El maniquí, pese a limpiarlo con un producto que casi me come las manos y a mí entera, seguía zarrapastroso, pero nunca me quise deshacer de él porque sabía que algún día descubriría la forma de adecentarlo un poquito.
Así que le corté por fin la tela mugrienta y rota, otro lavadito y a pintarlo. Es curioso que al secarse la pintura parecía una estatua. Luego empecé a encolar y pegar servilletas. Eso sí, esta vez ha sido un engorro porque con tanta curva y protuberancia he tenido que ir recortando cada motivo ("rombo") e irlo pegando de uno en uno. No me ha quedado perfecto, pero desde luego muchíiiiiiiiiiisimo mejro que antes sí. está genial, de verdad, qué cambio, es increíble lo que se consigue con esta técnica. Aunque para mí lo mejor es que me deja la cabeza totalmente vacía y me relaja muchísimo. Se me pasan las horas volando como cuando me pongo a editar fotos y me doy cuenta de que no he comido.