar una y otra vez un comportamiento que no es adecuado.
No importa si tu hijo tiene 2, 5, 10 o 16 años. Su capacidad de comprensión es superior a la que imaginas y tus esfuerzos por invitarle a comunicarse de otra forma y a expresar sus emociones os ayudarán hoy y mañana. Y sí, tu gestión emocional jugará un papel importante para poder mantener la serenidad suficiente y aplicar estos pequeños consejos.