Obras completas.
Tomo IIII: Inéditos 1957-2002.
Palabras preliminares de Juan Cruz.
Edición de Patricia Padorno Betancor
y Alejandro González Segura.
Pre-Textos. Valencia, 2020.
En la mañana llega el hombre de agua,
sus manos son la espuma, el oleaje
contra el cristal afuera, de la barra.
En la orilla comienza la llanura
azulmarina, blanca hilera enfrente
desde la misma playa en adelante
sembrados los objetos, llamaradas
de luz horizontal, blancas gaviotas
humeantes, posadas en el agua
esparcen las cenizas invisibles
mientras el hombre líquido parece.
El visionario va perdido, asoma
tras larga carretera de eucaliptos
las cimbreantes aguas vegetales.
El hombre vuelve encima del espejo;
él es también el mar cada mañana
donde adentrarse, donde se contempla
súbito, un misterioso rostro líquido:
su claro, transparente rostro de agua.
Ese poema, El hombre de agua, de La canción todavía, un libro de 1991, es uno de los centenares de textos inéditos de Manuel Padorno que recoge Pre-Textos en el tercer volumen de sus Obras completas (Inéditos 1957-2002), con edición de Patricia Padorno Betancor y Alejandro González Segura, que explica en la nota sobre esta edición que “nuestra pretensión ha sido siempre, a lo largo de estos tres tomos, ofrecer al lector la mejor versión de cada texto, la última, la más recientemente corregida la más depurada y la más pura. La labor de cotejo y rastreo se ha extendido a las posibles versiones de los poemas que pudieron aparecer en revistas u otras publicaciones.”
Con la recopilación de estos inéditos, escritos a lo largo de casi medio siglo, entre 1957 y 2002, culmina el magno proyecto de edición de la poesía atlántica y matinal, luminosa e insular de Manuel Padorno (1933-2002), uno de esos autores inclasificables -como Antonio Gamoneda, Luis Feria, Mª Victoria Atencia, Ángel Crespo, Félix Grande, Fernando Quiñones, Francisca Aguirre o César Simón- que fueron coetáneos de los más conocidos poetas del grupo de los 60.
A estos poetas, que afrontaron al margen de grupos su aventura poética a través de un mapa que les llevó a alcanzar su propio tono de voz, los manuales y las antologías los suelen confinar a los márgenes del canon, aunque su obra esté a la altura de los canónicos Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, Ángel González o José Ángel Valente, que era, por cierto, el que señalaba que donde acaba el grupo empieza el poeta.
Este volumen reúne catorce libros inéditos que se suman a los veintidós que Pre-Textos ha venido publicando en los dos tomos anteriores que contienen una de las aventuras poéticas más ambiciosas de la poesía española en la segunda mitad del siglo XX. Ordenados cronológicamente, son el resultado de una ardua tarea de recopilación, clasificación y edición de un vasto conjunto de materiales dispersos en distintos soportes y lugares.
Desde Salmos para que un hombre diga en la plaza hasta El caminante llega de vuelta, algunos de estos libros son sólo parcialmente inéditos, porque Padorno publicó una parte sustancial, mientras otros son rigurosamente inéditos. A estos libros se añaden más de un centenar de poemas sueltos organizados en tres secciones (Retratos, De asuntos varios y Sonetos) y casi veinte ensayos de distinto alcance y extensión en los que Padorno reflexionó sobre la creación suya o la ajena y trazó su propia poética. Son textos fundamentales para aproximarse a su poesía porque ofrecen las claves fundamentales de su concepción de la escritura, como el mecanoscrito de 1988 en el que habla de su trato con las palabras:
La palabra te asedia como si fuera un animal ronroneante. Merodea tu espacio vital, se sobrepone. Duermo con las palabras. Sueño con las palabras. Veo las palabras en el sueño. Me da la sensación que soy un pastor de palabras, que cuando me acuesto todo el rebaño se echa alrededor de mi cama. Algunas se acercan, te olfatean. Respiras la palabra dormido. Algunas se echan junto a ti, pacientemente, sobre la misma cama. Uno nunca conocerá a todos los animales de su rebaño de palabras. Muchas tienen rostro desconocido. No se sabe por qué, a veces, ese animal desconocido salta del rebaño y se te acerca imperiosamente llamando tu atención, exigiéndote que la mires, que la contemples inauguralmente. Algo en lo que estás trabajando demanda su presencia.
Es difícil dejarle paso. Sin embargo, es precisamente la poesía, el poema, el único trabajo que realmente da paso siempre. A la música le cuesta muchísimo. A la pintura. No se puede concebir un poema sino en absoluta libertad, en absoluta desobediencia.
