En algunas regiones las mujeres chinas enterraban a sus hijos en la arena para poder seguir trabajando; años después su personalidad revelaba que eran personas tranquilas y poco problemáticas, con mínima iniciativa.
Los afectados por acúfenos soportan día y noche una tormenta sonora continua. Año, décadas, sin escuchar el silencio.Ese suplicio, imitado por los torturadores en muchos centros de detenidos a base de emitir música estruendosa sin descanso, vuelve locos a los individuos; les aturde primero y después los deja noqueados: listos para colaborar.
El elefante del circo, con su argolla abrazada a su pata trasera, sujeto a una cadena tan débil que podría romper si se lo propusiera... pero que apenas empuja, que se acomoda a su atadura como si una fuerza invencible lo sujetara.
Los prisioneros de los campos de exterminio: ablandados a golpes, escupidos a martillazos, moldeados por la crueldad gratuita...
La criatura maltratada, la esposa atormentada, la mujer humillada, el hombre herido, el animal martirizado...
En todos ellos pensé cuando vi aquel trozo de madera en el pantano. Flotaba, manso, en la orilla; ofreciendo la mínima oposición al eterno empuje de las olas. Golpeaba contra las rocas con roncos quejidos de madera baqueteada. Lo imaginé meses antes como tronco poderoso, resistiendo con furia al torrente o huracán que la arrancó. Lo veo pelear contra la corriente en el río que la arrastraba. Siento sus heridas al chocar contra las piedras, la noto descorcharse y rasgarse contra las ramas vecinas, golpearse contra el fondo, ablandarse con las continuas bofetadas de las olas... Ahora se mece pulida, agotada, junto a la orilla. Su lisa superficie, su pulida textura, no guarda recuerdo de aquellos nudos poderosos, no queda rastro de arruga alguna... Aparece modelada como la sencilla vasija amasada y trabajada en el horno del alfarero.
Hay una cierta belleza en esa madera maltratada. Quizá si se acepta a sí misma, si le es posible dejar de añorar su pasado vigoroso, encuentre sentido a su cuerpo maltrecho. Acaso su duramen aun resista bajo su piel ajada. Puede que su piel, ahora tan pulida, se brinde mejor a la caricia. Y, en todo caso, tronco torturado, aún flotas.