“Manon” y el enamoramiento como inspiración sin igual

Por Antonio J. Alonso Sampedro @AntonioJAlonso

El amor, en su flamígera versión del enamoramiento ciego y visceral, no tiene rival en eso de emocionar y es por tal que la ópera, el cine o la literatura lo hayan elegido desde tiempo inmemorial como el tema principal de sus obras, a sabiendas de que no hay nada que suscite más el interés de un público que siempre anhela rememorar aquellos electrizantes pasajes de su vida en los que fue arrebatado protagonista en lugar de espectador circunstancial. Y es que, si todas las emociones son ingobernables, la del amor enamorado es la que más perturba el juicio a cambio de fugaces instantes de éxtasis sentimental. Los enamorados que viven en un escenario, una pantalla o un libro, nos parece que siempre lo están y en esa interesada creencia de un público con infinita predisposición a recordar radica su éxito y el del autor que los vino a gestar.

Así como el consumidor, el creador de una obra romántica (término que no necesariamente atiende a un periodo temporal) también precisa del recuerdo para inspirarse, aunque el momento ideal es cuando se encuentra preso del fulgor pasional. Resulta evidente que “Tristán e Isolda” (R. Wagner-1865), la más sublime manifestación musical del arrobamiento volcánico e irracional, no hubiera sido igual de no estar su autor perdidamente enamorado de Mathilde Vensendonck, hasta el punto de parar la composición del monumental “Anillo” llevado por una desbocada emocionalidad, imposible de guardar congelada para años después pretender retomar con igual intensidad.

“Vértigo” (A. Hitchcock-1958) se encuentra en un plano de absoluta afinidad artística con el wagneriano Tristán (algo que en mi libro… “De entre los vivos” intento explicar) y aunque no parezca que el flemático maestro inglés del suspense pudiera alumbrar esa arrebatadora película sobre el apasionamiento enajenante y mortal, lo cierto es que su permanente estado de enamoramiento (de sus actrices y no de su esposa, a quien profesaba un casto afecto filial) encendía en su interior ese volcán que asimismo le llevó a filmar los más maravillosos besos de la cinematografía mundial.

Y que decir de “Romeo y Julieta” (W. Shakespeare-1597), cuya turbante pulsión sexual (por juvenil y por virginal), enmascarada según la moral de aquellos tiempos, era imposible de significar de esa manera tan magistral sin que el autor (borrada por el tiempo su biografía) no fuera un experto conocedor de lo que supone estar enamorado y enamorar.

Pues bien, no me cabe duda de que Jules Massenet, a pesar de su solemne y funcionarial imagen decimonónica, también fue un hombre pasional, pues de lo contrario le hubiera sido imposible escribir su “Werther” (1892) o su “Manon” (1884), la ópera que inaugura la Temporada 2024/25 del Palau de Les Arts y que fue la primera que pude ver y escuchar hace muchos años ya en el Teatro Real.

Es tradición (por visión comercial) que el arranque del curso musical en cualquier teatro de ópera principal se cuide, buscando un favor de crítica y público que devenga en prestigio y notoriedad. La venta general de localidades para la temporada puede despuntar o no en función de cuál sea la repercusión inicial. Por lo visto y escuchado en el estreno de ayer, el acierto de esta producción de la Ópera Nacional de Paris no se puede negar:

– Escenografía (8): Dirigida por Vicent Huguet, en nada molesta a la obra, lo que resulta, hoy en día, excepcional. Muy cuidada y con carácter fastuoso y monumental (los decorados se elevan en toda la extensión vertical de la embocadura del escenario), adelanta la acción doscientos años hasta los veinte del pasado siglo y sin importunar. Todo muy entonado y en geométrico estilo “art déco” (aparecen incluso las icónicas butacas, otomanas y chaise longue “Barcelona” de Mies van der Rohe) que se complementa con un vestuario espectacular, destacando el comienzo del Tercer Acto, cuya subida de telón arrancó el aplauso del público ante la desbordante composición de color y teatralidad. La iluminación subrayante (atención a los nuevos focos blancos ubicados en los palcos laterales) y los coreográficos movimientos escénicos del abundante personal, redondean un trabajo admirable que merecería un sobresaliente de no mediar un grave inconveniente y es que, ante la dificultad de los frecuentes cambios de escenario, se plantean unos “entretenimientos” que incorporan músicas y bailes ajenos a la obra, rompiendo la unidad de una partitura y un libreto que no admiten injerencias que los puedan perturbar.

– Orquesta y dirección musical (8): Seguro a todo riesgo el que contrató Les Arts al fundar la Orquesta de la Comunidad Valenciana, a prueba de cualquier director que no fuera Maazel o Mehta y que en James Gaffigan tiene a un merecido candidato a renovar. Si alguna objeción se puede encontrar en la interpretación musical de ayer, sería la del estilo, no del todo afín al “charme” de la ópera francesa y más cercano a la contundencia del modelo alemán. Solo con escuchar las primeras notas del Preludio podemos constatar la opulencia de un sonido que, eso sí, año tras año no deja de mejorar.

