Dacio Rodríguez LesmesUn canario que rebuzna para Pano, el de Reinosa
El telegrama de KroneComo buen palentino, Nestar sabe rendir culto a la amistad. Testigo: Pano, el de Reinosa, se antoja como el doble de este nuestro Don Manuel el Magnífico, as de ases, en la montaña, de los Gázquez y Pantagruel.
Nestar y Pano son “necesarios”. Ambos constituyen esa pareja de contraste que el sano y humano deporte del humor exige y que ya hemos visto sobre el lienzo en Laurel y Hardy, aunque de Nestar y Pano no quepan discriminaciones de temperamento como las de los cómicos de Cine. Pero, apuremos el parangón. Nestar viene a ser el Oliver de la pantalla y Pano, el Stan. Nestar atendió el encargo a vuelta de correo, mejor dicho, de ferrocarril. Preparó una jaula y en ella facturó a Pano, un burro pequeño. —Ahí te va un canario flauta, -avisó a Pano. Pano salió a la estación, presa del mayor alborozo —A ver, dijo al jefe, ese canario que me envía Nestar. —¿Canario? –contestó el interpelado–. Pues ande con precauciones porque a lo mejor le suelta una coz. —Bueno –comenta Nestar–, Me echó unos “piropos”, pero se llevó “el canario”. Poco después lo montaba un chico a quien le vino como anillo al dedo el trueque.
El Oso del Húngaro
No es esa la primera vez que Nestar hace víctima a su doble de una de sus clásicas bromas. La del “húngaro” fue un tanto comprometida. Fue idéntica a la del soldado –bebedor él, dormilón él–, a quien una noche le taparon la cara con un papel rojo y al despertarle comenzaron a gritar: ¡¡Fuego!! El pobre sorche se quería tirar por la ventana. —Veníamos de Bilbao –nos dice Nestar–, de ver a un torero: “El montañesito”, por cierto muy malo. Caímos en Reinosa en un bar, donde hoy está el Banco Mercantil. Era tarde, pero yo le indiqué a Pano: —¿Por qué no nos quedamos un ratito aquí y descorchamos unas botellas? Pano estaba dormido y arguyó: —No puedo tenerme en pie. Mejor es que me vaya a la cama. Se acostó en una de las habitaciones de la casa y yo me bajé al mostrador. A tal tiempo entraba en el establecimiento un húngaro, sucio y negro como un dolor, con unas barbas de tres colores, como juncos de gordas y un oso tuerto. Yo le abordé y le propuse: —¿Quiere usted ganarse dos duros? —Si no hay peligro para el oso... Subimos donde estaba Pano, que roncaba más que un bombardino. Coloqué al húngaro y al oso de frente y traté de despertar a Pano. De repente Pano se sienta en la cama, se frota los ojos y saltando al suelo comienza a gritar despavoridamente: —¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta? Viola en un rincón. La cogió. Pero ya no estaba allí ni el oso ni el húngaro. Se habían escondido en la cocina.En mi vida me he reído tanto como viendo a Pano en calzoncillos, apuntando con la carabina a todas partes. De veras, me pareció Don Quijote, presto a lanzar mandobles contra los pellejos de tintorro. Busqué al húngaro y le ofrecí los dos duros. —No...se...merecen, señor. –respondió temblando.Respiró el condenado cuando se vio en la calle.
Pano y don Carlos Krone
Cuando Pano se enfadó de veras, y temí que rompiéramos las amistades, fue cuando lo del” Circo Krone”. El oso de que ya le he hablado –el mío, no el del húngaro– lo tenía Pano en casa. Era entonces muy pequeño. Acababa de llegar a Palencia, con todos sus carromatos, el famoso Circo Krone y desde la capital envié a Pano el siguiente telegrama: "Pano-Reinosa. Enterado tiene usted osezno dos meses, si interesa la venta, venga inmediatamente con él”. Y firmaba: Carlos Krone". Pano se tragó la bola. Cargó con el oso y se presentó en el Circo. —¿Don Carlos Krone? —El señor no recibe a nadie –le espetó el gerente. —No diga usted tonterías. ¡Si me ha enviado un telegrama, citándome personalmente! Le mostró el telegrama. Y tan pelma se puso Pano, que al fin fue recibido por Krone. —Yo soy Pano y éste el oso, fue el saludo. Krone se quedó de una pieza. Pano le enseñó el mensaje. —Aquí debe haber una confusión, porque yo no le puesto a usted telegrama ninguno. —¿Qué no me ha puesto ningún telegrama? —No, señor. Pero si quiere le cambio el oso por una leona de cría. Pano apretó los puños, se mordió los labios y cargó con el oso. Y con el oso cruzó Palencia. —Ese Nestar me las pagará. Se molestó mucho. Pero se le pasó enseguida.
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