Manuel Padorno.Obras completas.Tomo I: 1955-1991.Palabras preliminares de Jaime Siles.Edición de Alejandro González Segura.Pre-Textos. Valencia, 2016.
“Si tuviera que definirla diría que es una poesía atlántica. Por eso lo dejo allí y donde y como él quería: en esta luz y aquí esta mañana siempre.” Así cierra Jaime Siles las palabras preliminares que ha escrito para la abrir el primer tomo de las Obras completas de Manuel Padorno que publica Pre-Textos con edición y prólogo de Alejandro González Segura, que hace un iluminador recorrido por su trayectoria vital y artística, además de redactar sendas introducciones particulares sobre el valor y el sentido de cada uno de los libros recogidos en este primer volumen.
Entre Oír crecer a las palomas (1955) y Una aventura blanca (1991), once títulos que reflejan las primeras etapas creativas del poeta y pintor canario Manuel Padorno (1933-2002), uno de esos autores inclasificables -Antonio Gamoneda, Luis Feria, Mª Victoria Atencia, Ángel Crespo, Félix Grande, Fernando Quiñones, Frncisca Aguirre o César Simón- que fueron coetáneos de los más conocidos poetas del grupo de los 60.
A estos poetas que afrontaron al margen de grupos su aventura poética a través de un mapa que les llevó a alcanzar su propio tono de voz, los manuales y las antologías los suelen confinar a los márgenes del canon, aunque su obra esté a la altura de los canónicos Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, Ángel González o José Ángel Valente, que era, por cierto, el que señalaba que donde acaba el grupo empieza el poeta.
De esa aventura estética, de esa búsqueda de un mundo poético propio que se justifica en sí misma tanto como en sus hallazgos da cuenta este volumen que recoge más de tres décadas de una poesía que intenta “llegar hasta el desvío, desvelar la realidad”, como señalaba el poeta en las palabras preliminares de su antología personal La guía.
Manuel Padorno fue un poeta en el que la insularidad iba más allá del rasgo biográfico y de su hábitat. Afecta a la misma esencia de su razón poética. Porque la poesía de Padorno proyecta una mirada comprensiva a la realidad, es una constante búsqueda de lo invisible, de lo que está al otro lado, una indagación en lo infrecuente por parte de quien se veía a sí mismo como un nómada que convoca la epifanía de la luz o como un sacerdote revelador de lo oculto o lo etéreo.
El mar y la luz, el agua y las gaviotas, el barco y la playa son algunas de las constantes temáticas que articulan una poesía en la que la palabra explora el lugar de encuentro del mundo interior y el mundo exterior. Un viaje hacia la revelación de otra realidad por medio de una palabra poética que se mueve en el filo de la oralidad y el hermetismo, entre el tono coloquial y la elaboración gongorina.
La luz y la palabra son una constante en la obra de quien era pintor además de poeta. 'Pintor-poeta y poeta-pintor' le llama Siles. Y sobre esa línea luminosa que une su poesía con su pintura escribía Manuel Padorno en su conferencia Una lectura distinta del mundo a través de la pintura y la poesía (1995): “El motivo principal tanto de mi pintura como de mi poesía, desde siempre, es desvelar el mundo exterior, ir penetrando y fijando una nueva lectura del mundo, lo que yo llamo el “afuera”, fundamentado principalmente en el tema de la luz y del mar. Así surge el nomadeo de la luz, el “Árbol de luz”, la “Gaviota de luz”, “El vaso de luz”, la “Pirámide de luz”, “La luna del mediodía”, “La carretera del mar”, etc. Se trata de crear una mitología, una cosmología atlántica, canaria, basada en el mundo invisible, en lo que no se ve, en lo que se desconoce, en lo que se ignora.”
Su poética atlántica conecta a Padorno con el tercer Juan Ramón, el de Lírica de una Atlántida, en un deseo común de descubrir otra realidad, de expresar lo inefable, de escribir desde el otro costado o desde el otro lado en una "navegación inmóvil, hacia lo hondo / del tiempo" que resumió en Una aventura blanca, el último de los títulos que recoge este volumen.
Santos Domínguez