Publicada originalmente en Cinearchivo: fichaDvd.asp?idRubText=7025
*Los intimidadores presenta una serie de problemas que tienen que ver, algunos, con eso que Umberto Eco llamó la “sobreinterpretación” (también “lectura paranoica”) y otros con el aprecio que provoca la figura de un director hasta no hace mucho u olvidado o reducido a un par de títulos como puede ser Jacques Tourneur.
Que Tourneur se un grande es algo que debe estar, ya, comúnmente aceptado o al menos reconocido; que todas sus películas tengan grandeza es otra cosa muy distinta. Como cineasta es uno de los más secretos y menos obvios, su magisterio no está a simple vista ni se puede agarrar con facilidad, sino que resulta esquivo y aparece en estado líquido. Semejante a Terence Fisher la magia de Tourner no puede explicarse, pero se reconoce.
De esto no hay rastro en The Fearmakers (los “Fabricantes de miedo”, más exacto que la traducción al español de la edición en DVD), y si lo hay está más en la mirada del espectador, aquí está la sobreinterpretación, que en la pantalla. En esta lo vulgar es vulgar y la atmósfera apenas se deja ver en contados elementos noir o malsanos (la visita de Eaton a la casa de huéspedes).
Es un film paranoico sin paranoia, ni el protagonista ni la planificación duda nunca de la veracidad de los hechos. El borde de la locura que se promete no se llega ni a mirar de lejos. El conjunto es un tebeo de malos muy malos y héroe en peligro solo salvado por los aspectos anticipatorios de su guión –manipulación de encuestas, lobbys, espionaje político, tráfico e influencias… -, que no de la puesta en escena del mismo, impropia de un talento estilístico tan sutil como el de Tourneur. Pese a instantes como las ramas cubriendo de sombras la habitación de Dana Andrews como un amenazador enrejado, la película nunca fluye, una de las características más fascinantes de su cine, resulta estático, un encabalgado de secuencias sobredialogadas, enredadas en farragosas conversaciones expositivas y/o aclaratorias resueltas en monótono plano-contraplano que, de tanto en tanto, dejan caer entre la cháchara la siguiente pieza del misterio para hacer que la estática intriga avance.
Es un film moderno inconsciente de su propia modernidad que, en consonancia, se resuelve mediante procedimientos anticuados que no son los idóneos para extraer lo mejor de esa base sobre la manipulación de la verdad para crear una verdad a medida. Premonitoriamente la película presenta el siniestro tejido económico-político de una América vendida al por menor, pero interpreta esa nueva violencia en claves anticuadas.
Esta es, sin duda, la parte más avanzada, también la más farragosa, tanto que es necesario adornarla con una trama criminal, de todo el film: el poder creciente de los grupos de presión sobre el Congreso de los Estados Unidos.
Pese a que pueda anticiparla en algunos elementos, el film conecta en general con la sensibilidad de La Generación de la televisión, aunque Tourneur presente una mayor ambigüedad ideológica, esto no es, ni se le acerca, El mensajero del miedo. Aquí no hay sátira, ni duda. El lavado de cerebro, las torturas a las que fue sometido el protagonista, Dana Andrews con su
Por desgracia, el esquelético tono del film y su contado presupuesto, zancadillean en esta ocasión las buenas intenciones y frente al fresco político-conspiratorio que en teoría se maneja solo vemos espartanas oficinas, tres o cuatro localizaciones y contados (malos) actores. Hay un distancia entre lo que hay y lo que nos gustaría que hubiese que solo la voluntad interpretativa del receptor cubre. No se si esto es justo para Tourneur como cineasta. En cualquier caso, y más allá de recomendaciones o valoraciones personales Los intimidadores merece la pena, tanto para los completistas de su admirable realizador como por suponer una entrada muy curiosa, por extraña, en la filmografía de la Guerra Fría.*