Una entretenida película para el público general es lo que se puede esperarse de esta producción digerible y comercial del realizador australiano Bruce Beresford (Doble traición, Paseando a Miss Daisy) que nos acerca un relato simplificado de la vida del bailarín clásico Li Cunxin. Sin duda, lo mejor de la película es el despliegue artístico y la posibilidad de ver espectaculares movimientos de ballet en escena, además de una buena tanda de diálogos divertidos.
De hecho, la ingenuidad del personaje interpretado por Chi Cao, que debuta en la interpretación y encarna al protagonista de esta historia, es una de las grandes bazas del film. El argumento nos da a conocer el recorrido vital de un niño escogido como otros tantos de diversos puntos de China para ser entrenados como bailarines clásicos para la mayor gloria de la República Popular China. Debido a su origen más que humilde supone toda una alegría para su familia, residente en un pequeño pueblo, que su sexto hijo viaje a Pekín.
El honor dará pronto paso a la tristeza por la lejanía de su familia y al disgusto por verse obligado a practicar un arte que no le gusta, pero para el que tiene un don debido a su flexibilidad. Sin embargo Li Cunxin es un chico débil y encontrará muchas dificultades para destacar. El interés de un profesor por el trabajo del bailarín le dará argumentos, fuerza y voluntad para seguir adelante. Un viaje del Ballet de Houston a China permitirá descubrirle e incorporarle a una escuela de verano en Estados Unidos, donde descubrirá la libertad, el amor y el sacrificio cuando tome la comprometida decisión de no regresar a China.
El personaje de Chi Cao nos conquistará desde un primer momento por su figura de superación y por su ingenuidad, y su historia llegará a hacernos disfrutar y conmovernos en una película que no tiene pretensión de más (o más le vale a su director), que no se complica demasiado a la hora de contar la historia y que tiene su principal fisura en la dispersión y falta de solidez argumental a la hora de contar la relación de Li con una joven estadounidense, uno de sus motivos para querer permanecer en América.
Desde luego no es una película para la trascendencia y se mueve en el tópico con buenas dosis de etnocentrismo, pero tiene a su favor la baza de una historia resultona de superación, que suele ser bastante atrayente y la forma en que el personaje de Bruce Greenwood (que interpreta al director de la compañía Ben Stevenson, una auténtica figura en lo que ha ballet se refiere) nos muestra claramente que no hay diferencias entre países socialistas y capitalistas en lo que a egoísmo se refiere. Si bien los métodos entre unos y otros difieren a la hora de manipular a las personas, unos buscan el éxito de la revolución comunista y otros el puro interés personal, y al final, ni siquiera en eso hay diferencias. No quiero decir que dicho personaje sea malvado, sino que en cierto momento estará más preocupado por sus propios planes que por la felicidad de Li.
Una película de plena actualidad en su temática, puesto que el abuso chino en lo que se refiere a los derechos de su población se ha visto de manifiesto en el caso del Nobel de la paz, Liu Xao Bo. En el caso de Li, y si no conoce la historia del bailarín, quizá debáis dejar de leer, estáis avisados, el final fue feliz. China perdonó su actitud "díscola" y le permitió regresar a su patria. Muchas más noticias en No es cine todo lo que reluce.