No están los ánimos para maniobras de cazas militares, de vuelo bajo (apenas 300 metros) a cargo de aviones de combate F18 que sobrevuelan como una exhalación tranquilos pueblos catalanes atemorizando a los vecinos a la hora de la siesta. A un mes de las elecciones autonómicas de Catalunya, unas maniobras militares procedentes de la base aérea de Zaragoza no son lo más acertado. Más bien son de lo más desacertado con vistas a unos comicios en los que cada uno va a votar lo que le pida el cuerpo independientemente de las siglas que van detrás o delante de la idea principal, que como decía el rey en su web, no es otra cosa que “escudriñar la esencia”.
El Roto, ayer en El País
También de vuelo bajo han sido y siguen siendo a cada zancada las palabras y la propia figura de José María Aznar, un personaje resentido que se cree un elegido divino listo para autoencumbrarse como gurú de medio pelo. Sus declaraciones sorprendentemente siguen teniendo eco en los diarios de mayor tirada, sometidos ya sin remisión a las condiciones de la troika de la rentabilidad, la precariedad y el recurso fácil del espectáculo y del suceso de la España negra que tantas cortinas de humo crea, en detrimento de la información que un día les hizo grandes y abanderados de un sueño colectivo.
Las palabras de Aznar retumban como un F18 en vuelo raso y superan la velocidad del sonido gracias a Internet. Más leña al fuego, más ruido que se suma al raca-raca que nos dificulta escuchar el lamento del parado, del desahuciado, de los trabajadores precarios, de los que aun, no estando precarios, no harán huelga el próximo 14 de noviembre por pánico (sí, pánico) a que les echen de la sartén para caer en las brasas, de los que viven bajo el umbral de la pobreza. También cuesta escuchar a jueces que aún recuerdan que un día fueron personas y proponen medidas para frenar los desahucios, o de los inspectores de Hacienda, hartos de denunciar el fraude fiscal y la escasez y mala gestión de los recursos para combatirlo. Ahí debajo, sumergidos bajo la línea del horizonte, no llega el estruendo de los motores ni las palabras huecas que alimentan las espirales bélicas cuando la guerra, en realidad, es otra.