En política internacional es malo ser un país pobre, pero es aún peor ser un país inexistente. A los primeros suelen engañarlos únicamente los países más grandes que ellos, mientras que a los segundos acostumbra a engañarlos todo el mundo. A veces, quienes los engañan ni siquiera saben que lo están haciendo.
Es lo que le está ocurriendo al Sáhara Occidental: que la Unión Europea estaba engañando a los pobres saharauis sin saber siquiera que lo hacía. Es verdad que también los engaña Rabat, pero es que Rabat lo hace de oficio, mientras que Bruselas lo hace por pereza, por olvido: porque un país inexistente raramente crea problemas.
Según las leyes internacionales, los beneficios del acuerdo de pesca que los europeos firmaron con Marruecos en 2007 deberían llegar también a los exhaustos bolsillos de los saharauis porque es en los bancos del Sáhara, y no sólo en las aguas marroquíes, donde el acuerdo autoriza a faenar a los barcos de la Unión. Pues bien: ha sido necesaria la tenacidad (no remunerada) de una organización no gubernamental como Western Sahara Resource Watch para que (la bien remunerada) burocracia jurídica de Bruselas haya hecho por fin el maldito trabajo que no hizo tres años atrás, cuando se firmó el convenio, y haya trasladado a la Comisión Europea su sospecha de que los saharauis tal vez no estén obteniendo beneficio alguno de los más de 140 millones de euros que la Unión paga a Rabat por ese acuerdo.
Bruselas no sólo debería asegurarse de que los saharauis cobren lo suyo. Debería también disculparse: aunque sólo sea porque los países inexistentes suelen empezar a existir precisamente cuando alguien se toma la molestia de pedirles disculpas.