Manuel Vázquez Montalbán: Los mares del Sur

Publicado el 15 octubre 2015 por Francisco Ortiz

   Sin duda la mejor novela negra escrita en nuestro idioma, Los mares del Sur es además un libro inagotable, al que puede volverse siempre, que admite lecturas juveniles y adultas, tanto la de los que buscan la aventura del relato detectivesco como la de los que buscan la literatura de calidad incuestionable, pues es la obra -no hay que olvidarlo- de un gran escritor que además era un gran poeta. Y tengo además a esta inolvidable novela por una de las mejores del siglo pasado, una de las esenciales gracias al buen oído de Vázquez Montalbán, a su compromiso invencible con la realidad social, a su inteligente selección de materiales para hablarnos con emoción sostenida y sincera de una época y unas gentes que reflejan a muchos de los que existieron y existirán.    Como muy bien me recordaba mi amigo Juan Herrezuelo hace poco, una de las mayores influencias que en mi vida de escritor he tenido es la de Vázquez Montalbán, y reconozco que sin el escritor barcelonés ni mi estilo ni mis personajes, ni mi visión de la vida ni mis inquietudes sociales y políticas serían las mismas: en MVM hallé un maestro cuando yo era joven y es claramente uno de los que autores más han estado presentes cuando planeaba los dos libros que he publicado y uno que aún no ha visto la luz. Y esto de manera inconsciente, como se asimilan las verdaderas y decisivas influencias, como se conduce años después de que alguien te ha enseñado, como se vive años después de que alguien te ha brindado las mejores enseñanzas. Hubo otros maestros, pero pocos han dejado en mí tan honda y precisa huella. Hubo otras novelas, pero muy pocas han dejado en mí tanto, me han permitido tanto, me han enseñado tanto. Cuando Manuel Vázquez Montalbán murió, también algo de mí murió.    Y es Carvalho -el ciclo de novelas dedicado a Carvalho, sobre todo las primeras, hasta El premio- el personaje clave: por su inconformismo, por su anarquismo nihilista -según definición del propio MVM- y utópico y vivificador -añado yo-, por su sentido de la justicia, por su libertad, por su controlado sentimentalismo y también por sus contradicciones tan humanas. Y no hay otra novela de todo el ciclo en la que Carvalho esté mejor definido, más vivo, más abierto al recuerdo personal. En Los mares del Sur, Carvalho vive y recuerda -a su padre, a su madre, su infancia-, se encuentra con el que fue en una esquina, con las palabras y consejos de su padre, el cariño de su madre en lugares propicios mientras investiga dónde ha estado escondido durante todo un año -lejos o muy cerca-  un rico hombre negocios al que han asesinado. MVM inserta pequeños fragmentos que salen de los recuerdos de Carvalho en medio de la acción investigadora, a la manera en que la memoria actúa en cualquier persona, de repente y sin pedir permiso: qué gran lección de narrador. Como lo es también la prosa personalísima y de sintaxis sencilla, la prosa comprensible y atenta al vocablo popular, la prosa con retazos poéticos que aumentan la calidad del texto significativamente, magistralmente. Nunca en ninguna otra novela negra he encontrado tanta belleza creativa, y en muy pocas en nuestro idioma tanta poesía útil, creíble, compartible, sólida y también a veces dura, nunca falsa ni despeñada por el camino de lo tierno inocuo y sagazmente amañado.     Son para mí inolvidables escenas como aquella en la que Carvalho visita al encargado de los constructores de San Magín y al fondo un niño ve la televisión y le pregunta al iaio por un personaje de la telenovela que sigue mientras hace los deberes, la misma telenovela que ven los hijos del siguiente personaje al que visita Carvalho minutos más tarde: eran los unos años en que todos nos sentábamos ante el televisor a ver lo mismo y único. O aquella otra en que vemos a Biscúter roncar con un ojo abierto, y aquella en la que vemos al joven Carvalho perseguir a muchachas de las que se sentía instantánea y fatalmente enamorado, o aquella en la que Yes se desnuda por primera vez, o aquella en que Carvalho viaja en metro, o aquella en que Carvalho afirma que todo el mundo es una mierda, o aquella en que llora Carvalho, o aquella en que la madre le prepara una merienda, y cómo no aquella en que la perrita no acude a ladrar. Son muchas escenas en una sola novela que no es perfecta ni aspira a serlo, que sabe jugar muy bien con los tópicos del detective y la chica jovencita subyugada por aquél, con los excesos de deseo y sexo materializados sin vergüenza y sin rodeos -la escena en que Carvalho se masturba tampoco puede olvidarse-, con la irrealidad de un detective que solo puede existir en una novela y que sin embargo acaba pareciéndonos más real que nosotros mismos, los lectores, fuerza y plasmación que solo se consigue y solo brota de las más grandes novelas.     En esta historia sostenida en la pérdida y en la sensación de que el tiempo no es un aliado, sino un enemigo feroz que arrebata y tienta pero solo amaga, propone y no te concede otra oportunidad, sobresale la apuesta por la vigencia de lo vivido, de lo que nos ha hecho, de lo que somos si sabemos ser. Sobresale la apuesta por la verdadera libertad, por decir adiós al engaño y a la vestimenta social impuesta, por las relaciones que duran si no tienen pies de barro e intereses que no caben en una mirada limpia, por sentir al otro no como ajeno, sino como alguien próximo y doliente, igual que tú y que yo. En esta novela que es una de las cuatro o cinco que prefiero por encima de todas las otras novelas que he tenido la oportunidad de leer, de joven y de adulto, hay un mundo que es literatura y sueño y verdad y ojos despiertos para siempre.