– Coro (9): El seguro también les incluye y en esta obra su lucimiento escénico y vocal llega casi a tocar el techo de la perfección formal. A destacar, el plantel de integrantes principales (los que suelen merodear siempre en primera línea) por su acertado sentido de la complementariedad con los cantantes protagonistas, algo que solo la experiencia de muchos años es capaz de garantizar. Por razones desconocidas, Francisco Perales, su Director Artístico, no salió a saludar, siendo sustituido por su Asistente, Jordi Blanch.

– Voces solistas (7,5): Notable aportación vocal del cuarteto protagonista de mayoría estadounidense (excepto el español Pachón), que llegaría al sobresaliente de valorar solo a Lisette Oropesa (9), en su presentación europea como “Manon”, con una interpretación magistral por voz y por sensibilidad. De emisión imparable, basada en una eficiente proyección vocal a partir de los resonadores faciales, corta como un cuchillo el muro orquestal y llega hasta el final de la sala, demostrando que es una de las “Manon” de referencia actual (algo avalado por su reciente premio a la mejor cantante femenina del año 2024 en los Premios Internacionales de Ópera). Su personaje (un bombón para toda soprano ligera con aspiración a despuntar), traslada credibilidad y emociona tanto que es imposible no empatizar con esas penas y alegrías que una vida de equivocación conduce a su triste final. Charles Castronovo (7), de voz viril e implicación actoral, fue un Des Grieux a media pensión, al faltarle los agudos que son necesarios para que los dúos de amor luzcan con la esperada emotividad. James Creswell (8), mejor cantante que actor, compuso un Conde Des Grieux solemne por su bella y potente emisión de bajo que es capaz de encarnar a “Fafner” (debiera ser barítono), pero su hieratismo le privó de aportar al personaje más humanidad. Al joven barítono catalán Carles Pachón (6) le faltó aplomo en la encarnación del personaje de Lescaut, pero seguro que con el tiempo mejorará.

Por todo lo anterior, mi valoración general de esta “Manon” es de “8,1”, puntuación tan subjetiva como susceptible de criticar, pero que solo pretende soslayar la dificultad inherente en la palabra a la hora de concretar toda percepción particular.

Finalmente, significar que por segundo año no tendremos programas de mano en condiciones, tal y como advierte un correo de Les Arts remitido el 01/10/24, anticipándose a lo que de nuevo será un clamor popular. En dicha comunicación se especifican los ahorros de papel conseguidos al suprimir los programas de 12 espectáculos (2,94 toneladas), rectificando las 24,84 toneladas que por el mismo número de espectáculos, muy satisfecha la institución, anunciaba el año pasado en su Web y que en mi reseña sobre “Orfeo y Eurídice” de marzo signifiqué de la siguiente manera: “…Tras las numerosas quejas de aficionados y medios de comunicación solicitando la restitución de los programas de mano impresos, Les Arts incluye ahora en su Web una página titulada Les Arts en un mundo cambiante, donde explica su nueva política de sostenibilidad. Entre otras medidas adoptadas está la de restringir los programas solo a lo digital y como prueba de acierto se indica que …la supresión de programas de mano en 12 espectáculos ha significado un ahorro de 24,84 toneladas de papel… Pues bien y calculando con extrema generosidad, si la Sala Principal de Les Arts cuenta con 1.412 localidades y cada espectáculo se ofrece en, como máximo, 6 representaciones, ello supondrá unos 8.472 programas por título que, siendo 12, arrojaría un total de 101.664, cuyo peso por unidad deberá ser por necesidad de unos 244 gramos para así lograr completar esas 24,84 toneladas de papel que esta poco matemática institución se elogia en ahorrar. Es decir, que para ser esto real, uno solo de los programas de mano equivaldría a un par de ejemplares juntos de “Cien años de soledad…”

Parece que entonces alguien lo leyó, pero le ha costado todos estos meses rectificar…


Muchas son las grandes voces que han encarnado en el disco a la célebre “Manon” francesa e Ileana Cotrubas, sin duda, es una de ellas y con resultado excepcional. Sin embargo, la razón de recomendar la grabación que realizó Michel Plasson, al frente de su incombustible Orquesta del Capitolio de Toulose para EMI en 1983, es la participación de Alfredo Kraus como Des Grieux, todo un prodigio de perfección vocal que ningún coetáneo logró alcanzar.

La entrada “Manon” y el enamoramiento como inspiración sin igual apareció primero en El Blog Personal de Alonso-BUSINESS COACHING.