El primero que le puso la proa al comisario de la Exposición Universal, Manuel Olivencia, fue el político socialista Luis Yañez, que nunca disimuló su afán por controlar la Exposición y que exigió a su amigo Felipe González que Olivencia dependiera de él y que tuviera menor categoría administrativa.
Yañez nunca consiguió controlar la Expo 92, aunque cuando llegó Jacinto Pellón si logro cierta influencia, pero si consiguió que el nivel del comisario fuera el de Subsecretario, en lugar de Secretario de Estado, y logró también también amargarle la vida, criticando su labor y movilizando a compañeros socialistas contra él.
"Hundir al comisario Olivencia" se convirtió en una consigna para muchos socialistas de aquella época. Les resultaba incómodo que no fuera un miembro del partido el máximo responsable de aquella exposición universal que, poco a poco, a medida que avanzaba, se perfilaba como el gran acontecimiento de 1992, mucho más que los Juegos Olímpicos y que la etérea conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América.
Olivencia tomó posesión de su cargo en 1985 y desde el principio sufrió el acoso de algunos miembros y sectores del PSOE, sobre todo de Luis Yañez, del ayuntamiento y la diputación de Sevilla y de otros que, desde la trastienda, nunca dejaron de colocar piedras sobre el camino.
Los organizadores de la Exposición, desde el chalet de San Ignacio, en la sevillana avenida de la Palmera, su primera sede, padecieron todo tipo de dificultades, incomprensibles porque procedían del mismo partido que había designado a Manuel Olivencia como primera autoridad de la Exposición. Críticas a la elección de la Isla de la Cartuja como lugar donde debía construirse el recinto, criticas al modelo de exposición que se proponía, crítica a los profesionales que se incorporaban al equipo organizador, en su mayoría sin carné socialista, críticas al protagonismo de Sevilla en el evento, escasez de fondos y una lluvia de interferencias que convirtieron los primeros pasos en la organización de la Exposición en un infierno.
El comisario y su equipo se veían obligados a perder mucho tiempo en neutralizar las fuerzas críticas, en dialogar una y otra vez con las distintas administraciones, en la búsqueda de un consenso que a algunos no les interesaba y en parar los golpes que llegaban.
La llegada de Jacinto Pellon, hombre que si gozaba de la confianza del partido, en 1987, relegó al comisario a un segundo plano, aunque los reglamentos internacionales seguían considerándolo como la primera autoridad del evento.
Las críticas cesaron, los obstáculos desaparecieron y el dinero llegaba por toneladas cuando Pellon se puso al frente de las obras y de la organizadora.
La figura del comisario, que seguía siendo, teóricamente, la cabeza del organigrama, fue languideciendo y perdiendo poder efectivo hasta que el 19 de julio de 1991 Manuel Olivencia, cansado de obstáculos y maniobras, fue destituido, haciéndose efectiva una decisión que el Consejo de Ministros había adoptado en el mes de abril, justificada como consecuencia de las malas relaciones con Jacinto Pellon, el hombre del poder socialista en la Expo 92
Olivencia fue sustituido por el diplomático Emilio Casinello, quien aceptó asumir su papel secundario, representativo, pero sin poder real, en la Expo 92, que ya estaba en vísperas de abrir sus puertas.
El acoso al comisario fue un espectáculo triste y oscuro de la Expo 92, que entonces se interpretó como consecuencia del sectarismo y la intransigencia, pero que, con la distancia de los años, se entiende más bien como la conveniencia de eliminar un obstáculo que, por su independencia política y solvencia ética, impedía también negocios oscuros, maniobras dudosas y chanchullos.
Francisco Rubiales