No se sabe cómo es el territorio del poema que paso a escribir. No se sabe.
De esa aventura estética, de esa búsqueda de un mundo poético propio que se justifica en sí misma tanto como en sus hallazgos sigue dando cuenta este volumen que recoge medio siglo de una poesía que intenta “llegar hasta el desvío, desvelar la realidad”, como señalaba el poeta en las palabras preliminares de su antología personal La guía.
Manuel Padorno fue un poeta en el que la insularidad, que iba más allá del rasgo biográfico y de su hábitat, afectaba a la misma esencia de su razón poética. Porque la poesía de Padorno proyecta una mirada comprensiva a la realidad, es una constante búsqueda de lo invisible, de lo que está al otro lado, una indagación en lo infrecuente por parte de quien se veía a sí mismo como un nómada que convoca la epifanía de la luz o como un sacerdote revelador de lo oculto o lo etéreo.
El mar y la luz, el agua y las gaviotas, los barcos y la playa son algunas de las constantes temáticas que articulan una poesía en la que la palabra explora el lugar de encuentro del mundo interior y el mundo exterior. Un viaje hacia la revelación de otra realidad por medio de una palabra poética que se mueve en el filo de la oralidad y el hermetismo, entre el tono coloquial y la elaboración gongorina.
La luz y la palabra son una constante en la obra de quien era pintor además de poeta. 'Pintor-poeta y poeta-pintor' le llamaba Jaime Siles. Y sobre esa línea luminosa que une su poesía con su pintura escribía Manuel Padorno en Una lectura distinta del mundo a través de la pintura y la poesía, una conferencia de 1995 que recoge también la sección final de este volumen:
El motivo principal tanto de mi pintura como de mi poesía, desde siempre, es desvelar el mundo exterior, ir penetrando y fijando una nueva lectura del mundo, lo que yo llamo el “afuera”, fundamentado principalmente en el tema de la luz y del mar. Así surge el nomadeo de la luz, el “Árbol de luz”, la “Gaviota de luz”, “El vaso de luz”, la “Pirámide de luz”, “La luna del mediodía”, “La carretera del mar”, etc. Se trata de crear una mitología, una cosmología atlántica, canaria, basada en el mundo invisible, en lo que no se ve, en lo que se desconoce, en lo que se ignora.
Su poética atlántica conecta a Padorno con el tercer Juan Ramón, el de Lírica de una Atlántida, en un deseo común de descubrir otra realidad, de expresar lo inefable, de escribir desde el otro costado o desde el otro lado, desde lo que definió como “una poética del desvío”, desde la que escribió un magnífico libro inédito, Guía del desvío, al que pertenecen versos como estos:
Ya todo lo que veo es invisible.
La calle, el parque aroman exteriores,
carreteras del mar, árbol de luz,
mi habitación azul, casa del aire,
el edificio donde vivo, al otro lado
de la ciudad que sólo yo conozco.
Así conozco ya los exteriores
del aire, el edificio de la luz,
el otro lado físico invisible.
Ese itinerario hacia el otro lado invisible es el eje de su trayectoria poética y del espléndido prólogo de Alejandro González Segura, El otro lado, del que dice que “es algo que se le presenta al poeta como cierto premio a una cierta manera de ver e interpretar la realidad. Y el premio ocurre en forma de plenitud de significación.”Como una historia personal de la luz podría resumirse la aventura poética de Manuel Padorno, una epifanía luminosa que convoca su potente mundo poético y su palabra iluminada.La intensidad de su tono lírico, la ambición imaginativa y el impulso plástico unen en su escritura la poesía, la pintura y la palabra para crear un mundo literario inconfundible, un viaje al otro lado inefable, hacia esa otra realidad en la que la lógica y la lengua se muestran insuficientes para expresar el admirable universo poético de Manuel Padorno, la luminosa insularidad y la tonalidad propia del poeta de la luz, del aire y del agua, de la vegetación frutal y el pájaro de las revelaciones que sobrevuela sus versos. Ese pájaro solitario que
camina por el muro altísimo.
No tiene donde asirse, ni agua
que beber, nidal del fuego tibio,
posado en el vitral, el pájaro
que pía sobre la mansa casa solitaria,
en la enramada de la cal despacio
en pleno mediodía, se va a caer,
se va a caer mientras ve algo.
Como en los otros dos volúmenes, las notas iluminan la intrahistoria secreta de cada libro, aquí más necesaria por su condición de inéditos.Santos Domínguez