En un mundo normal no haría falta dedicar esfuerzos a escribir tesis como ésta. Sin embargo, en éste tan contaminado y mojigato, libros como el de Beatriz Preciado sirven para derribar barreras que alguien construyó algún día muy lejano (puede que la primera piedra se colocase en la noche de los tiempos), y gracias a eso ver un poco más lejos desde el sitio en el que nos encontramos. Pueden llamarlo abrir los ojos, quitarse la venda, abrir la mente... como quieran.
En un mundo normal, no haría falta reivindicar el derecho del ser humano a decidir cómo quiere llamarse y cómo entiende su sexualidad primero con respecto a sí mismo y después con quienes le rodean. Tampoco sería lógico definirse en base a los gustos sexuales, ¿por qué todo ha de girar en torno al sexo y a las preferencias de cada uno en este sentido? No es lo habitual, y por eso sigue habiendo mucha gente en contra, pero realizar un cambio de sexo y/o de género no debería tener más trabas administrativas que cualquier otra cirugía estética, sin entrar en los diversos aspectos psicológicos que derivan en ambas.
Estas teorías parten de romper con lo que tradicionalmente se entiende como masculino o propio del hombre y femenino o propio de la mujer. Eso, ya no vale, o no debería valer. Reducir la masculinidad o la feminidad a unos órganos concretos que nos acompañan desde el nacimiento no debería condicionar la vida de ningún ser humano: no se me ocurre nada más injusto, y sin embargo más real e implantado en esta sociedad, tan retrasada y vulgar en éste como en tantos otros temas.
Según Beatriz, no hay células masculinas ni femeninas, y a los recién nacidos se les asigna el sexo por lo que se aprecia visualmente al nacer, sin realizar análisis cromosómicos o genéticos. Esto debería darnos mucho que pensar, y debería derribar muchas barreras a quienes a estas alturas aún las carguen sobre sus hombros.
El contrato contrasexual que se propone en “Manifiesto contrasexual” (Anagrama, 2011) no está exento sin embargo de limitaciones, y por eso es complicado estar completamente de acuerdo con él. Pese a que esta lucha me parece imprescindible y muchos aspectos los comprendo bajo el mismo punto de vista, creo que no es conveniente “volver” a limitar la sexualidad humana precisamente por no estar de acuerdo con los límites que están actualmente establecidos. ¿No sería mejor luchar para borrarlos todos?
La revisión a la teoría sexual que se propone en este libro es ideal para quienes no estamos satisfechos con las explicaciones que del mundo se nos dan desde que nacemos: imposiciones que no por ser antiguas llevan implícita la verdad intrínseca de todas las cosas. El lenguaje, por sus propias características, resulta siempre escaso y limitado y por tanto, etiquetar cada una de las realidades supone siempre delimitarlo con barreras. Volviendo al plano sexual, suelen ser las minorías quienes buscan un nombre que les defina (o es el resto del mundo quien se los asigna, normalmente partiendo de insultos que buscan excluirles con crueldad), cuando precisamente son esos grupos quienes se desvían de la supuesta “normalidad” rompiendo así sus propios límites (o, mejor, los límites de la sociedad). En la actualidad, una persona con inclinaciones heterosexuales no suele tener que explicarse ni definirse, y sin embargo otra con preferencias homosexuales o de cualquier otro tipo, sí suele tener que hacerlo (aunque creo que, precisamente, no debería hacerlo, fuera de la necesidad de entenderse a sí mismo nombrándose de alguna manera que dé sentido a su realidad... y aquí volvemos a las imposiciones sociológicas y a la necesidad imperativa de escapar a ellas).
¿Por qué limitar esa fuga de la normalidad impuesta, que es ya un canto a la libertad por sí misma? Designarse a uno mismo en cualquier ámbito vital, limita el campo de acción, si uno es coherente entre lo que piensa-dice y lo que lleva a cabo en su día a día, (que ese ya es otro tema). Y matizar el lenguaje ya disponible para asociarlo a cada punto de vista particular, es entrar en una espiral semántica que no conduce al entendimiento: inventemos los términos que nos designan sin lugar a dudas o, mejor aún, evitemos nombrarlo todo.
En el discurso de Beatriz Preciado, la homosexualidad y la heterosexualidad no son entidades naturales, sino construcciones sociales y políticas: uno no nace siendo esto o aquello: según sus investigaciones, esas entidades se crearon hace relativamente poco tiempo, en la medicina de finales del siglo XIX, con la finalidad principal de normalizar la heterosexualidad y patologizar la homosexualidad: se crearon para regular el sistema que une sexo y reproducción. No deberíamos tener esa amnesia histórica, es un error muy común que juega en nuestra contra en todos los aspectos de la vida (en política, se usa ya como herramienta de control de masas): por eso es importante partir de la individualidad para conseguir un conocimiento más completo y universal, no podemos quedarnos con lo que quieran contarnos a saber por qué intereses. Si la inquietud parte de uno mismo, y estudia, e investiga, si lee sin descanso, obtendrá sus propias conclusiones y tendrá una versión única, individual, y original de las cosas, una voz propia. Ésa me parece a mí que es la única lucha que verdaderamente importa, y se puede extrapolar a todo.
El discurso de Beatriz Preciado se aplica a tantos aspectos de la sexualidad, es tan completo y tan interesante que invita a buscar toda su bibliografía y a escuchar su voz en los vídeos que circulan por la red. Una mente preclara la suya, con la que ayudar a construir nuestra particular versión de este mundo en el ámbito sexual, pero no sólo: también en lo social y en lo psicológico.