Manual para (padres de) bebes viajeros

Por Kike Morey @KikinMorey

El dictado de un curso en Lima fue mi oportuno pretexto para apresurar la primera visita de Paule a tierras peruanas. Conocíamos exitosas experiencias de amigos que habían viajado con sus bebes de entre ocho y diez meses pero Paule tenía menos de cinco y nos preocupaba si con esa edad podría soportar un viaje tan largo.

Necesitábamos una opinión médica y fue el pediatra Columbo quien nos reveló la verdad: “El problema no lo tienen lo hijos, ¡lo tienen los padres!” nos dijo Columbo mientras miraba con su habitual extrañeza la pantalla de su PC. “Le enchufas la teta y ¡santo remedio! No se va a dar ni cuenta” sentenció el lenguaraz doctor.

Y como siempre no le faltó razón. En general, Paule hizo un viaje casi perfecto. Durmió mucho, tomó la leche que necesitaba, miró con atención lo que sucedía dentro del avión y se gano la sonrisa de la tripulación y de algunos pasajeros. Pero para lograr aquello, tanto Izas como yo tuvimos que tomar varias precauciones, algunas de las cuales quiero compartirles en este post.

A reservar, a reservar, que la fila se va a acabar

Los grandes aviones cuentan con cunas de viaje para bebes de hasta diez kilos y setenta centímetros de estatura. Hay que procurar reservarlas al momento de la compra del billete porque solo hay cuatro y uno nunca sabe con cuantos bebes te puedes encontrar.

Te la colocan cuando el avión alcanza la velocidad de crucero y la quitan cuando empieza el descenso. La aerolínea te regala una bolsita con una manta, dos baberos, pañales, toallitas y un frasquito de colonia por si acaso los padres se hayan olvidado de algo al último momento.

Estos son de los mejores asientos para adultos en la clase turista porque te permite estirar más las piernas aunque con el maxi-cosi, la bolsa de la niña, la propia bolsa de la madre y el periódico del padre, mucho espacio tampoco hay y te quedas igual de incomodo que el resto de los pasajeros.

Enchúfale la teta y ¡santo remedio!

Para que los bebés no sufran el dolor de oídos debido a los cambios de presión la solución es que estén succionando todo el tiempo. Tiene la misma lógica que la del mascar chicle en los adultos. Si no es posible la teta, que sea con el biberón o, lo más fácil, con el chupete.

Dependiendo de la criatura podría ser necesario que además le cantes su melodía favorita (a Paule le estuve cantando Steppin’ Out durante el despegue del vuelo de Bilbao a Madrid). Si tienen más suerte, estará durmiendo y no será necesario ningún artilugio (como cuando subes con mucho sueño, o pasado de copas, y te tienen que despertar al aterrizar).

Creemos que Paule sufrió el dolor de los oídos cuando empezó el descenso a Lima. Lloró con mucha intensidad y su grito se oía diferente. Mucho arrumaco, mucho arrullo y mucho chupete fue lo que nos ayudo a controlar la situación.

Cuida tus balas, forastero

Tuve que aplicar todos mis conocimientos matemáticos para gestionar los biberones de la niña. Serían dieciocho horas desde la salida de nuestra casa de Bakio hasta la llegada a casa de mi madre en Lima. La división era sencilla: un biberón cada tres horas igual a seis biberones en dieciocho horas.

Compré un nuevo biberón y unos cacitos que me permitían dosificar la leche en polvo en seis pociones. Esterilicé los biberones diez minutos antes que nos recogiera el taxista y llevamos una botella cerrada de litro y medio del agua. Colombo nos había advertido que tratáramos de utilizar siempre la misma leche y la misma marca de agua para evitar cualquier sorpresa.

La ida no fue problema (utilizamos sólo cuatro biberones) pero la vuelta se nos complicó: habíamos llevado dos botes enteros de leche para que nos durara durante toda la estancia, pero para el vuelo de regreso solo contábamos con cuatro cacitos y cada uno de ellos con una cucharada menos de la dosis habitual. Viajamos cruzando los dedos para que la niña no nos pidiera más leche de la que teníamos. Menos mal las cuatro tomas fueron suficientes, pero el problema que tuvimos con alguna de ellas fue otro.

¡TENGO HAMBREEEEEE!

Así nos debió decir Paule con su desgarrador llanto en el vuelo de regreso a España. El avión había alcanzado la velocidad de crucero pero un área de turbulencias mantenía encendido el indicador de cinturones abrochados. Paule lloraba cada vez con más fuerza y todo el avión escuchó sus gritos. “Tiene hambre” nos decía la señora de al lado. “Sí, pero no nos podemos mover” le dije para explicarle nuestra inacción.

Cuando el avión se estabilizó fui en busca de la aeromoza. “Treinta segundos creo que serían suficientes” le dije mientras le entregaba un biberón con agua. Volví a mi asiento. La niña no paraba de chillar. Izas había intentado de todo para calmarla sin ningún éxito. La cargué, la pasee por el pasillo, le cante Steppin’ Out y nada. Su voz parecía que se rompería en cualquier momento. “¡Qué pulmones!” festejaba un sonriente anciano que me quería hacer sentir mejor. Y la aeromoza no volvía.

“¡Vete a buscarla ya!” me increpó Izas. No la pude encontrar. Le expliqué a otra azafata la situación y se fue en busca del biberón. “Creo que se olvidó sacarlo a tiempo. Está un poco caliente”. ¡Parecía que había salido del mismísimo infierno! Era imposible cogerlo con la mano sin quemarse. La azafata me entregó una cubitera con hielos que se derritieron en un par de segundos. Paule seguía llorando y yo le cambiaba los hielos a la infructuosa cubitera.

Como última medida Izas remojó el biberón en el hilito de agua fría que tienen los lavabos de los aviones. Cuando por fin pudimos darle de comer a Paule, ella se calmó y se durmió por un rato largo. Izas y yo recién pudimos relajarnos y con nosotros lo hizo el resto de los pasajeros. La inconsciente azafata nunca se nos acercó ni para pedirnos disculpas (estaba ocupada atendiendo a la clase business) y el resto de la tripulación preparó con mayor tranquilidad la noche dentro del avión.

Pero este único incidente no ensombrece el primer viaje de nuestra hija, la viajera más joven de todo nuestro árbol genealógico. Se portó muy bien durante todo el viaje y se enojó, con razón, cuando tenía que hacerlo. Tendrá muchísimos más vuelos para contar en el futuro. Mientras tanto, hasta que ella misma se encargue de hacerlo, su aita le echará una mano con las palabras.


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